viernes, 19 de junio de 2015

¿Quién es el siguiente? (por Mireia Esteva)

Nacionalismo y federalismo se anteponen en sus principios básicos: mientras el nacionalismo trata de homogeneizar la sociedad, eliminando la diferencia a costa de la misma libertad individual, el federalismo parte del respeto a esta diferencia y genera convivencia y libertad para los individuos que la integran


Las verdades absolutas son conceptos que se aceptan emocionalmente sin razonamiento. Los individuos que se sienten imbuidos por este tipo de ideas se creen portadores de la verdad y son impermeables a las ideas de los demás e incapaces de negociar. Simplemente sienten que son incompatibles, tienen necesidad de separarse, de no contaminarse y, si pueden, de imponer su voluntad a los demás.



Los individuos que están convencidos con ideas irracionales "verdaderas" suelen tener características autoritarias y son poco democráticos. Se instituyen como vanguardias revolucionarias organizadoras del pueblo; utilizan la democracia para llegar al poder, pero no creen en ella: el derecho a decidir es válido mientras es movilizador; se presentan a las elecciones para ejercer determinados cargos y toman decisiones al margen de las competencias para las que han sido elegidos; hacen declaraciones unilaterales cuando ostentan el poder o cambian las constituciones, independientemente de los votos obtenidos durante el proceso; adecuan el relato de la realidad a sus creencias; se creen con derecho a adoctrinar a los niños de todos con sus verdades; excluyen de su sociedad a los diferentes y los despojan de derechos y muchas cosas más. Pero son atractivos para la gente, ya que los que forman parte del grupo se sienten parte de algo extraordinario, hacen historia cada día de su vida o trabajan activamente para su redención futura. De ejemplos, nuestra realidad nos provee generosamente todos los días.
Cualquiera que quiera negociar de buena fe con ellos, acabará cediendo irremediablemente. Cuando llegue al final del proceso observará con sorpresa que se ha situado en la agenda del otro y que el contrincante apenas se ha movido de su posición inicial. Habrá sido simplemente un útil compañero de viaje o un "dudoso" que no se ha dejado convencer.
Así es el nacionalismo y no hay nada de transversal en él. Por definición, y porque es portador de la verdad, no es negociador. Por ello, cualquier pacto o proceso de negociación que se quiera hacer de buena fe con el nacionalismo excluyente acabará situado en la agenda nacionalista, no en el punto intermedio como sería de esperar. Por eso al nacionalismo no le gusta el federalismo, porque el federalismo significa reconocimiento y aceptación del otro, solidaridad, pacto y respeto a las reglas del juego pactadas.  Nacionalismo y federalismo se anteponen en sus principios básicos: mientras el nacionalismo trata de homogeneizar la sociedad, eliminando la diferencia a costa de la misma libertad individual, el federalismo parte del respeto a esta diferencia y genera convivencia y libertad para los individuos que la integran.  Ante la globalización, cada vez las sociedades son más complejas y los problemas más globales, existiendo fuertes corrientes federalizantes para resolver los problemas que nos atañen a todos. El nacionalismo, al negar la diversidad y evitar “contaminarse”, va contracorriente y lo único que puede generar son sociedades cerradas al intercambio, autoritarias y culturalmente empobrecidas.
El nacionalismo genera sociedades divididas, establece fronteras con el diferente y es expansionista con el similar absorbible. La historia nos ha enseñado que el nacionalismo más excluyente se sienta a la mesa a negociar y luego boicotea los resultados, ya que su objetivo en la negociación es, únicamente, rebajar las expectativas del contrincante. Sólo hay que recordar el comportamiento de ERC durante la negociación y su abstención en el referéndum del Estatuto de Cataluña.
Nuestra historia reciente nos vuelve a demostrar que los partidos políticos que se han dejado influir por la retórica nacionalista, han terminado divididos y desmovilizados, con la mitad de sus componentes en el terreno del otro. Esta es la realidad y si las fuerzas políticas no lo quieren ver, peor nos irá a todos.
En Cataluña, el PP tras las últimas elecciones parece desaparecer del mapa, Ciutadans tenía su techo marcado hasta que ha salido hacia España, Convergencia tiene dificultades para sobrevivir desde que tuvo la idea de tener como socio a los mejores unilaterales, los partidos históricos de izquierdas están divididos o desangrados, en plena discusión, absorbidos o escondidos en otros siglas, y los nuevos ya han mordido el anzuelo, aunque sigan convencidos de que buenamente pueden dominar la situación. Después del pasado domingo UDC, el mejor socio de Convergencia ya se partió en dos con una pregunta constitucionalista en un partido que desde su fundación ha sido constitucionalista por definición. Algunos políticos elegidos por UDC para participar en el gobierno de la federación ya juegan en el terreno del otro. ¿Quién será el siguiente?

viernes, 12 de junio de 2015

Ada, no te equivoques (Por Francisco Morente Valero)

BComú no se presentó con un programa independentista ni en el que se plantease la posibilidad de apoyar esa opción, al menos, no sin una consulta ciudadana previa. No se entiende que Ada Colau haya declarado ahora que participará en la manifestación del 11 de septiembre como alcaldesa. La manifestación del 11S será por la independencia y ella estará representando a toda la ciudadanía de Barcelona, también los cientos de miles que se oponen 



Fueron los partidos independentistas, y muy especialmente Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), quienes plantearon las elecciones municipales en términos de primera vuelta del 27S. El President Mas lo dejó meridianamente claro el viernes anterior a la votación cuando afirmó que, sin Barcelona en manos de un independentista, el proceso lo tendría difícil para salir adelante (“no ens en sortirem”). Era un descarado intento de atraer el voto útil independentista hacia Xavier Trias, pero reflejaba también algo que muchos comentaristas habían indicado en las semanas previas: la batalla de Barcelona era decisiva, porque sin Barcelona el “proceso” tendría plomo en las alas. Pues bien, la llamada de Mas no surtió efecto y Barcelona no va a estar en manos de quienes impulsan el proceso independentista catalán. ¿O sí? Veamos.
Barcelona en Comú (BComú) se presentó a las elecciones con una posición aparentemente clara en lo relativo a la cuestión nacional: defensa del derecho a decidir, y, en su caso, convocatoria de una consulta ciudadana para decidir si la ciudad debe incorporarse o no a la Associació de Municipis per la Independència. En el programa no había ni una sola referencia a que BComú apoyase (o rechazase) la independencia y, desde luego, por ningún lado salía que se iba a apoyar (ni tan solo plantearse hacerlo) el “full de ruta” firmado por CDC, ERC, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Todo el mundo sabía, por otra parte, que BComú era el resultado de la confluencia de partidos y grupos políticos diversos, algunos federalistas y otros independentistas. La propia Ada Colau había confesado haber votado Sí-Sí el 9N, pero también no ser independentista. No son dos afirmaciones muy coherentes entre sí, pero dejo esa cuestión para otro momento, porque ahora me interesa otra cosa.
Lo que se deriva del párrafo anterior es que BComú no se presentó con un programa independentista ni en el que se plantease la posibilidad de apoyar esa opción (al menos, no sin una consulta ciudadana previa) De hecho, si se mira el programa de BComú, y sobre todo sus puntos prioritarios, se verá claramente que la cuestión nacional y, más específicamente, la de la independencia no ocupan un lugar relevante. El eje que permitió construir BComú fue el social, y la solución a las discrepancias sobre la cuestión nacional entre los diferentes componentes de la plataforma electoral fue la que se ha indicado más arriba.
Pero en la hora de los pactos, resulta que los votos de ERC en el consistorio son esenciales para hacer alcaldesa a Ada Colau y, especialmente, para poder gobernar los próximos cuatro años. Y ERC planteó, como condición sine qua non para su apoyo a Colau, que esta y su grupo se pronunciasen inequívocamente por la independencia. En un primer movimiento defensivo, pero que deja bien claro dónde está la hegemonía política en este momento en Cataluña, Colau declaró que ellos no serían un obstáculo para el “proceso”. En realidad, con ello ya fue un paso más allá de su compromiso electoral, porque el “proceso” ya no es el derecho a decidir, sino la independencia. Y si alguien declara que no solo no va a ser un obstáculo para el “proceso”, sino que va a ser, incluso, como afirmó poco después la propia Colau, su mejor aliado, entonces está colocándose en una posición donde, en mi opinión, la inmensa mayoría de sus electores no pretendía que se colocase cuando depositó su papeleta en la urna.

El voto joven que se estrenó en estas elecciones y el proveniente de sectores tradicionalmente abstencionistas, no parece que vibre demasiado con la exhibición de esteladas ni con las concentraciones masivas como la que se anuncia para el 11S en la Meridiana


Unos días después del órdago de ERC y de esas declaraciones poco tranquilizadoras para muchos de sus votantes, Ada Colau ofreció la imagen que esperaban de ella quienes habían dado su confianza a la candidatura que encabezó: fidelidad al programa y cumplimiento del mismo hasta allí donde las circunstancias lo permitan. Eso fue lo que hizo al rechazar la exigencia de ERC con el argumento de que BComú no había contemplado en su programa la incorporación a la hoja de ruta patrocinada por Mas y Junqueras. No ha pasado ni una semana de esta razonable argumentación, y Ada Colau vuelve a sembrar dudas sobre qué hará un Ayuntamiento encabezado por ella en relación con un posible proceso unilateral de independencia en Cataluña. Un nuevo cambio de posición que, junto a otros que se han producido en las últimas semanas en otros temas, pudiera llevar a pensar que a Ada le falta políticamente un hervor (en el mejor de los casos) o que (en el peor) para ella eso de los principios es relativo y que, como hubiera dicho el gran Groucho, si no nos gustan esos, tiene otros.
De otra manera no se entiende que, tras reunirse este lunes con los líderes de la ANC y de Òmnium, haya declarado que participará en la manifestación del 11 de septiembre, no a título individual, en ejercicio de sus derechos de ciudadana, sino como alcaldesa. Y el argumento es que con ello mostraría el apoyo institucional al “proceso” y reforzaría la pluralidad del mismo. Colau parece olvidar que la manifestación del 11S no será por el derecho a decidir, sino por la independencia, y que la única pluralidad que tiene el “proceso” en este momento es la que hay entre independentistas de derechas e independentistas de izquierdas. Como alcaldesa, Ada Colau representará a toda la ciudadanía de Barcelona y no puede ignorar que cientos de miles de barceloneses votaron el 24M a candidaturas que se oponen abiertamente a la independencia de Cataluña o que, como mínimo, y sería el caso de la suya propia, no hicieron bandera de ella en la campaña electoral. Es más, Colau no puede no saber que una gran parte de sus votos provienen de un electorado que ha votado tradicionalmente socialista y que esta vez no lo ha hecho, no por la tibieza del PSC con el “proceso” (quienes se fueron por ese lado han acabado en ERC, no en BComú), sino por su tibieza izquierdista y su responsabilidad pasada en las políticas que han llevado al desastre social en el que estamos. Ese granero de votos, que se suma al aportado por ICV-EUiA, el voto joven que se estrenó en estas elecciones y el proveniente de sectores tradicionalmente abstencionistas, no parece que vibre demasiado con la exhibición de esteladas ni con las concentraciones masivas como la que se anuncia para el 11S en la Meridiana.
Esta última afirmación no es una mera suposición, sino que hay datos que permiten sostenerla contundentemente. Para empezar, no debe perderse de vista una cuestión creo que muy relevante: en Barcelona se presentaron en las pasadas elecciones dos candidaturas con programas muy similares en casi todo, excepto en la cuestión nacional: la de BComú y la de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP.) De hecho, los programas están tan próximos que la CUP no ha tenido problemas para ir en otras ciudades (Badalona, Terrassa…) con grupos que en Barcelona formaban parte de BComú. Programas similares en lo social, en lo económico y en muchos aspectos políticos. Pero con una divergencia radical: mientras la CUP defendía sin reservas la independencia y la creación de una República Catalana si el 27S hay mayoría independentista en el Parlament, BComú no lo hacía y optaba por la prudente (ambigua, dirán algunos) posición antes mencionada.
Eso quiere decir que quienes en Barcelona estaban por una propuesta de ruptura política y cambio social podían escoger entre dos candidaturas muy similares en función de sus preferencias en la cuestión nacional, y más concretamente de su posición sobre la independencia. Con esta premisa, analicemos algunos datos relativos a los resultados electorales del 24M.
La primera evidencia es que BComú recabó el 25,21% de los votos en la ciudad, frente al 7,42% de la CUP. Es posible que una parte de los votos de BComú pudieran venir de sectores independentistas, pero dudo mucho que fuese un porcentaje relevante habida cuenta de que la CUP cubría nítidamente esa opción. Pero veamos algunos datos especialmente significativos. Los 10 barrios de Barcelona donde BComú obtuvo sus mejores resultados fueron, por este orden, Vallbona, Trinitat Nova, Torre Baró, Can Peguera, Prosperitat, Bon Pastor, Marina del Prat Vermell-Zona Franca, Roquetes, Canyelles y Baró de Viver. En ellos, el resultado de BComú osciló entre el 40,3% de Vallbona y el 37,4% de Baró de Viver. Pues bien, en esos diez barrios, la CUP no llegó al 5%, con la sola excepción de Can Peguera, donde obtuvo el 8,2%. En los otros nueve barrios, su resultado osciló entre un mínimo del 1,0% (Marina del Prat Vermell-Zona Franca) y un máximo del 4,6% (Vallbona).
Si en el conjunto de la ciudad, BComú multiplicó por 3,4 los votos de la CUP, en Marina del Prat Vermell-Zona Franca lo hizo por 37, en Baró de Viver casi por 21, en Torre Baró por más de 17, y en Vallbona casi por 9. Nótese que en esos 10 barrios (que están entre los de menor renta de toda la ciudad), la CUP estuvo en todos (menos, nuevamente, en Can Peguera) muy por debajo de su media en el conjunto de Barcelona (7,42%) Esos barrios tienen una estructura social netamente popular, de clase trabajadora y predominantemente castellanohablante. Una estructura idéntica a la de localidades del área metropolitana de Barcelona como Santa Coloma de Gramanet, L’Hospitalet o Cornellà donde el nacionalismo catalán ha sido reducido a la irrelevancia y donde las posiciones contra la independencia son abrumadoramente mayoritarias.

BComú ha ganado las elecciones por sus propuestas de ruptura política y de cambio social, pero también porque se ha presentado como el ejemplo de lo que debe ser la nueva política


BComú ha ganado las elecciones porque esos barrios (y otros muchos de características similiares donde BC ha superado el 30% de votos, como La Clota, Verdun, Ciutat  Meridiana, Teixonera, Carmel, Besòs i Maresme…) se movilizaron masivamente para desalojar a la derecha independentista del Ayuntamiento. Lo hicieron movidos por el eje social (despreciaron absolutamente el voto independentista a la CUP) y seguramente no entenderían cómo su voto puede llegar a ser utilizado para hacer del Ayuntamiento dirigido por Ada Colau el mejor aliado del “proceso”.
BComú ha ganado las elecciones por sus propuestas de ruptura política y de cambio social, pero también porque se ha presentado como el ejemplo de lo que debe ser la nueva política. Pues bien, esa nueva política no puede iniciar su camino traicionando a un amplísimo sector de sus bases electorales. Peor: no puede empezar utilizando el voto de sus electores para avanzar justo en la dirección contraria a la que, en la cuestión de la independencia, la mayoría de los mismos querría situarse.
Todo ello, además de éticamente grave, sería un inmenso error político. Si algo han demostrado las elecciones del 24M en toda España es que la confluencia de las fuerzas situadas a la izquierda del PSOE (el PSC en Cataluña) es la única posibilidad de desbancar (en colaboración postelectoral con los socialistas) a la derecha española y catalana de las posiciones de poder que ocupa. En Cataluña, como ha demostrado BComú, esa confluencia solo es posible poniendo el eje de la política en la cuestión social, sin que eso suponga renuncia al cambio del modelo territorial del estado español en un sentido radicalmente federal y plurinacional, pero siendo conscientes de que, en este momento, esa no es la prioridad para muchos de los potenciales votantes de un Frente Amplio. Las declaraciones de Ada Colau el pasado lunes no ayudan precisamente a esa confluencia, y más bien la dificultan y ahuyentan a un electorado que puede no estar seguro de lo que se va a hacer después con su voto.
Finalmente, y por si Colau no se ha dado cuenta, la manifestación del 11S ya ha sido presentada como el acto unitario con el que abrirán la campaña electoral catalana los partidos que han firmado el “full de ruta”. Con el anuncio de su presencia en la manifestación, Colau puede estar dando apoyo a un acto electoral de los competidores directos de una hipotética formación equivalente a la que a ella la va a llevar a la alcaldía. Así pues, Ada, piénsatelo un par de veces y no te equivoques.


domingo, 7 de junio de 2015

Libertad de expresión, mala educación y fundamentalismo (Por Adrià Casinos)

Uno puede preguntarse si la libertad de expresión tiene límites, o si la mala educación es sancionable, pero lo que es incuestionable es que hubo premeditación, alevosía y mala fe, por parte de no pocos. Como muestra un botón: la media sonrisa cínica de Artur Mas durante el ejercicio de la libertad de expresión



La monumental bronca de la final de copa ha generado polémica. Con situaciones intermedias, las opiniones se mueven, fundamentalmente, entre los que la justifican en nombre de la libertad de expresión, y los que piden sanciones.
Por supuesto que en una democracia existe la libertad de expresión, como tantas otras (al menos de momento). Y por supuesto que todas ellas tienes sus límites. La libertad de comercio no autoriza la estafa. Se me dirá que la transgresión de los límites de la libertad de comercio, es más clara que el equivalente respecto a la de expresión. Quizá. Pero si un tipo le suelta una grosería a una mujer en la calle, creo que nadie lo defendería en nombre de la libertad de expresión. La mujer se sentiría insultada, como creo que se debieron sentir insultados miles de aficionados que vieron el partido sin estar en el estadio. Y algunos que sí estaban y tuvieron que tragar quina. Pondré otro ejemplo, ese también en términos colectivos.
Si no recuerdo mal, a consecuencia de la masacre del 11-M se organizó en Madrid un concierto de solidaridad, en el que participó Raimon. Su actuación fue boicoteada por los gritos de los energúmenos de la caverna contraria. Fuimos muchos los que nos indignamos (y remarco la primera persona del plural) y supongo que entre ellos debía haber algunos de los que justifican lo del pasado sábado. ¿Fue víctima Raimon de la libertad de expresión? Si ahí el insulto fue individual, también lo fue el que se propinó, de forma igualmente gratuita, al jefe constitucional del estado. Y eso lo dice un republicano de los pies a la cabeza.
Añado que a mí las charangas patrioteras, ni fu, ni fa. Ni por ética, ni por estética. Musicalmente suelen ser bastante deleznables y, por lo que hace a la letra, acostumbra a reducirse a un “Viva nosotros, mueran los otros”, con variación en el número de pareados. En muy pocos casos me motivan. En sentido negativo, tengo que confesar que el Deutschland über alles no deja de producirme escalofríos, al menos por lo que hace a la letra. Y eso a pesar de los bellos compases de Haydn, en especial en el cuarteto originario, que constituyen una excepción en lo dicho antes a propósito de la calidad musical. 

Creo que ya va siendo hora de desdramatizar símbolos, lo cual no es incompatible con el respeto hacia los demás, y la buena educación


Pocos himnos me motivan positivamente. En primer lugar, La Marsellesa, como símbolo del tránsito de súbdito a ciudadano; ha sido himno universal en muchas situaciones de opresión durante dos siglos. Le Chant des Partisans, por razones obvias. El Himno de Riego, borrado de la faz de la tierra española por la reacción local, aliada a la exterior (1823, los Cien Mil Hijos de San Luis; 1939, Legión Cóndor y tutti quanti). La Internacional, como expresión de una utopía a la que no renuncio.
Pero a pesar de los pesares, salvo en una situación realmente excepcional, no silbaría el Deutschland über alles, porque comprendo que para muchos alemanes progresistas puede significar o haber significado algo. 
Creo que ya va siendo hora de desdramatizar símbolos, lo cual no es incompatible con el respeto hacia los demás, y la buena educación. Un ejemplo de desdramatización lo tuve hace pocos años en Buenos Aires, un 25 de mayo, aniversario de la Primera Junta. Acudí a un teatro de Corrientes y antes de empezar la función sonó el himno nacional argentino (“Oíd mortales…”). En un momento determinado del citado himno, se interrumpe la letra y solo suena la música, lo que fue aprovechado por una chica que tenía en la fila de delante para marcar el ritmo con sus bellas posaderas. Creo que sería un buen ejemplo a seguir, un pequeño antídoto antichovinista.
En definitiva, uno puede preguntarse si la libertad de excepción tiene límites, o si la mala educación es sancionable, pero lo que es incuestionable es que hubo premeditación, alevosía y mala fe, por parte de no pocos. Como muestra un botón: la media sonrisa cínica de Artur Mas durante el ejercicio de la libertad de expresión.
Y vayamos ahora a hablar del fundamentalismo. Mientras hacía las maletas para partir a Qatar (el “pagano” del Barça),  Xavi Hernández ha sido una de los voceros que ha salido en defensa de la libertad de expresión. Pues nada, a ejercerla en su nuevo destino. No se trataría de heroicidades como la de Charlie Hebdo. Tan solo comentar que no entiende cómo en pleno siglo XX sigue habiendo monarquías absolutas, o poligamia (empezando por el propio jeque); o por qué de los dos millones de habitantes de Qatar, únicamente 250.000 tienen la ciudadanía; o el papel que están desempeñando los petrodólares cataríes en el conflicto de Siria, el sufrimiento de su pueblo y la destrucción de monumentos patrimonio de la Humanidad. Pero en fin,  “qui paga, mana”, como decimos en catalán. Y dónde haya un buen estadio, que se quiten las cuatro piedras viejas de Palmira.