El periodista palestino Sayed Kashua publica una novela escrita en hebreo en la que describe la difícil convivencia en la región. "Los israelíes son obsesivamente nacionalistas y la educación está impregnada de nacionalismo; y los palestinos pretenden hacer lo mismo. Hay una obsesión por la identidad nacional, que es excluyente”, explica
Sayed Kashua nació en Tira (Israel), en 1975. Es periodista
y autor de diversas novelas. Una de ellas, Segona
persona del singular (Edicions de 1984) fue publicada en España traducida al catalán poco antes del
último estallido que dio pie a Israel para volver a bombardear Gaza. Él es palestino,
aunque escribe normalmente en hebreo, lo que no deja de ser una cierta anomalía.
Tras la última agresión, decidió exiliarse en Estados Unidos.
En su última obra, Kashua describe una doble historia: un abogado palestino compra un
libro de segunda mano y en su interior halla una nota manuscrita de su mujer
dirigida a un hombre que él no duda en pensar que es su amante. En paralelo, la
historia de un joven palestino que cuida a otro joven judío que se halla en
estado casi vegetativo, hasta descubrir que, en realidad, podrían ser
intercambiables. Una metáfora sobre las relaciones entre las diversas
comunidades que, mal que bien, conviven en Israel, donde la historia está al
servicio de la ideología nacional. Kashua no deja de reflexionar al respecto
desde la convicción de que “no hay una sola nación que pueda enorgullecerse de
su pasado”.
“Escribo en hebreo porque es la lengua en la que he
estudiado desde que tenía 15 años. En la escuela privada a la que asistía todos
los libros estaban en hebreo, de forma que es mi lengua principal”, explica
Sayed Kashua.
La obra está narrada desde diversos puntos de vista. “Era la
mejor forma de hacerlo. Alterné la primera y la tercera persona porque, en
realidad, son dos historias, pero lo que hice, en parte, fue seguir mi instinto
literario y sentí que era mejor así. Al principio la historia era sólo la de
Amir, el personaje del palestino que cuida a un judío enfermo. Pero vi que no
era suficiente, de modo que empecé a escribir la historia de un abogado que
encuentra una nota manuscrita en un libro que adquiere en una tienda. En la
primera versión se enamoraba de la
autora de la nota, pese a que no la conocía, a que sólo sabía que era una
mujer. Y abandonaba a su familia para buscarla. Luego me di cuenta de que no
podía ser así. La nota era de su propia mujer y eso aumentaba su amor por ella.
Y esa nota permitía cruzar las dos historias, porque había sido enviada a Amir
dos años antes”.
En la novela, como es habitual, todos los personajes
responden a un nombre, menos uno: el abogado. “Eso es algo que tampoco estaba
previsto. Me pareció que la denominación ‘el abogado’ era más adecuada que
cualquier nombre, lo identificaba mejor. La mayoría de los personajes tienen
nombres que pueden ser tanto árabes como israelíes: Amir, Leila. Para el
abogado no tenía un nombre así”. No obstante, Kashua sabe que, aunque no figure
en el libro, el personaje tiene nombre: “Sami”.
Tras descubrir la nota e imaginar el engaño de su mujer, el
abogado enloquece y empieza a interpretar todos los datos como una verificación
de la traición. “Se vuelve paranoico, por su inseguridad. Él sabe que no
pertenece a la ciudad. Lo normal entre los palestinos es estudiar en ella y
luego volver al pueblo, aunque trabajes en la ciudad. Él no vuelve, de modo que
vive como en un perpetuo fingimiento, en un lugar que no le corresponde. Y tiene asumido lo que siempre se le ha
dicho, que si no cumple las normas todo lo que le puede ocurrir será malo. Cuando
encuentra la nota cree que su mujer le engaña y que es el castigo por no haber
respetados las reglas”. A partir de ese momento, “es presa de los celos. En
realidad, se había casado sin amor, porque había que hacerlo. Su mujer fue la
primera muchacha a la que conoció. De modo que aquella nota manuscrita colapsa
su vida y, por primera vez, se da cuenta también de que siente amor por ella.”
"Ojalá la historia dejara de ser un instrumento para justificar el propio nacionalismo y se enseñara que ambos, judíos y palestinos, pertenecen a esa misma tierra, sin rechazar el sufrimiento que han padecido ambos”, dice el escritor
Uno de los personajes secundarios hace una pregunta que
nadie responde: “¿Por qué hay que fortalecer el patriotismo de los palestinos?”.
La respuesta, señala el autor, “está esparcida a lo largo del libro, en el que
aparece y reaparece el nacionalismo. Tanto el palestino como el israelí, pero
sobre todo este último. Los israelíes son obsesivamente nacionalistas y la
educación está impregnada de nacionalismo; y los palestinos pretenden hacer lo
mismo. Y eso se refleja en todo el texto: la obsesión por la identidad nacional,
que es excluyente. No puedes ser judío, formar parte del pueblo judío, si no
tienes una madre judía. Sería estupendo que no fuera así, que todos pudiéramos
compartir un mismo Estado sin que
hubiera ciudadanos de primera y de segunda”.
“Si miramos el sistema de educación israelí”, comenta
Kashua, sobre el uso de la historia con fines nacionalistas, “veremos que no se
enseña realmente historia. Sólo se recogen los hechos que justifican que el
pueblo judío tiene derecho a estar allí porque ya había estado allí antes. Aunque
las personas de hoy no sean las mismas de hace siglos, y aunque haya gente de
otras religiones. Se enseña a los niños historia, pero los hechos que se
cuentan en clase son diferentes según la comunidad. Ojalá un día se pudiera
enseñar una historia que lo englobara todo y les impulsara a aceptarse
conjuntamente. Ojalá que la historia dejara de ser un instrumento para justificar
el propio nacionalismo y se enseñara que ambos, judíos y palestinos, pertenecen
a esa misma tierra, sin rechazar el sufrimiento que han padecido ambos”.
Ese uso del pasado reconstruido es, afirma, un grave
inconveniente. “Tengo la impresión de que todas las naciones han realizado
actos bárbaros y cosas importantes. Quizás estaría bien que nos
enorgulleciéremos de lo que hayamos hecho nosotros, si hemos hecho algo
positivo. No sé si hay buenas razones para estar orgullosos de todo el pasado
nacional, sea el de los árabes o el de los judíos o el de otras naciones”.
La novela, reconoce, es una metáfora sobre la integración de
alguien en un grupo, en una sociedad. Amir dedica mucho tiempo a averiguar cómo
pasar por judío: con la ropa, con la música, con las lecturas, la familia.
Trata de hallar la clave para ser como el personaje al que cuida”. El narrador
llega a sostener que, en realidad y con la excepción de la salud y la nación a
la que cada uno pertenece, los dos jóvenes son como “gemelos”. Y es que “sólo
por el aspecto no es fácil conocer la identidad de la gente. Incluso el
abogado, que cree que puede hacerlo a simple vista, se da cuenta de que no. De
hecho, hay muchos judíos que proceden de países árabes aunque sean de familias judías.
La única diferencia es que si eres judío tienes más derechos”.
La novela está ambientada en Jerusalén y los lugares de la
ciudad son descritos de forma realista, pero Kashua cree que la obra podría
haber sido ambientada en cualquier otro sitio: “Es una novela sobre los celos y
podría ocurrir en cualquier lugar. Pero eso tomo como punto de partida la Sonata a Kreutzer de Tolstoi. Por
supuesto, aparecen caracteres de la comunidad donde ocurre, Israel, pero el
asunto central son los celos y esos se dan en cualquier tiempo y lugar”.
La obra obtuvo el premio Bernstein cuando fue publicada en Israel en 2011. Un galardón
destinado a autores de menos de 50 años. Hasta ahora sólo se había traducido al
castellano Árabes danzantes
(Tropismos, 2006), hoy prácticamente inencontrable.