El reduccionismo de nuestras élites es una constante. Son incapaces de ver cómo un mundo sin fronteras va mucho más allá de ser una oportunidad de negocio y de dominio en el propio beneficio: no saben nada del enriquecimiento cultural de los intercambios humanos y los saberes plurales
Sin fronteras. No es un tópico. El todavía inacabado caso del espionaje masivo es una de las caras de un mundo en el que todos dependemos de todos y no tenemos demasiada idea de la dimensión de esta interdependencia. La montaña de datos sobre nuestras vidas es desbordante, pero estoy entre los escépticos sobre cómo se interpretan estos datos. Creo que nunca llegarán a conocernos y estoy convencida de que quienes organizan e interpretan tales ‘conocimientos’ sólo ven una parte sesgada de la realidad, una parte influida por dos tóxicos venenosos: ganar dinero y afán de poder.
Permitidme esta simplificación: hay suficientes precedentes
de que la élite que nos dirige (incluyo ahí a las élites globales y a las
locales, todas tan parecidas en su toxicidad) es incapaz de abrir su cerebro a
otros objetivos que no sean el poder y el dinero. Ellos organizan el planeta de
modo homogéneo y conciben la realidad humana a medida de su pobre inteligencia.
Utilizan, es un ejemplo, los fabulosos avances de la tecnología no a beneficio
de los seres humanos sino de acuerdo con sus lamentables límites mentales. Enmascaran su tóxico trabajo con buenísimas
intenciones: todo es por nuestro bien.
Todos vemos como inventos fabulosos, tal como la televisión
que debía haber sido una ventana abierta al mundo, ha acabado en las peores
manos posibles. Las consecuencias son diversas: subrayo la educación de la
sensibilidad humana de tantos espectadores de televisión hacia lo banal, el
individualismo y la indiferencia.
El resultado de la combinación de la cultura del dinero con la del
espectáculo que explota los sentimientos más primarios moldea individuos clónicamente
parecidos a esas élites causantes de su ‘enfermedad’: seres sin capacidad crítica,
de horizontes limitados y moralidad adaptable a intereses ajenos.
Este reduccionismo de nuestras élites es una constante, allí
y aquí mismo. Son incapaces de ver cómo un mundo sin fronteras va mucho más allá
de ser una oportunidad de negocio y de dominio en el propio beneficio: no saben
nada del enriquecimiento cultural de los intercambios humanos y los saberes
plurales. Lo extraordinario de nuestro mundo contemporáneo es precisamente la
variedad de experiencias humanas y de conocimientos diversos que ofrece. Seguro
que no hace falta que lo subraye en este blog: todos lo sabíamos. Ser de
izquierdas es también apertura al mundo y su realidad para compartir
experiencias y riquezas culturales y materiales. Y hay otra diferencia: las élites
tóxicas se reconocen unas a otras globalmente en sus intereses de influencia y ‘omertá’
(como Eurovegas), la izquierda prefiere hablar de amigos, equipos y horizontes de
colaboración para los ciudadanos del mundo.
Necesitaba aclarar (ya que es la primera vez que intervengo en
este foro) cual es mi punto de partida, antes de expresar mi total asombro
frente a todo aquel que en este mundo interrelacionado que vivimos y en el cual
compartimos sobre todo esas culturas hegemónicas teledirigidas, pretenda
declarar un utópico e indefinido ‘derecho a decidir’ que enmascara un todavía más
utópico horizonte de independencia política. Sobre todo si se trata de
reclamarlo para un territorio, como el de nuestra actual Cataluña que, a lo
largo de su historia, se ha conllevado (no podía ser de otra manera) con toda
clase de influencias exteriores y ha integrado de diversas formas a la gente más
distinta.
¿Por qué el cierre de esta cultura abierta? ¿No es esta
apertura una de las grandes lecciones de nuestra historia de la que podemos
estar bien orgullosos como catalanes? Esta sería, para mí, la incógnita: ¿por
qué esta deriva?
Solo puedo trabajar sobre hipótesis basadas en experiencias
históricas y, por supuesto, contemporáneas. Lo que las generaciones que hoy convivimos
hemos vivido es la extraña experiencia de que la utopía independentista se
apodera de la ortodoxia cultural y de la opinión dominante, tras los mejores
treinta años de la historia de este rincón del mundo, que Cataluña ha logrado,
precisamente, junto a la democracia española. ¿Por qué este salto, más allá del
condicionante de la crisis económica y de los cambios propios de una cultura ‘global’ a la que he hecho referencia?
¿Qué ha cambiado para que los catalanes hayan dejado de ser
un pueblo integrador de mestizajes diversos a querer ser un todo homogéneo,
unidireccional y autorreferencial? Mi formación como periodista y
observadora/investigadora de nuestra sociedad me lleva a contemplar una evolución
que ha cultivado este sentimiento de autocomplacencia (a lo largo de los 23 años
de Jordi Pujol, que se prolongaron con los dos tripartitos de Maragall –que
quiso ser Pujol- y Montilla –que quiso ser Maragall-) que impermeabiliza las sensibilidades de las nuevas
generaciones. Éstas creen ser muy abiertas (a la tecnología, a la ultramodernidad
y a la globalización) y acaban siendo el fruto de lo que Marshall McLuhan
definió como la ‘aldea global’. Para ser claros, al igual que tantos
norteamericanos, provincianos convencidos de ser el ombligo del mundo, hemos
recogido el fruto de una cultura que se ve a sí misma como el ‘no va más’, pero
es incapaz de mirar más allá de su nariz y entender la obvia riqueza de la
pluralidad de sus miembros y también de sus vecinos a quienes, sin grandeza o
generosidad alguna, acaban excluyendo (¿o se trata, mejor, de una autoexclusión?).
¿Qué ha cambiado para que los catalanes hayan dejado de ser un pueblo integrador de mestizajes diversos a querer ser un todo homogéneo, unidireccional y autorreferencial?
No estoy entre quienes piensan que aquí la gente nace
cosmopolita: eso se aprende abriéndose al mundo. Josep Pla hablaba del ‘vuelo
gallináceo’ tan propio del país. Pero personalmente he visto como el prestigio
de Barcelona, como ciudad creativa (en diseño, música, cine, arte, moda, etcétera)
ha ido decreciendo a medida que lo ‘gallináceo’ iba avanzando. He visto como la
gente más creativa se iba, por ejemplo, a Madrid masivamente (los periodistas
de cierta época, actores de teatro…). Tuve la suerte de conocer esa Barcelona
pionera en los setenta de la democracia y de una cultura sin mordazas y veo hoy
en mi entorno como callan mis colegas bajo el peso de una hegemonía cultural
que ha transformado ‘lo propio de esta Cataluña imaginada independiente’ en
norma social capaz de integrar o rechazar, sin miramientos. Yo misma he escrito
mucho sobre este tema desde los años ochenta. Creo que es ocioso insistir en esos cambios obvios y
observables en nuestro entorno.
Me interesa sí subrayar que el cambio ha sido impulsado por
unas élites poco capaces de apreciar la riqueza humana y cultural de la
pluralidad interna del país y de su entorno: las sociedades democráticas no son
monolíticas en ningún caso. Esas élites catalanas, poco estudiadas con el rigor
y seriedad necesarias todavía, componen un grupo dirigente perfectamente capaz
de utilizar todos los recursos mediáticos y culturales para incidir en la
sensibilidad mayoritaria y acrítica, premiando la docilidad constantemente
desde los ochenta hasta ahora mismo. No hay improvisación sino diseño histórico
modelado a voluntad del programador de nuestra colectividad.
En eso, las élites burguesas catalanas que surgieron a
partir de los años setenta en sustitución de las antiguas élites de la burguesía
industrial conservadora (tan ambiguamente catalanistas como españolistas) han
sido muy hábiles en su estrategia moderada pero inagotablemente populista que
ha cultivado el victimismo más elemental. También han sido siempre incapaces de
reconocer su escasa capacidad de gestión del día a día catalán y de conexión
con otras élites españolas, salvo con aquellas relacionadas con negocios sin
transparencia o políticamente complementarias (¿cuánto ha ayudado el cierre del
Gobierno Rajoy al crecimiento del independentismo?). Esas nuevas élites han
heredado del franquismo algunos hábitos como el caciquismo transformado en un
clientelismo interesado que expresa perfectamente su idea de que el territorio
es algo así como su finca particular.
Las nuevas élites han heredado del franquismo algunos hábitos como el caciquismo transformado en un clientelismo interesado que expresa la idea de que el territorio es algo así como su finca particular. ¿Y si la realidad de la utópica independencia acaba siendo la reproducción de ese caciquismo clientelar y monocorde?
No hago otra cosa que intentar describir el panorama en el
que los catalanes nos hemos movido en las tres últimas décadas. ¿Y si la
realidad de la utópica independencia acaba siendo la reproducción de ese
caciquismo clientelar y monocorde? ¿No hay demasiada oscuridad en un proyecto
especialmente tocado por el populismo más claro? ¿Dónde están los líderes que
expliquen qué futuro concreto se vislumbra? Nunca hemos leído en la prensa de
aquí artículos que analicen seriamente, con rigor sociológico, este tipo de
conductas y cabe preguntarse el porqué de tal silencio. El temor a represalias,
de cualquier tipo, es sin duda, importante. Cabe imaginar que pese al silencio
quedan en Cataluña mentes capaces de analizar estas cosas con precisión, lo que
está claro es que esas tesis no gustan a quién es capaz de dar curso público a
su expresión. No existe transparencia alguna, salvo en escasos ejemplos.
No quiero extenderme más. Creo que si algo puede hacer este
movimiento de encuentro de gente que piensa que la izquierda sigue teniendo un
imprescindible espacio social es, precisamente ayudar a poner de manifiesto que
ese espacio social existe. Nuestra reivindicación, por tanto, es la de la pura
existencia de la pluralidad. Elemental, sin duda. Qué días, como dijo Brecht en
los que hay que luchar por lo que es evidente. En eso estamos, amigos.
Hacen falta élites (minorías) honestas, inteligentes,
abiertas y transparentes. Élites no tóxicas que devuelvan a la pluralidad
catalana su plural expresión ¿Mucho pedir? Como ciudadana del mundo sé que
siempre son las minorías erradas quienes causan los mayores conflictos de la
historia mientras las mayorías se asombran y callan porque temen.
Excelente post de Margarita Rivière. La mezcla de populismo y vuelo gallináceo de las élites nos ha llevado a la situación actual. Responderán que la culpa es de Madrid, claro, pero no dirán que lo que ellos entienden por "Madrid" es en parte culpa también nuestra (bueno, de nuestras élites, a las que hemos dejado seguir siendo élites).
ResponderEliminarHay una izquierda independentista que se postula contraria a dichas élites tóxicas, pero que les ha acabado haciendo el juego. Los números no salen si miramos el 11-S y nos preguntamos dónde estaban las masas independentistas que quieren cambiarlo todo en la manifestación del 19 de octubre. Apenas unos miles de personas. Así, pues, asisitimos a una deriva populista que ha tenido éxito entre las clases medias, el sector realmente movilizado. No hay una verdadera apuesta por el cambio de sistema salvo entre una minoría muy concienciada. En este caldo espeso hay una élite con visión global, pragmática, la de los grandes negocios, que se ha reposicionado: no conviene poner puertas al campo. La élite más provinciana, la del vuelo gallináceo, en cambio, aspira a vivir de su propio chiringuito. Esta facción es mucho más tóxica. A la primera se la combate desde organizaciones más potentes, trasnacionales (la gran asignatura del sindicalismo y de la izquierda del siglo XXI). A la segunda es mucho más difícil combatirla, es más sutil, un caciquismo de perfil bajo. La primera cree en el Estado como aliado estratégico o como cliente prioritario. La segunda ni siquiera cree en el Estado, sólo aspira a minimizarlo hasta el límite para servirse de él.
ResponderEliminarMe parece un texto excelente, que ayuda a centrar el debate y a abrir la perspectiva sobre lo que vivimos. Es muy difícil analizar el presente cuando uno anda tan metido en lo diario y lo cotidiano, pero las ideas que se expresan aquí sirven para darse cuenta. Yo he pensado de forma intuítiva en el concepto del "vuelo gallináceo" aplicado a la realidad cultural catalana (generalizando, claro). También me parece haber visto una caída evidente en ambición y horizontes, una sorprendente tendencia a mirarse el ombligo y a quedarse fascinado y satisfecho. Lo he observado en la literatura, en TV3, en la prensa escrita. Y naturalmente en el discurso cotidiano de las personas. Hay miles de ejemplos de ello.
ResponderEliminarIntuyo que gran parte del nacionalismo (o independentismo) catalán quiere ahondar en esta dirección para construir un país pequeño en todos los sentidos, con un aparato político minúsculo que permita el retorno del caciquismo más triste y que sin duda atraerá a lo peor del capitalismo global. La tendencia de Mas a montar casinos y loterías puede ser un indicio...
Una bona anàlisi. Comparteixo alguns dels arguments exposats. Aprofito per passar-vos un enllaç a l'article "L'apropiació del sentiment independentista com element de distracció", a la Revista Àmbits del Col·legi de Politòlegs i Sociòlegs de Catalunya.
ResponderEliminarhttp://ambitscolpis.com/2013/01/16/lapropiacio-del-sentiment-independentista-com-element-de-distraccio/