lunes, 28 de abril de 2014

Tirar de la cadena (Por Ferran Gallego)

La política es estética, y lo que primó es ese gran teatro de las Cortes españolas fue la pretensión de los dirigentes de tres grupos parlamentarios del Parlament de representar a Catalunya entera, a la verdadera Catalunya consciente y honesta como si quienes votaron a otros partidos fueran sólo el público obligado a tragarse la representación nacionalista


En la que, según creo, ha sido su mejor intervención en esta atormentada legislatura, Pérez Rubalcaba no olvidó hacerle un reproche elemental a Joan Herrera, integrante del servicio de mensajería parlamentaria que el 8 de abril trató de dar escenificación institucional a un presunto conflicto ontológico entre catalanes y españoles.  Insistiré en esa referencia a la política una vez más convertida en estética. Pero empezaré por resaltar ahora la importancia de algo que podría pasar desapercibido en el conjunto de un discurso soberbio, en la forma y en el fondo, que dejó en evidencia  –por si aún hacía falta- la escasa lucidez argumentativa, la jibarizada capacidad de expresión, y los trucos de primer curso de logomaquia con que los comisionados hicieron tan flaco favor a sus propias propuestas.


Quien no está dispuesto a poner en quiebra la hegemonía del nacionalismo conservador en Catalunya, quien no se moviliza contra ello, podría no salir en la foto


Rubalcaba reprochó a Joan Herrera que, siendo de izquierdas, hubiera olvidado –en caso de que lo hubiera sabido alguna vez- que las leyes y el derecho no son formalismos alternativos a la voluntad política del pueblo, sino las únicas garantías de las que disponemos aquellos que no tenemos ninguna otra cosa para defendernos de los abusos de la autoridad y para asegurar nuestra integridad ante los más ricos y los más fuertes, siempre poco sensibles a lo que pueda ofrecer un Estado de derecho. Lo hizo a su manera, como de pasada, como a bote pronto, como si se le acabara de ocurrir en el fragor del debate. Y convendría que su alusión no quedara suspendida en un estado de ingravidez, de apostilla insustancial, de anotación secundaria, porque precisamente en lo que se le dijo y en lo que quedó por decirle en la misma línea al dirigente ecosocialista, se encuentra un factor central de nuestro debate político.
Y es que Rubalcaba podía haberle soltado al  “compañero” Herrera   algunas otras cosas, como la que le hizo saber a Coscubiela al hablar de la identidad nacional, confundida con un recurso exclusivo y con una lastimosa peculiaridad que quiere atribuirse a quienes vivimos, trabajamos o sufrimos el paro en Catalunya –“vayan ustedes a hablar de identidad a los trabajadores de Mieres o de Puente Genil”-. También le podía haber dicho Rubalcaba al máximo dirigente de ICV, quizás elevando el tono como hizo en momentos en que la gravedad del tema obligaba a una tranquila solemnidad, que le resultaba amargo ver a una formación de izquierdas deambulando con esas compañías. Podía haberle dicho que le sorprendía, en especial, porque Iniciativa per Catalunya se empeña en presentarse como continuidad política del PSUC, sin que se plantee ya siquiera aquellas ocurrencias de su fundador,  que no dudó en hablar de “tall conceptual” para abandonar el comunismo, sin pagar derechos de autor a Althusser y su teoría de la “ruptura epistemológica” entre el joven y el viejo Marx. Podía habérselo dicho porque, siendo capaz de conciliar a Heráclito y Parménides, la formación ecosocialista insiste en creer que el Ser de la “esquerra de debò”, es inmutable, mientras afirma que no piensa bañarse dos veces, ni siquiera dos, en el río donde fluyen sin cesar la moda tacticista y las efímeras vigencias de la imagen.  Podría habérselo propinado porque ICV no deja pasar ocasión alguna para marcar paquete histórico, recordando las siglas y el emblema del PSUC de la Transición en ocasiones que parecen hechas a la medida de sus actuales relaciones con la tradición comunista catalana: los homenajes póstumos, las presentaciones de libros de memorias, los obituarios que dan cuenta del fallecimiento de los viejos luchadores.
Por esa relación que ICV desea mantener con la izquierda socialista y obrera catalana,  tan lejos de la política y de la ideología, pero tan cerca de la apropiación simbólica y del saqueo de la memoria, Rubalcaba podría haberle soltado a Joan Herrera las cosas con mayor claridad, aprovechando incluso ese garbo con el que el dirigente ecologista trató de colar el gato del tuteo – “¡Alfredo, hombre!”- por la liebre de la complicidad ideológica.  Habríamos agradecido que le dijera que, gracias a ICV, había podido constituirse una apariencia de frente nacional, cubriendo el flanco “socialista” y “obrerista” del proyecto liderado por Mas y por Junqueras. Que, sin la participación de su formación política –a la que se sumó Esquerra Unida i Alternativa, incapaz de superar su vocación apendicular-, el frente nacional no se concretaba en nada que fuera políticamente viable. Que, sin esa innecesaria y gratuita colaboración, CiU y ERC se habrían limitado a llegar a un acuerdo como el que ya tienen desde hace tiempo en esa bochornosa mezcla de gobierno y oposición que se permiten fingir todos los días. Que, de no haber firmado,  se habría mantenido abierto un debate que no habría permitido tomar impulso al nacionalismo catalán a costa del bloqueo, desconcierto y problemas graves introducidos en el campo de la izquierda. De momento, en el PSC, pero en un futuro muy cercano en la coalición ICV-EUiA, y en cada uno de sus componentes a no tardar.

Quizás cuando el “proceso” haya desgastado aún más la calidad democrática de Catalunya y haya desperdiciado la posibilidad de construir una propuesta federal identificada exclusivamente con la izquierda, ICV podrá respondernos que sabía perfectamente a dónde iba. A cumplir con su sueño antisistema, a tratar de convertir la movilización nacionalista en una triste dúplica de la lucha contra la crisis, en un espejo deforme de la agitación social contra la casta  que ha generado y está gestionando un sufrimiento social inaudito


Quizás la exhortación no habría tenido efecto en la persona a la que iba dirigida, siempre tan segura de sí misma, y siempre con el aspecto de estar al frente de una gran organización de masas, que presenta como virtud, y no como defecto, que en su interior se manifiesten todas las actitudes que en estos momentos enfrentan a los catalanes en torno a la propuesta de independencia. Porque, para ICV, es ejemplar, y no vergonzoso, que su absoluta carencia de definición también en este campo permita que en ella convivan federalistas de variada calidad, nacionalistas de diverso tono, independentistas de distintas opciones tácticas, e incluso autonomistas que quizás no se han atrevido a proclamar que la autonomía fue, precisamente, la solución que el PSUC dio en otro tiempo a su análisis de España como Estado multinacional. Porque tiene guasa que quienes ahora critican a Pere Navarro por reunirse con los dirigentes del PP para celebrar el día de la Constitución, olviden lo disciplinados que fueron los militantes del PSUC, que en 1978 votaron un texto en el que quizás no se sentían muy cómodos, pero que había sido presentado como conquista de los trabajadores, como objetivo cubierto de la lucha por el Estatuto, y no como resignada aceptación de la derrota frente a un continuismo conservador y españolista más potente.
En realidad, de lo que se trataba era de decirle a Joan Herrera que la inversión de la frase de Alfonso Guerra es de tan mal gusto como su formulación original. “Quien no se mueve, sale en la foto”. En efecto, quien no está dispuesto a poner en quiebra la hegemonía del nacionalismo conservador en Catalunya, quien no se moviliza contra ello, podría no salir en la foto. Y quizás nos equivocamos cuando afirmamos que Iniciativa estuvo ahí a cambio de nada. Porque salir en esa imagen era una finalidad en sí misma. Estar en el escenario y protagonizar la magnitud de la comedia bien valió saber que se aprobarían nuevos presupuestos socialmente radioactivos, dañinos para esa cohesión social que, evidentemente, no se genera ni se encuentra solamente en la inmersión lingüística, cuyo éxito en términos puramente escolares pudimos ver en la fluidez verbal de Marta Rovira. La política es estética, y lo que prima es ese gran teatro de las Cortes españolas,  en el que dirigentes de tres grupos parlamentarios del Parlament pretenden representar a Catalunya entera, a la verdadera Catalunya consciente y honesta, como si quienes votaron al PSC y al PP, quienes pusieron más escaños socialistas y populares en las Cortes que los obtenidos por los grupos de los tres comisionados,  dejaran de ser actores de reparto para convertirse en público, obligado a tragarse la representación nacionalista. Lo que importaba era el efecto visual, acompañado de palabras livianas, propias de esa cancioncilla irritante de verano que vamos a escuchar durante unos meses, y en el que la letra importa menos que el pegadizo aire musical a cuyo ritmo vamos a bailar hasta el mes de noviembre.
Habríamos agradecido que Rubalcaba le preguntara a ICV si sabía con quién iba, para entender en dónde íbamos a acabar quienes llevamos más de treinta años definiendo nuestra posición política en el lugar más alejado posible de lo que se le ocurra al pujolismo, en cualquiera de sus trances. Quizás, dentro de muy pocas semanas, cuando el “proceso” haya desgastado aún más la calidad democrática de Catalunya y haya desperdiciado la posibilidad de construir una propuesta federal identificada exclusivamente con la izquierda, ICV podrá respondernos que sabía perfectamente a dónde iba. A cumplir con su sueño antisistema, a tratar de convertir la movilización nacionalista en una triste dúplica de la lucha contra la crisis, en un espejo deforme de la agitación social contra la casta  que ha generado y está gestionando un sufrimiento social inaudito. A enlazar las manos en otra cartografía sentimental el próximo 11 de septiembre, abrazándose a quienes en todo se diferencian de las culturas de izquierda desde 1980, cuando los socialistas del PSC-PSOE y los comunistas del PSUC fuimos vencidos por el gran acuerdo de la derecha española y catalana, ejercido por CiU y apoyado por ERC y UCD. A  crear un escenario de conflicto con la izquierda española y de reconciliación con la derecha catalana en un nuevo día festivo. A salir a la calle. A participar en la marcha. A tirar de la cadena.

jueves, 24 de abril de 2014

Diálogo y «derecho a decidir» (por Jean Leclair*)

Con su sentencia reciente sobre la Declaración de soberanía del pueblo catalán, el Tribunal Constitucional español ha coincidido con el Tribunal Supremo de Canadá en la importancia de dejar abierta la puerta a la negociación y al diálogo. El Tribunal ha recordado también que autonomía no es sinónimo de soberanía y que una región no puede convocar un referéndum que verse sobre el acceso a la independencia



El Tribunal Constitucional español ha resuelto recientemente sobre la inconstitucionalidad de la declaración de soberanía del pueblo catalán, así como de la posible secesión unilateral que podría derivarse de ésta. Para sorpresa de todos, el Tribunal ha reconocido sin embargo la constitucionalidad del “derecho a decidir”, enunciado en la Declaración de soberanía del pueblo catalán, siempre que este derecho se ajuste al marco delimitado por este Tribunal.


El denominado « derecho a decidir» no se identifica con el derecho de autodeterminación sino que se asemeja más bien a una “aspiración política”


Según el Tribunal, dicho « derecho a decidir » no se identifica con el derecho de autodeterminación. Sin embargo, este principio no vulnera la Constitución española, ya que, según este Tribunal, se asemeja más bien a una “aspiración política”, pudiendo ésta realizarse desde el respeto a los principios de legitimidad democrática, pluralismo y primacía del derecho. El Tribunal añade también que, no pronunciándose la Constitución sobre un cierto número de cuestiones y, en concreto, sobre el estatus constitucional de una Comunidad Autónoma, corresponde a los agentes políticos implicados el “dialogar y cooperar”, a fin de hallar una solución compatible con el marco constitucional español.
Sin llegar a reconocer la legalidad de llevar a cabo un referéndum sobre la soberanía, como así lo ha hecho el Tribunal Supremo de Canadá, el Tribunal Constitucional español ha coincidido sin embargo con su homólogo canadiense en dejar abierta la puerta a la negociación y al diálogo.
Cabe destacar que el Tribunal Supremo de Canadá no ha reconocido nunca a Quebec el derecho de secesión. Ha reconocido más bien el hecho de que una respuesta afirmativa clara, pronunciada por una mayoría clara de quebequeses sobre una cuestión relativa a la soberanía, conllevaría la obligación de negociar a las autoridades centrales. Nada más. Como así lo manifiesta el Tribunal Supremo, “nadie está en condiciones de predecir el curso que podrían tomar dichas negociaciones. Debemos admitir la posibilidad de que no se llegara a ningún acuerdo entre las partes”. Y añade: “no pueden darse verdaderas negociaciones cuando el resultado buscado, la secesión, se concibe como un derecho absoluto derivado de una obligación constitucional de hacerlo efectivo. Una presuposición de estas características dejaría sin efecto la obligación de negociar y la desproveería de sentido”.
En definitiva, incluso en Canadá, un proyecto de independencia no consiste simplemente en algo que se « decide » a través de un voto, sino más bien en algo que se “lleva a cabo” a través de la negociación y del diálogo.

El Tribunal Supremo de Canadá no ha reconocido nunca a Quebec el derecho de secesión. Ha reconocido más bien el hecho de que una respuesta afirmativa clara, pronunciada por una mayoría clara de quebequeses sobre una cuestión relativa a la soberanía, conllevaría la obligación de negociar a las autoridades centrales


Contrariamente al Tribunal Supremo de Canadá, el Tribunal español ha dificultado el diálogo haciendo de la soberanía un atributo exclusivo del pueblo español. Así, los jueces han recordado que, según la Constitución española, la soberanía nacional la detenta el pueblo español en su conjunto, no pudiendo ésta resultar de un pacto entre las colectividades territoriales históricas. El Tribunal ha recordado también que autonomía no es sinónimo de soberanía y que, por consiguiente, una región no puede convocar un referéndum que verse sobre el acceso a la independencia. Despojando a la comunidad política catalana de los atributos de soberanía, el más alto Tribunal ha deslegitimado simbólicamente, de alguna manera, las reivindicaciones catalanas.  No cabe duda que de esta manera ha constreñido el ámbito del diálogo.
Los jueces canadienses han evitado caer en la trampa de la soberanía “una e indivisible”. Han rechazado conscientemente amordazar a una u otra comunidad política (nacional o quebequesa) negándole a una de ellas el atributo de la soberanía.  Evitando recurrir a este término, han insistido en el hecho de que, en un Estado multinacional, “pueden coexistir mayorías diferentes e igualmente legítimas en diferentes provincias y territorios, así como a nivel federal. Ninguna mayoría es más o menos “legítima” que otra, en la medida en que representa la expresión de la opinión democrática, aunque, por supuesto, sus consecuencias pueden variar según lo que esté en juego”.
De esta manera, los jueces canadienses han concluido que el intento de acceder a la soberanía “exigiría la conciliación de diferentes derechos y obligaciones por parte de los representantes de dos mayorías legítimas, véase, una clara mayoría de la población de Quebec y una clara mayoría del conjunto de Canadá, sea la que sea.  No se puede admitir que una de estas mayorías tenga preeminencia sobre la otra.” En definitiva, al reconocer a las dos comunidades políticas (nacional y quebequesa) una misma legitimidad, el Tribunal Supremo de Canadá ha dejado abonado el terreno para el diálogo y la negociación. Es quizá lo que trataba de hacer el más alto Tribunal español, dentro del ajustado marco que le imponía el artículo 1.2 de la Constitución española.

*Traducción de Eva López Espín

domingo, 20 de abril de 2014

La violencia policial en Cataluña (Por Carlos Jiménez Villarejo)

En los últimos años hemos asistido a un importante crecimiento del volumen de procedimientos penales incoados contra Mossos d’Esquadra y a un agravamiento de los delitos que se les imputan, entre ellos el de tortura. Esto ocurre mientras ciertos poderes públicos, entre ellos la alianza CiU-PP, contemporizan con prácticas policiales de malos tratos policiales y favorecen la impunidad


Recientemente, un alto cargo convergente llamado Rull llamaba, con notable ligereza, falta de rigor y ausencia de criterios democráticos, a ir construyendo el  futuro Estado independiente de Cataluña. Todo ello,  antes que se hayan solventado los graves problemas legales que plantean la reciente sentencia del Tribunal Constitucional y el rechazo ampliamente mayoritariamente en el Congreso de los Diputados a la delegación a la Generalitat para la celebración de la prevista consulta. Somos muchos los ciudadanos catalanes, estoy seguro que la mayoría, que exigimos respeto a nuestra voluntad de no admitir ninguna forma de secesión de Cataluña respecto de España, lo que exige la necesidad de una expresión libre y democrática dentro de un marco constitucional perfectamente definido. Tarea pendiente de extraordinaria complejidad.
Pero, hoy queremos expresar nuestra preocupación por la extrema debilidad de las actuales bases del régimen autonómico que, cómo no, deberían preocupar más a los ciudadanos que los señuelos planteados por los partidos soberanistas.


Un grupo de Mossos dEsquadra retienen a un hombre en el barrio del Raval en 2013 y le propinan puñetazos, patadas y rodillazos

Por ejemplo, la violencia de la policía autonómica catalana que adquiere su máxima expresión en el delito de tortura. La tortura, en cuanto suele producirse en centros de detención policial, con un control judicial insuficiente y por un indeterminado número de funcionarios, cuya identificación resulta problemática, son circunstancias que favorecen la impunidad como lo ha expresado claramente la penalista María Luisa Maqueda con las siguiente palabras: “La tortura no puede, en efecto identificarse con cualquier lesión de un particular por cruel y alevosa que ésta sea, porque exige ser valorada en el contexto que le es propio que no es otro que el de las relaciones de poder –poder “pactado”– que ostenta el Estado respecto de los particulares y fruto característico de su abuso” (“La tortura y otros tratos inhumanos y degradantes”, Anuario de derecho penal y ciencias penales, tomo XXXIX, mayo-agosto 1986, pp. 422-485, nota 27 de la p. 430).
Todo ello consecuencia de que los sujetos activos de la tortura son autoridades o funcionarios  pertenecientes a cuerpos de policía por lo que el delito de tortura, en cuanto se produce en el marco de las instituciones estatales, es lo que puede denominarse un “crimen de Estado”.
La última Memoria del Fiscal General del Estado dedica un amplio capítulo al estudio de esta forma de delincuencia. El Fiscal General estima que dicha información es “un instrumento útil para valorar el grado de cumplimiento de los derechos de las personas detenidas y privadas de libertad, así como los mecanismos de investigación judicial ante las denuncias” por dichos delitos.

El delito de tortura se convierte en un “crimen de Estado” al ser los sujetos activos de la tortura autoridades o funcionarios pertenecientes a cuerpos de policía y al producirse en el marco de las instituciones estatales


El total de procedimientos contemplados, solo por la presunta comisión de los delitos de tortura y contra la integridad moral, es de setenta y nueve (79).
Los identificados corresponden a los siguientes años:
2008: 3;  2009: 8;  2010: 16;  2011: 21;  2012: 7
Están distribuidos por las diversas Comunidades Autónomas, si bien la mayoría de ellos corresponden a Madrid, Barcelona y especialmente Euskadi, que instruye el 29,6 % de todas las causas examinadas.
En todo caso, aquí nos interesa destacar, al menos durante un periodo determinado, la gravedad del volumen de los procedimientos penales incoados contra Mossos d’Esquadra por denuncias de los ciudadanos, en cuanto signo de la reacción popular ante los presuntos abusos policiales y del grado de sometimiento, a nuestro juicio muy elevado, de los Mossos a los Juzgados y Tribunales por actuaciones presuntamente delictivas. Corresponde a los años 2008-2010.
Año 2008
Resumen de archivos, absoluciones y condenas: 266
Archivos (previos a la celebración de juicio): 90
Juicios: 176
Absoluciones: 163
Condenas: 13
Año 2009
Resumen de archivos, absoluciones y condenas: 220
Archivos: 83
Juicios: 137
Absoluciones: 126
Condenas: 11
Año 2010
Suma de archivos, absoluciones y condenas: 119
Archivos: 49
Juicios: 70
Absoluciones: 66
Condenas: 4
Total Archivos: 222
Total Absoluciones: 355
Total Condenas: 28
Total procedimientos penales incoados por denuncias ciudadanas (archivos, absoluciones y condenas): 605
Porcentaje de condenas sobre procedimientos incoados: 4,62%

En cuanto al alcance efectivo de la respuesta judicial, valgan tres ejemplos muy significativos. La Audiencia Provincial de Barcelona, por sentencia de 20 de Noviembre de 2008, impuso severas penas a cinco Mossos d’Esquadra por delitos de tortura, contra la integridad moral, de lesiones, contra la inviolabilidad del domicilio y diversas faltas. Pero, a partir de aquí, comenzó un proceso de reducción de las penas impuestas que inició el Tribunal Supremo. Hasta llegar, por la vía del indulto, al Gobierno del Estado que, sustituyó las penas impuestas, especialmente respecto a tres de ellos, por dos años de prisión. Posteriormente, estas penas, por esta misma vía,  fueron rebajadas aún más hasta convertirse en una sanción simbólica. Finalmente, la pena la impuso el Poder Ejecutivo y la tortura quedó prácticamente impune. Aquí, la alianza CiU- PP funcionó a la perfección. En todo caso, es un dato que confirma que ciertos poderes públicos, en este caso de CiU, continúan contemporizando con prácticas policiales de malos tratos policiales o de tortura.  

Penas severas impuestas por delitos muy graves han terminado convertidas en meras sanciones simbólicas tras un proceso de reducción en el que ha participado el Tribunal Supremo y los gobiernos de España y Cataluña


Por otra parte, el Auto de 21 de mayo de 2012, de la Audiencia Provincial de Barcelona, en el que se deniega a un Mosso d’Esquadra, tras haber sido también indultado, la suspensión de la ejecución de la pena impuesta por un delito de tortura: “Por otro lado, debemos tener en cuenta la condición del penado, sujeto activo, como agente de la policía, que estando llamado, por mandato constitucional y legal, a proteger a los ciudadanos, ha maltrecho de forma literal, directa y sin paliativos, los principios inspiradores y de actuación del cuerpo policial, de acuerdo con lo establecido en la Ley Orgánica de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y la Ley 10/1994, de 11 de julio, de la Policía de la Generalitat - Mossos d’Esquadra”.
Y, asimismo, el Auto de 31 de octubre de 2013 del Juzgado de Instrucción nº 20 de Barcelona, en el que se acuerda la imputación de 8 Mossos por la violenta muerte causada en el Raval en el pasado mes de octubre de 2013. Les atribuye “un delito contra la vida y/o contra la integridad física, un delito contra la integridad moral, así como por los ilícitos de obstrucción a la justicia y de coacciones”. Luego, la Audiencia de Barcelona ha confirmado que la muerte se  produjo “por el uso excesivo de la fuerza por los agentes”. Datos seriamente preocupantes. Y, SOS Racisme, en su Informe anual, señala que en 2013 siete Mossos han sido imputados y/o acusados por actos punibles de signo racista.
Todo ello, más el uso abusivo y desproporcionado de las balas de goma que tantos daños irreversibles e impunes ha causado.
Sobre todo, porque las noticias sobre la violencia policial de este Cuerpo policial no cesan. Según diversos diarios, las informaciones eran estas: ”Condenado un Mosso por torturar a un detenido en Les Corts”. “Juzgado un Mosso que apuñaló 13 veces a un taxista”, “Imputados nueve Mossos por lesiones a tres jóvenes en Barcelona”, ”Imputados seis Mossos de El Vendrell por lesiones a un detenido”. Asimismo, en  otra noticia se daba cuenta de la imputación de otros ocho Mossos por la muerte de un inmigrante marroquí en la Comisaría de El Vendrell.
Sería muy importante que los que se denominan “Mossos por la Independencia” se proclamaran “Mossos por los Derechos Humanos”.

Carlos Jiménez Villarejo es candidato de PODEMOS a las próximas elecciones europeas


miércoles, 16 de abril de 2014

Rouco y sus hermanos (por Ferran Gallego)

El nacionalismo es, a diferencia del federalismo, una manera religiosa de ver la existencia, porque –por mucho que se diga ahora- no se basa en la autodeterminación de los individuos, sino en la lealtad a una tradición originaria que establecerá la distinción entre conductas ortodoxas y actitudes heréticas y entre conductas impecables y actitudes inmorales


El estupor con que una buena parte de los ciudadanos hemos escuchado estos días las últimas intervenciones del cardenal Rouco está plenamente justificado. Más lo estaría, desde luego, entender lo que la simpática pedagogía de nuestro refranero resuelve en una frase estupenda y solitaria: de casta le viene al galgo. Y asumir lo que no debería sorprendernos, aunque sí lastimarnos en ese lugar donde habitan las alarmas de nuestra decencia cívica. Lo preocupante es que el mismo pozo de sabiduría popular viene a mostrarnos la necesidad de no hacer demasiada leña del árbol caído, mientras nos invita a adivinar dónde se encuentran piezas de tan escaso timbre democrático como las palabras de Rouco, pero que no sólo no son denunciadas, sino que pasan a considerarse muestras del compromiso del clero catalán con las exigencias de su pueblo, y sentido de responsabilidad moral de quienes velan por nuestro espíritu y, al parecer, también por nuestro cuerpo. Nada nuevo bajo el sol, para decirlo con las no menos sabias palabras del Eclesiastés, un texto que algunos clérigos habrían de leer con más frecuencia para  saber que hay un tiempo para cada cosa, y hay demasiada vanidad disfrazada de actitudes humildes. Nada nuevo, porque el nacionalcatolicismo español siempre solicitó la presencia de la palabra de la Iglesia en la justificación de sus actos como gobierno e incluso en la legitimidad de sus orígenes como Estado.


El nacionalcatolicismo español siempre solicitó la presencia de la palabra de la Iglesia en la justificación de sus actos como gobierno e incluso en la legitimidad de sus orígenes como Estado


En una sociedad que pierde con veloz entusiasmo los recursos de su calidad democrática, estamos ya acostumbrados a que lo dicho por un obispo de Madrid en defensa de una determinada visión de España, debe considerarse inaceptable. Pero se espera que la turbina independentista sea inspirada por el aliento del clero nacional. Y es que hasta en eso se encuentra un rasgo diferencial, que enfrenta el ceñudo talante de la Iglesia española con la alegre revelación que parece adueñarse a diario de nuestra alegre muchachada vaticana.  Este país tiene una muy deficiente relación con la importancia del hecho religioso en la formación de nuestra cultura, y sobre un hecho así tendrá que reflexionar una izquierda que no desee caminar en un satisfecho sonambulismo. La construcción de un Estado laico no puede identificarse con la ignorancia de lo que el cristianismo ha tenido que ver con nuestro proceso constituyente como civilización. Es un debate pendiente que, como siempre pasa en estos casos, hace que entre por la ventana lo que hemos creído despedir por la puerta de servicio.
Pero es que, en nuestro caso, el clericalismo nacionalista ha entrado por la puerta principal. A mí no me extraña, porque mi trabajo me ha llevado a estudiar episodios históricos en los que la sacralización de la política no se ha hecho para elevar la conciencia cívica de las personas, sino para sustituirla por una esperanzada angustia emocional, en la que la autenticidad del sentimiento de pertenencia ordena, con su lógica de fe selectiva, lo que debería ser organizado por un propósito laico de integración social. El nacionalismo es, a diferencia del federalismo, una manera religiosa de ver la existencia, porque –por mucho que se diga ahora- no se basa en la autodeterminación de los individuos, sino en la lealtad a una tradición originaria que establecerá la distinción entre conductas ortodoxas y actitudes heréticas –si vamos a lo doctrinal- y entre conductas impecables y actitudes inmorales –si consideramos cualquier forma de expresión en la vida cotidiana, incluyendo la política-.

En los orígenes del catalanismo estuvo bien dibujada la diferencia entre el tradicionalismo regionalista y el republicanismo federal. No eran meros instrumentos, sino modos de organizar la sociedad y, en realidad, formas muy distintas de entender la vida


Por eso, en los orígenes del catalanismo, estuvo tan bien dibujada la diferencia entre el tradicionalismo regionalista y el republicanismo federal. No eran meros instrumentos, sino modos de organizar la sociedad y, en realidad, formas muy distintas de entender la vida entera. Hoy se trata de sintetizar aquel pasado y convertirlo en grotesco futuro, metiendo en el mismo saco a quienes ya escandalizaron a algunos republicanos sensatos, cuando vieron a Salmerón abrazado a los dirigentes del carlismo y del integrismo en Solidaridad Catalana. Que cada cual encuentre las equivalencias actuales de aquellos ingenuos restos del republicanismo unitario de la Primera República y de quienes militaban en las huestes de Don Carlos o en la admiración por Maurras. Parece que, de nuevo, el nacionalismo ha sido capaz de hallar un lugar común donde se constituye lo que no merece más nombre que el que permite las analogías más vergonzosas: el Frente Nacional. Esa es la antimateria ideológica donde se reúnen quienes se reclaman herederos del PSUC, los desgraciados, con ese aspecto de parientes pobres invitados a la fiesta del cuñado rico,  y quienes invocan, con la desenvoltura de quienes son los dueños de la casa desde hace más de treinta años,  una genealogía atestada de explotación social, de poder económico corrupto y de violencia armada contra los trabajadores.

No me imagino a una monja benedictina convertida en referente político de un movimiento antisistema en Baviera, en Nápoles y ni siquiera en La Vendée



¿Cómo puede sorprendernos que, habiéndose capturado ya la hegemonía por el nacionalismo,  se reclame la presencia de quienes mejor conocen sus recursos emocionales y disponen de la denominación de origen de una Iglesia catalana bien purgada de pasados incómodos, de besuqueos con el franquismo, de estancias pagadas en el Burgos de la guerra civil y de largos monopolios ideológicos bajo el palio censor de una  dictadura? ¿Cómo puede extrañarnos en un mundo escasamente razonable, que cuando ruge la marabunta anticlerical ante Rouco, murmure el fervor obediente de una Cataluña cuya modernidad ha sido desguazada?  El fragor de los campanarios en días de comunión nacional, la jovial beatería de quienes hablan en nombre del pueblo desde sus conventos o desde sus despachos arzobispales, el timbre de esas homilías que recuerdan a los fieles dónde se encuentra el modo cristiano de ser patriota, resuenan en una sociedad capaz de entrar en el futuro bajo el liderazgo de personajes pintorescos. Con todos los respetos por la persona, no me imagino a una monja benedictina convertida en referente político de un movimiento antisistema en Baviera, en Nápoles y ni siquiera en La Vendée. Me la imagino, claro está, como síntoma de un género teatral que tan bien se identificó con las condiciones políticas de los estertores de la Restauración. Nuestro particular esperpento tiene sus propios protagonistas en la crisis de la Transición política española y catalana. Y es normal que así sea, cuando además de los religiosos profesionales, aquí todo el mundo adopta el gesto del clérigo para reñirnos, para señalar el camino recto o pecaminoso, para salvarnos o para condenarnos. Y para absolvernos, si decidimos dejar de defender nuestras ideas.



sábado, 12 de abril de 2014

No som nacionalistes! (Per Francesc Trillas)

Té credibilitat sostenir que l’independentisme català de 2014 sigui no nacionalista? És realment no nacionalista la parafernàlia, la forma d’expressar-se i la simbologia de l’actual moviment independentista català? La competència per veure qui posa més banderes i més grans, els brots d’hispanofòbia, la culpabilització de l’enemic exterior són, segons la meva opinió, expressions canòniques de nacionalisme pur i dur


Alguns que participen o donen suport, amb diferents graus d’entusiasme, al moviment independentista a Catalunya, fan un esforç per justificar-se dient que o bé ells, o bé el moviment en sí, no té un caràcter nacionalista. Adrià Casinos s’ha referit amb bons arguments a un d’aquestscasos, però no és un cas aïllat. Ho he sentit dir a amics meus que han assistit a algunes de les grans manifestacions independentistes. Fins i tot personatges habitualment afins al nacionalisme català com Jordi Barbeta (Jordi Barbeta!!) han fet intents per distanciar-se del nacionalisme, sense abandonar el seu suport al “procés”.


La proliferació de tota mena d’uniformes estelats com sabates, camisetes, jerseis, tovalloles i, fins i tot, tapiceries de cotxes són expressions nacionalistes


És encomiable i és d’agrair que hi hagi persones que recolzen l’independentisme i que vulguin distanciar-se del nacionalisme, encara que de vegades un pugui sospitar que ho fan, conscientment o no, potser per un problema de mala consciència alguns, o per raons de màrketing uns altres: el concepte de nacionalisme, senzillament, no ven.  I dic que és d’agrair perquè el nacionalisme  és una de les pitjors plagues de la humanitat, co-responsable de les principals desgràcies del segle XX (dues guerres mundials i la guerra dels Balcans, entre altres) i d’algunes de les principals amenaces del segle XXI.
En els nostres dies de fluxes i problemes globals, de diversitat i d’identitats i sobiranies compartides, els estats-nació están en declivi, si no completament obsolets, i resulta anacrònic seguir sostenint que el món s’ha d’organitzar en base a nacions, quan aquestes es barregen pels carrers. Els independentistes més lúcids ho saben, i per això fugen de l’associació independentisme-nacionalisme com de la pesta.
El nacionalisme, espanyol, català, rus o d’on sigui, és pitjor que l’independentisme.
Que un col·lectiu en un territori busqui la secessió en un moment donat del temps pot ser comprensible per raons de vulneració dels drets humans, d’explotació d’un grup ètnic per un altre, o com a solució extrema quan valors universals compartits per tothom estan en perill. Per això ens sembla molt raonable que el procés de descolonització portés a l’Índia i a tants altres països a la independència. Això no converteix qualsevol procés independentista en motiu de satisfacció, com saben molt bé els pobres habitants de Sudan del Sud o de Mali del Nord. Com que en les democràcies consolidades no es donen aquests problemes, hi ha molt poques secessions en els països desenvolupats, per no dir cap ni una.
Però així com em venen al cap circumstàncies que podrien justificar la secessió, no em venen al cap circumstàncies que puguin justificar el nacionalisme com a ideologia dominant. Molts diuen que el nacionalisme del veí pot justificar el nacionalisme propi. Però això em sembla francament una anomalia argumental semblant a convertir en virtut pròpia allò que són defectes en els altres.

En realitat, molts dels problemes que patim els ciutadans de Catalunya els compartim amb la resta d’espanyols, i molts altres amb molts europeus, i altres encara amb ciutadans de tot el món


Hi ha qui pugui pensar que sóc un exagerat, que hi ha nacionalismes que no són tan malignes. Però em sembla que no sóc l’únic que ho pensa, d’altra manera no s’entendria que tanta gent es vulgui desmarcar del nacionalisme. Però, independentment de les desgràcies del nacionalisme, que potser me les imagino jo, té credibilitat sostenir que l’independentisme català de 2014 sigui no nacionalista? Se suposa que quan es diu que no és nacionalista és perquè és un independentisme racional, com a reacció única a un seguit de problemes que afecten a Catalunya i que tenen la seva culpa en Espanya.
En realitat, molts dels problemes que patim els ciutadans de Catalunya els compartim amb la resta d’espanyols, i molts altres amb molts europeus, i altres encara amb ciutadans de tot el món. Una solució tan dràstica i de conseqüències tan incertes per als nostres drets ciutadans i per al nostre benestar com la independència es posa pel davant de buscar solucions solidàries i col·lectives amb la resta de persones d’Espanya (amb els quals per cert molts tenim en comú parentiu, cultura, dos idiomes, i relacions comercials), d’Europa i del món que comparteixen els mateixos problemes. No és un valor bàsic de la racionalitat l’universalime, és a dir, la noció que tota la humanitat té els mateixos drets? És racional, pot ser fruit d’un argument que no passi pel nacionalisme, pretendre per a nosaltres unes solucions de les quals volem que quedin exclosos la resta de ciutadans espanyols que comparteixen els nostres problemes, des de les polítiques d’austeritat fins a la crisi de la monarquia?
Per altra banda, és realment no nacionalista la parafernàlia, la forma d’expressar-se i la simbologia de l’actual moviment independentista català?
La competència per veure qui posa més banderes i més grans, l’ocupació abusiva de l’espai públic, la proliferació de tota mena d’uniformes estelats (sabates, camisetes, jerseis, tovalloles…), els brots d’hispanofòbia, la culpabilització de l’enemic exterior, la manipulació permanent del llenguatge (llibertat, democràcia), la utilització manipuladora de mites del passat com a Sèrbia i Crimea… no són tot això expressions canòniques de nacionalisme pur i dur?
No són exemples de nacionalisme tronat dir que  “el destí de les velles nacions d’Europa és tenir el seu propi estat” (Artur Mas)  o referir-se al fet de tenir diverses identitats com una patologia (Josep M. Terricabras)? Si l’independentisme no fós nacionalista, tenir un nou estat no es veuria com un “destí nacional” (sinó com quelcom que contribueix a millorar el benestar de la humanitat) i no hi hauria d’haver problema a reconèixer una obvietat: la identitat dels catalans, com la de la immensa majoria dels europeus, és plural. I quan dic plural no em refereixo només a la Vall d’Aran: em refereixo a la presència a Catalunya de la cultura espanyola, junt amb la catalana, i junt amb la cultura de molts nouvinguts.

El nacionalisme independentista català es diferencia ben poc d’altres nacionalismes en un sentit crucial: es basa en una inversió fenomenal de temps, energies i recursos en la creació d’un marc mental  per ocultar les divisions de classe


En la meva opinió, el nacionalisme independentista català es diferencia ben poc d’altres nacionalismes (imperials, totalitaris, ètnics, majoritaris i minoritaris) en un sentit crucial: es basa en una inversió fenomenal de temps, energies i recursos en la creació d’un marc mental  per ocultar les divisions de classe. Això no és necessàriament conscient, sinó que es basa en mecanismes psicològics i socials arrelats en la nostra evolució des de l’època en què érem caçadors-recol·lectors (quan a diferència d’ara, el món sí que estava organitzat en clans i les desigualtats eren escasses).
Finalment, si l’independentisme és racional i no nacionalista, com és que el moviment independentista no està uniformement distribuit en el territori i entre grups lingüístics i culturals? Com és que hi ha més estelades a Vic que a l’Hospitalet? Com és que els partits independentistes tenen més presència a comarques que a l’àrea de Barcelona?
Un dels grans experts en nacionalisme, Ernest Gellner, deia que el nacionalisme és l’aspiració de les nacions a tenir el seu propi estat. És a dir, no distingia entre nacionalisme i independentisme. Potser és una definició extrema. Wikipedia diu que el nacionalisme és la identificació de l’individu amb la nació. Busco i remeno, i no trobo cap definició de nacionalisme que no em sembli d’aplicació al gruix de l’actual moviment independentista català, i en especial als seus principals dirigents.

viernes, 4 de abril de 2014

¿Se puede ser independentista sin ser nacionalista? (Por Adrià Casinos)

Últimamente escuchamos con frecuencia que la independencia es la única manera de profundizar en la democracia en Cataluña ¿Son legítimas las razones que se arguyen?¿Son argumentos de izquierda? Lo menos que podemos decir de la tendencia de algunos sectores de la izquierda a afirmar que se puede ser independentista y no ser nacionalista es que es preocupante


En el seno del cada más esperpéntico espectáculo en que se está convirtiendo el  llamado proceso, destaca merecidamente la actitud de un cierto sector de la izquierda histórica, en la órbita de ICV y EUiA, que, preso de un repentino ardor patriótico, ha apostado decididamente por la alianza interclasista, apuesta que a mi parecer lleva derecho al suicidio político. No pretendo hacer profecías, entre otras cosas porque en este país la de profeta es una categoría laboral de la que andamos sobrados, ya sea de émulos de Moisés o de algún que otro de Jeremías. Me limito a formular una hipótesis y el tiempo dirá si ha sido correcta. 


Una parte de la izquierda de Cataluña parece dispuesta a recorrer el camino de la pretendida "liberación nacional" que poco o nada tiene que ver con los valores del histórico PSUC del que se considera heredera


Por supuesto que ante la disposición de las citadas fuerzas políticas a recorrer el camino de la pretendida liberación nacional, con sectores que poco o nada tienen que ver con la izquierda, se puede aducir que no es la primera vez en el mundo que los representantes de los sectores populares pactan con los hegemónicos, en aras de una supuesta emancipación colectiva. Suele ocurrir que, una vez conseguida dicha emancipación, el empobrecimiento de los de abajo se acrecienta. La patria se construye en beneficio de los de siempre, mientras que los otros ponen el sufrimiento y, más de una vez, los muertos. Y con todo eso no quiero decir que no haya circunstancias históricas que hayan requerido tragarse el sapo mencionado. Por ejemplo, las coloniales. Pero ¿puede calificarse la situación catalana de colonial? ¿Cuándo se ha visto que una colonia controle una gran parte del sector financiero de la supuesta metrópoli? Y en lo que hace a los derechos políticos, ¿son los míos inferiores a los que disfruta un ciudadano de Alcorcón?

No es la primera vez en el mundo que los representantes de los sectores populares pactan con los hegemónicos, en aras de una supuesta "emancipación colectiva". Suele ocurrir que, una vez conseguida dicha emancipación, el empobrecimiento de los de abajo se acrecienta


Pero bueno, el empecinamiento en la vida, con mucha frecuencia, no tiene límites. Y supongo que es por eso que Dolors Comas se ha lanzado recientemente en “El País” a teorizar o justificar esa vía catalana interclasista iniciada por la cúpula de ICV. Según aclara en dicho artículo, Dolors Comas es presidenta de la “Fundació Nous Horitzons”. “Nous Horitzons”, por si alguien no lo recuerda o lo sabe, era el nombre de la revista teórica del PSUC de Cataluña. Que la fundación se llame así supongo que forma parte de la operación de reciclaje de las señas de identidad del partido de los comunistas catalanes, que ICV emprendió hace ya tiempo, en su condición de supuesta heredera, en ausencia de testamento y albaceas.
En su corpus teórico Dolors Comas se refiere, como no, a la afrenta que supuso la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto. No voy a entrar al trapo, entre otras cosas porque en una reflexión anterior ya expresé mi opinión sobre la cuestión. Pero tampoco lo voy a hacer porque hay afirmaciones, en dicho corpus, de más enjundia y, sobre todo, más preocupantes, teniendo en cuenta que se formulan desde la izquierda (o así se quiere).
El título ya tiene bemoles: “La agonía del régimen”. Desgraciadamente en el texto no se aclara quién es el agonizante. ¿El régimen monárquico, el parlamentario, el democrático, el de las autonomías, todo en su conjunto? Bueno, podrían cruzarse apuestas. Apunta la autora que estamos sumidos en la corrupción, en la destrucción de empleo, en la degradación de las relaciones laborales, en la expulsión de la pobre gente de sus domicilios… No puedo estar más de acuerdo. Solo que para Comas todos esos atentados son llevados a cabo por los que niegan "la posibilidad de que haya una consulta en Cataluña”. Todas esas injusticias las lleva a cabo el gobierno de Madrid. Los que gobiernan en Cataluña son un ejemplo de luchadores por la justicia social. Y por supuesto, no hay corrupción. Ya se sabe: el Palau de la Música Madrilenya, el escándalo de las ITV en la comunidad de Madrid, que afectan a uno de los hijos de uno de sus antiguos presidentes, mientras otro está encausado por una operación de blanqueo, la manera un tanto turbia en que el Real Madrid ha fichado a un jugador brasileño… Son las cosas que no pasan aquí, gracias a nuestra estricta ética de matices calvinistas, como ha dicho más de una vez el presidente Pujol.

Si alguien está por la independencia es porque, se me ocurre, considera que hay un hecho nacional que existe, y que hay que defender con una solución extrema, como es la secesión. ¿No es eso nacionalismo?


Mi capacidad de ironizar se agota ante afirmaciones más preocupantes, como negar implícitamente la naturaleza democrática del actual estado y viendo en la independencia la única manera de profundizar en la democracia. Es decir, ninguna confianza en unas futuras elecciones que pudieran desplazar al PP del poder. Razonamientos semejantes condujeron al 6 de octubre. Y en descargo de Companys (que no justificación) debemos pensar en la situación existente en España y Europa en general en 1934, que, afortunadamente, no es ni de lejos la actual. Por otro lado las alusiones constantes a un nacionalismo “cívico” que va más allá del origen geográfico de los ciudadanos, y supongo que también de la pertenencia a una determinada clase social, inciden en lo que apunté en un principio: el llamamiento a la unión patriótica, que culmina en la “perla” de que “se puede ser independentista y no ser nacionalista”. Y eso después del ensalzamiento del nacionalismo cívico.  A ver, si alguien está por la independencia es porque, se me ocurre, considera que hay un hecho nacional que existe, y que hay que defender con una solución extrema, como es la secesión. ¿No es eso nacionalismo? 
Le propongo una encuesta a Dolors Comas. Le presento una lista de dirigentes independentistas históricos, de variada procedencia y adscripción política: Garibaldi, de Valera, Bolívar, Martí, Washington, Ben Bella, Nkrumah. Me gustaría que separe los nacionalistas de los que no lo han sido. A ver sin con un algún ejemplo entiendo la sutileza.
Esa llamada al “todos somos Cataluña”, con independencia de que unos la posean y otros la sufran, la lleva a cargar con contundencia contra Susana Díaz por sus alusiones a las raíces andaluzas de muchos catalanes. No voy a defender a la presidenta de la Junta de Andalucía, pero sí a referir un hecho. Hace unos días tuve la gran oportunidad de escuchar a Stéphane Dion. Uno de las cuestiones que analizó fue el trauma afectivo que puede originar la separación de una parte de un país del resto, en la medida en que las familias quedan fracturadas. Es preocupante que una catedrática de antropología social no sea sensible a ese posible drama. ¿O todavía no ha percibido lo mucho que se habla del tiempo en Cataluña últimamente, en el transcurso de comidas familiares o cenas de amigos?