Quizá la diferencia entre referéndum y plebiscito no esté jurídicamente clara, pero sí que lo está en el ámbito político. Los plebiscitos se convocan para sancionar una situación de facto. El secesionismo se cree precisamente en esa situación de irreversibilidad, producto de largos años de engrasar cuidadosamente el mecanismo
En práctica médica
es cosa ampliamente aceptada que la peor situación para un posible enfermo, es
la incertidumbre. El diagnóstico, aunque sea malo, es la única y mejor
solución. Pues bien, los ciudadanos catalanes ya tienen su diagnóstico en el
pacto firmado por Convergència y ERC. Pero diagnóstico no implica
necesariamente terapia. Sobre todo en el presente caso, cuando los galenos se
empeñan en afirmar que el enfermo está sanísimo, mientras que para cualquier
observador objetivo los síntomas de metástasis comienzan a ser evidentes.
Y sin embargo creo
sinceramente que la mayor parte de comentaristas que no comulgan con el
secesionismo, aunque son conscientes de la enfermedad, no van más allá de
recetar aspirina. En una palabra, creen que el pacto y su articulado no son más
que gesticulaciones y bravuconerías. Que la supuesta declaración de
independencia en 6 meses (antes era en 18) es imposible. Y en eso reside el
error. Creer lo que quieren hacerles creer. Lo que las fuerzas secesionistas
están fijando no es la fecha de la separación, sino la del conflicto. El
objetivo es crear un conflicto lo suficiente grave y desestabilizador como para
que, en el contexto europeo de soberanía limitada, los que cortan el bacalao decidan
que los costos de mantener la unidad son demasiado elevados, y fuercen al
gobierno español a aceptar la secesión. Ni más ni menos. Por supuesto que la
jugada puede fallar. Esa misma oligarquía puede llegar a la conclusión que una
balcanización del flanco sudoeste europeo es suicida, y no solo se pida a
Madrid mano dura, sino que se le exija. El tiempo lo dirá.
Y digo eso porque
me parece que el panorama que tendremos el 28 de setiembre está bastante claro.
La lista unitaria, más los diputados de la CUP, que aplazarán por supuesto la
revolución pendiente, más quizá algún tránsfuga de eso que se ha dado en llamar
“izquierda transformadora”, y una ley electoral a medida, no van a dar una
mayoría apabullante, pero sí suficiente, en escaños. Y resulta absurdo intentar
que los secesionistas se definan sobre qué mayoría consideran suficiente para
proclamar la independencia, o si esta ha de ser de votos o escaños. Utilizarán
la que tengan, sin sonrojo ni escrúpulos, basándose en el carácter
plebiscitario que quieran dar a las elecciones, y que es imposible neutralizar.
Este país lleva tres años en el total desgobierno, girando alrededor de un tema
monocorde, y el bloque soberanista va a poner toda la carne en el asador para
que cualquier otra propuesta política quede difuminada, y
tenga un peso irrelevante en la opción de voto. No creo que sea casualidad que haya elegido el adjetivo “plebiscitarias” en lugar de “referendarias”. Quizás la diferencia entre referéndum y plebiscito no esté jurídicamente clara, pero sí que lo está en el ámbito político. Los plebiscitos se convocan para sancionar una situación de facto. Así el que siguió al “Anschluss” o los diversos que llevaron a la
unidad de Italia, a remolque de la solución militar (magistralmente
inmortalizados por Visconti en “El gatopardo”). El secesionismo se cree
precisamente en esa situación de irreversibilidad, producto de largos años de
engrasar cuidadosamente el mecanismo. Y probablemente tenga razón, desde el
punto de vista de la generación del conflicto, que está servido.
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