La Unión Europea recibió el Nobel en 2012 por su lucha en favor de la paz, la reconciliación y los derechos humanos. Ahora es el momento de demostrar que esto es cierto con personas que escapan de la guerra, la pobreza o la violencia extrema. La UE debe dar respuestas comunes- federales- y solidarias a sus desafíos comunes
¿Cómo gestionamos
la crisis de los refugiados? se preguntaba el seminario The Economist hace unos
días en su portada. La imagen de una cuerda a punto de cortarse por la que
avanzaban frágiles figuras de refugiados intentaba ilustrar cómo la falta de
una respuesta eficiente y coordinada a la crisis inmigratoria ha puesto en
jaque el proyecto común europeo.
Más de 100.000
refugiados han entrado en Europa en lo que va de 2016 según la Organización
Mundial de las Migraciones (OIM). La mayor parte escapaban de Siria, pero también de países como Afganistán, Irak y Pakistán. La
misma OIM calcula en más de un millón los refugiados que alcanzaron las costas
griegas e italianas el pasado año. Muchos perecieron en el intento, un tercio
de ellos niños.
Muchos
ciudadanos europeos que desayunan cada día con las imágenes angustiosas de las
personas que intentan alcanzar las costas griegas- y las de los cadáveres de
los que no lo consiguen- se preguntan porqué no se han organizado aún brigadas
europeas para rescatar a estas personas. Porqué no se pone en marcha un sistema
efectivo que permita acceder a Europa de forma segura y no en manos de mafias
sin escrúpulos que trafican con la desesperación.
Es
incomprensible, para muchos, que Europa no sea capaz de dar una respuesta
coordinada y eficaz a una tragedia humanitaria que comenzó con la primavera
árabe y que se ha agudizado con el recrudecimiento de la guerra en Siria. No es
un problema que haya explotado ahora en las manos de los mandatarios europeos,
lleva años fraguándose y ha habido tiempo suficiente para abordarlo de manera
coordinada y eficaz.
¿Qué
está fallando? Los artículos 2 y 3.5 del Tratado de la Unión Europea establecen
que los fundamentos de la UE descansan sobre el respeto a la dignidad humana y
la protección de los derechos humanos. Por esta razón, la Unión Europea fue
galardonada en 2012 con el Premio Nobel de la Paz. El Comité noruego del Nobel
destacó entonces que el principal logro de la UE había sido "el éxito de
su lucha en favor de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos
humanos”. “El trabajo de la UE representa la fraternidad entre naciones",
sentenció el Comité del Nobel.
Estos
valores está ahora en cuestión, especialmente entre los países del Este donde
el discurso nacionalista y xenófobo se ha instalado incluso en algunos de sus
gobiernos. Otros, como Austria, se han contagiado de la idea de que la crisis
se solucionará sellando fronteras y han decidido imponer cuotas exiguas que no
disuadirán a unas personas que huyen de la guerra y la persecución y que no
tienen nada que perder.
Detrás de la
inacción y la parálisis se encuentra la división de los miembros de la Unión
Europea en torno a un problema que es común, y que requiere por eso soluciones
compartidas. Pero también la ausencia de herramientas que permitan hacer frente
al problema de forma eficaz. Europa necesita avanzar hacia un modelo federal
que significa mayor integración en todos los niveles, no sólo el económico.
Es necesario
dotarse de una política común de inmigración y asilo que se financie con un
presupuesto europeo y que responda a los valores que inspiran el proyecto común
como son la solidaridad y la cooperación.
En estos momentos
la presión de la ola de inmigrantes recae, según la Convención de Dublín, sobre
los países que les reciben, que hacen de frontera de la Unión Europea, en vez
de repartirse de acuerdo a criterios como el PIB y la población de cada país.
Alemania optó por saltarse el convenio en agosto pasado, para poder acoger de
manera más eficaz al flujo constante de refugiados que de otro modo habría
tenido que devolver a Grecia o Italia, pero la mayoría de países europeos ha
preferido lavarse las manos.
Europa necesita
unificar de forma urgente su política de fronteras pero necesita también que
ésta se adecue a los principios que Europa dice profesar. No podemos poner alambres con cuchillas, como en la
frontera de Melilla hace unos años, ni rociar con gases lacrimógenos a los
refugiados, como hizo Hungría en sus fronteras en septiembre pasado y Macedonia
esta misma semana.
No podemos
olvidar que todas estas personas que mueren ahogadas en el mar Egeo o que
caminan durante semanas expuestas al frío, a la lluvia o a la nieve, escapan de
la guerra, de la pobreza o de la violencia extrema que se vive en sus países.
Voces
europeístas, como la de la presidenta del parlamento italiano, Laura Boldrini,
o el exdirector del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, no se cansan de
repetir que la mala gestión de esta tragedia puede acabar con el proyecto
europeo. El primer paso de esta desintegración podría ser la suspensión del
Tratado de Schengen que garantiza la libre circulación de personas y que
representa uno de los principales logros de la Unión Europea. Si cae Schengen,
caerá todo lo demás, auguran.
Jacques Delors
decía que Europa solo se resuelve con más Europa. “Si Europa se vuelve poderosa
debe ser al servicio del mundo y no de sí misma”, afirmaba en 1991 en un
documento titulado “Primero reforzar, después ampliar”. Sus palabras suenan hoy
más actuales que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario