- Lo que hasta no hace mucho era una gran
plaza pública, un ágora donde convivían coincidencias y discrepancias, se ha convertido en una
enrevesada acumulación de callejuelas por las que deambulamos en direcciones
opuestas. Unos, sin símbolos externos, desorientados,
consternados por la transformación de nuestra tierra, aunque queriendo, muchos de nosotros, reformas
intensas sin ruptura. Otros, acelerados, entusiastas, ondeando una nueva
bandera.
- El
pronombre “nosotros” asociado a “todos” es un hallazgo esencial de la nueva
gramática por la independencia. Porque a los que no estamos
por este proceso no se nos ha de nombrar
Una
canción se hizo muy popular en los años 60 con este título pero sin
interrogantes. La había escrito el cantante folk americano Woody Guthrie en
1940 y veinte años más tarde la popularizaron Pete Seeger y Peter, Paul and
Mary, entre otros. Hasta Bruce Springsteen la interpretó en los ochenta. A
mucha gente le encantaba que le cantaran en animado Sol mayor:
¡¡This land is your land!!
La letra de Esta tierra es tu tierra se basaba en
una sucesión de lugares diversos de Estados Unidos por los que viajaba el
protagonista, acabando cada estrofa con un verso definitivo:
“Esta tierra fue hecha para ti y
para mí.”
Caminara bajo el
infinito cielo, junto al dorado valle, o se desplazara de California a Nueva
York, siempre una voz le recordaba que aquella tierra había sido hecha “para ti
y para mí”.
Se
adentrara en los bosques de secuoyas o arribara a un gran golfo,
pisara
la arena del desierto o acariciara los campos de trigo, entre nubes de polvo o
cuando la bruma se despejaba, siempre se le anunciaba que todo aquello era
“para ti y para mí”.
A
mí me ocurre, y sé que no soy ni mucho menos el único, que en los últimos años,
en Cataluña, donde nací, siempre trabajé y sigo viviendo, no me llega la voz
amable de aquella canción. Bien al contrario, una sucesión de nuevas palabras y
actuaciones me advierten que lo que siempre consideré tu tierra y mi tierra ya
no es la misma.
Esto
me pasa, y sé que no sólo a mí, vuelvo a decirlo, porque, aunque piense que hay
reformas políticas pendientes y necesarias, la pasión por la independencia no
me ha alcanzado. Que es lo mismo que les sucede a algunos millones de catalanes
más (¡cuánto cuesta recordar el dato!). Es por ello que cuando recorro mi
tierra de cuna, trabajo y casa, o simplemente leo los periódicos o miro la TV, a
menudo acabo la jornada con el interrogante del inicio: ¿Esta tierra es tu
tierra?
Sé
que a algunos de mis familiares y amigos que cuelgan la estelada en sus balcones (con todo su derecho) y en sus corazones
(lo mismo) no les gustarán mis conclusiones. Se lo intentaré explicar también a
ellos.
Para empezar tomo prestada la idea de la canción:
el viajero que emprende el camino con la vista y el oído bien dispuestos. En
vez de hacerlo por tierras americanas, lo hice muchas veces por la mía, que
también ha tenido sus narradores y sus poetas.
Emprendía en ocasiones la ruta desde
Barcelona ( mi querida “ciudad de
los prodigios”, en el mundo literario de Eduardo Mendoza) hasta avistar Lleida,
donde podía recordar los versos que, desde un lejano sanatorio, le dedicó uno
de sus hijos más inspirados, Màrius Torres:
Sé una ciutat, molt lluny d’aquí,dolça i
secreta,
on
els anys d’alegria són breus com una nit;
on
el sol és feliç, el vent és un poeta,
i
la boira és fidel com el meu esperit.
Otros días iba cruzando Cataluña de norte
a sur. Las suaves llanuras del Ampurdán conducen a la Costa Brava, si el
viajero lo desea, y entre uno y otra a veces triunfa el verde de los viñedos,
que tanto conmovió a Josep Maria de Sagarra:
Vinyes
verdes vora el mar,
verdes
a punta de dia,
verd
suau de cap al tard …
Feu-nos
sempre companyia,
vinyes verdes vora el mar!
Cuando llegaba a tierras de Tarragona, podía
optar por la línea de su Costa Dorada, por ciudades de larga historia, por un
delta abundante y primitivo o también por la ruta de los monasterios
cistercienses. Una vez fue el de Santes Creus. Muchos años atrás había abierto
su puerta principal Josep Pla y la esencia del lugar le había fascinado:
El xoc és instantani: l’entrada en aquesta
plaça equival a restar detingut, suspens en una pau profunda, deliciosa, d’una
qualitat espiritual superior. Els sentits s’acostumen a poc a poc a la solitud…
Estas estaciones de paso son solo algunas
muestras de la “música” que a menudo me ha acompañado en esta tierra, tuya y
mía. Mi país cordial de toda la vida. Pero las cosas ya no son como siempre.
Voy
de rotonda en rotonda. He de detenerme para ceder el paso. Me da tiempo a mirar.
La estelada ondea en el centro de muchas
de ellas. ¿Cuál es el mensaje?
Llego
a los pies de un castillo medieval. Alguien también hincó en sus almenas la
bandera de la independencia. ¿Los nuevos propietarios?
¿Qué
montaña es aquélla? No sé el nombre, pero ya no es lugar para mí. Ondea en su
cima la misma bandera de las rotondas. Siglos y siglos de movimientos
geológicos para llegar a esta conclusión: hay montañas por la independencia.
Un
islote frente a la playa, donde busco la calma del crepúsculo, ha sido visitado
por los hiperactivos repartidores de estelades.
El lugar ya es suyo, y de las gaviotas.
Sigo
la ruta y llego a un municipio en el que junto al cartel de entrada se ha
clavado la nueva bandera. ¿Todo el pueblo está así representado?
Otro
día me dirijo al paseo marítimo de uno de mis pueblos favoritos: cada farola ha
sido condecorada con la bandera independentista. La vista no alcanza a tantas.
¿Dónde me he metido?
Siempre
pensé que estos lugares eran de todos y para todos, pero ahora han sido conquistados
por una parte de todos.
Por
si tengo dudas, los dos últimos presidentes de la Generalitat, institución de
todos los catalanes por definición, solo tienen en la cabeza a una parte, la
que iza su bandera por doquier: “El poble català”, decía el primero de ellos
para referirse al proyecto de independencia de una parte. “Los catalanes
queremos…”, nos imaginó otro día al colectivo entero con un pensamiento único.
El actual presidente remata la jugada: “La buena gente catalana que quiere la
independencia”. O “Lo tenemos mejor que nunca”. El pronombre “nosotros”
asociado a “todos” es un hallazgo esencial de la nueva gramática por la
independencia.
Porque a los que no estamos por este proceso no se nos ha de
nombrar. Ni nombre ni pronombre. ¿Tan difícil habría sido desde un principio
reconocer que una parte del país, parece que cercano a una mitad, desea un
futuro y la otra parte, otro distinto? Y que así de complicadas son las cosas
de momento.
Cuando hubo que decidir sobre la
convocatoria de las últimas elecciones autonómicas, llamadas plebiscitarias, el
anterior presidente invitó a la sede de la Generalitat a tres entidades
independentistas para ver cómo lo organizaban. Hablaron, se pusieron de acuerdo
y fijaron la fecha en que todos teníamos que ir a votar. Acto seguido se
hicieron juntos una foto. Las elecciones eran cosa de casi la mitad del país.
“Nosotros”. “El poble català”. Los que han conquistado ya rotondas, castillos, montañas,
islotes con gaviotas y paseos marítimos.
De la televisión pública catalana,
sostenida económicamente por todos, poco nuevo hay que añadir. La estelada ondea de otra manera: palabras,
imágenes, silencios, exclusiones... Hay que construir un relato, como se suele
decir. ¿Y qué relato construye esta televisión? Pues de ninguna manera que
existen pros y contras de la independencia. Ni quién está a favor de ella y
quién a favor de otras opciones. No, el relato se basa en los pasos que hay que
dar para conseguir la independencia y los obstáculos “inexplicables” que desde
instituciones estatales se van poniendo. Otras opciones de futuro son rarezas
de las que no hace falta hablar apenas.
Cambiar un país diariamente, sin tregua,
con hechos consumados, para hacerlo a la medida de los deseos de una parte.
Esta es la cuestión, aunque como consecuencia se pueda producir un
extrañamiento, un agravio, una vivencia de injusticia, tal vez un exilio
interior de otra parte, ciertamente más callada, demasiado callada, y sin mucha
afición a las banderas.
Las leyes son otro ejemplo. Se elaboran
secretamente leyes trascendentales: la que pretende organizar un referéndum
unilateral y la que eliminaría la legalidad española para sustituirla por una
catalana. Nada menor, desde luego. No se trata solo de que se oculte durante
largo tiempo a la oposición el contenido literal y completo de dichas leyes y
se pretenda aprobarlas en trámite de urgencia, lectura y votación inmediata,
sin tiempo para debates, enmiendas o lo que fuera. Es que dichas leyes rompen
con la Constitución y también con nuestro Estatuto de Cataluña, al proclamarse
excepcionales y afirmar que
“prevalecen jerárquicamente sobre todas aquellas normas que puedan entrar en
conflicto”. Lo que decida, pues, una minoría simple del Parlament (68
diputados), que no llega a mayoría simple en votos, marcaría el incierto futuro
de toda una comunidad de más de siete millones, que para aprobar un estatuto o
una ley electoral, se exige dos tercios de la cámara (90 diputados). Por lo que
llevo visto y oído, quienes desean la independencia dan el visto bueno a todo
esto. Quienes no, nos llevamos las manos a la cabeza por esta pasión desatada
que inventa leyes para construir un nuevo estado a la medida de los deseos de
una opción política. ¿Esta tierra fue hecha para ti y para mí? Eso fue en otro
tiempo.
Paso casi cada día por delante de una
escuela pública en Barcelona en cuya entrada un cartel proclama: “Per un país
de tots, català a l’escola”.
¿Qué
querrá decir? ¿Reclama algo que no existe? Porque la inmersión lingüística en
catalán, en funcionamiento desde hace décadas, está incluso avalada por el
Tribunal Constitucional español. El catalán es la lengua vehicular en todas las
escuelas, públicas y concertadas/privadas. ¿Y así ya tenemos el país de todos?
Estuve en una escuela de infantil y primaria en una fiesta de Navidad.
Desfilaron durante casi dos horas grupos de criaturas cantando villancicos.
Todos en catalán o en inglés. Ni uno en castellano. ¿“Per un país de tots”?
La
expresión más reciente de que no importa expulsar a la mitad del país, o más,
del futuro secesionista es que la mencionada ley del referéndum (unilateral) no
marca un mínimo de participación para dar resultados válidos. Con que vayan a
votar los del SÍ, ya sería más que suficiente. Pero seguro que se preferiría
que los no independentistas hiciéramos un cierto acto de presencia para dar la
imagen de que la convocatoria ha sido aceptada. Espero que no sea así. Es el
referéndum de y para los defensores de la separación. Si hay urnas, serán sus
urnas. Ir hasta ellas con una papeleta negativa sería como dar por buena la
liquidación de una Cataluña integradora, tal como había sido hasta hace poco
tiempo. Y si en estos últimos años se ha podido ignorar de la manera hasta aquí
explicada la realidad humana de Cataluña en toda su diversidad, ¿qué podría
ocurrir con todo el poder político y en plena euforia nacionalista?
Sin embargo, hay algo más en marcha desde
hace años para convertir Cataluña en un lugar distinto al de las últimas
décadas. Hablo de la construcción de una nueva identidad colectiva,
exclusivamente catalana, que liquide progresivamente los lazos mentales y
afectivos con España (que no es solo un concepto, pues está llena de gente) y,
me temo, que intente convertir en residual, o extraña, o incluso mal vista en
público, la relación fluida y cordial, e íntima en una gran parte de catalanes,
con la lengua castellana, dejándola en un idioma más de uso en el ámbito privado
y dos o tres horas a la semana en las escuelas. Y en este punto podría afirmar,
con la mano sobre la Biblia, que si hubiera algún intento de hacer lo mismo con
la lengua catalana, me alarmaría exactamente igual. De lengua materna
castellana y educado en la escuela de postguerra, donde el catalán era el gran
ausente, salvé para mí mismo la lengua catalana a base de convicción, estudio y
afecto. Como tantos castellanohablantes. Un episodio colectivo decisivo en la
consolidación de una tierra que realmente era “para ti y para mí”.
Resumo el enfoque de la cuestión
hispánica del proyecto independentista: España ha perdido el nombre y además ha
perdido la consideración de sociedad hermana, o tan propia como la catalana
para muchos.
Lo del nombre. Después de utilizarla como sujeto de dos “frases-semillas
del mal” como “España nos roba” y “España contra Cataluña 1714-2014”, el nombre
ha pasado a mejor vida. La cosa ha quedado en el frío y administrativo Estado español
(“l’Estat”). ¿Quién lo decidió? ¿El núcleo duro, pensante y oculto del
movimiento independentista? Nadie más en el resto del mundo le ha cambiado el
nombre a España.
Y del vivir diario de los españoles, ¿qué
sabemos en estos tiempos? ¿Trabajan, inventan, reivindican, enferman, sanan, lloran de
pena o de alegría? ¿Hacen algo interesante aparte de ser jueces y fiscales o
jugar partidos de fútbol contra el Barça?
Lo curioso es que hablar de los españoles, o evitar hacerlo, es
referirse también, según encuestas recientes y no solo porque lo ponga el DNI,
a muchísimos catalanes. Publicaba La Vanguardia (2-7-2017) que tan solo un 18%
se siente únicamente catalán. El resto, en mayor o menor medida, también se
siente español, siendo la opción “tan catalán como español”, la mayoritaria
(42%). En busca de esta nueva identidad solo catalana, hay muestras de
despropósitos inimaginables. Dos ejemplos. Una tienda de ropa infantil de
Barcelona (¿hay más?) expone y vende camisetas para bebés y baberos con la estelada y esta “declaración” del recién
llegado: “Sóc independent”. Y otro ejemplo. Según un informe encargado por el
ayuntamiento de una ciudad catalana de mucho peso, habría que enviar hasta a
Antonio Machado a la papelera de la historia por anticatalán. ¡Dejemos en paz a
nuestros niños y niñas y de mayorcitos llevémoslos un día a la tumba del poeta
en Collioure!
Voy concluyendo este viaje por la tierra
que creía hecha “para ti y para mí”, dándome cuenta de que a Cataluña le ha
caído un laberinto encima. Lo que hasta no hace mucho era una gran plaza
pública, un ágora
donde
convivían coincidencias y discrepancias, se ha convertido en una enrevesada
acumulación de callejuelas por las que deambulamos en direcciones opuestas
buscando la salida. Unos, sin símbolos externos, desorientados, consternados
por la transformación de nuestra tierra, aunque queriendo, muchos de nosotros, reformas intensas sin ruptura,
que también tendrían su referéndum, pero de las que ahora pocos quieren oír
hablar. Otros, acelerados, entusiastas, ondeando una nueva bandera, llenos de
fe en los planes de sus dirigentes, pero tan desconocedores de la salida como
los otros. Desde fuera del laberinto, por el momento, apenas nos llegan pistas
para resolver tanto extravío.
¿Esta
tierra es tu tierra?, preguntaba al comenzar, y con lo hasta aquí escrito ya he
contestado y dejado claro que la transformación de mi tierra es, ahora mismo,
una mala noticia. Como cualquier sociedad que día a día se construye y se vertebra
e intenta progresar, hemos ido a peor. Respiramos una nueva amargura. La que
está hecha de críticas y descalificaciones constantes (en la red, incluso
insultantes), de ningún momento de entendimiento general, de un horizonte próximo
muy preocupante (otoño 2017) y de unos equilibrios muy frecuentes entre familiares,
amigos, compañeros de trabajo y vecinos para no tocar el tema y tener la fiesta
en paz, que han dejado muy dañadas la comunicación, la espontaneidad o la sencilla
alegría que antes pudiéramos compartir, más allá de las diferentes opciones
políticas. Hay incluso quien vive diariamente en voz baja donde antes se sentía
en su casa de siempre.
Pero
esta es una visión de parte, hay que admitirlo. Quienes dan por buenas las
maniobras para empujar hacia la independencia, o bien no perciben este
empeoramiento de la vida colectiva, o bien no le dan tanta importancia, pues
hay una causa mayor, la República Catalana, que, parece ser, lo justificaría
todo. Su punto de mira crítico es sólo España y no los problemas que se están
generando en Cataluña.
Los
días que se nos vienen encima a los catalanes (en menor medida, pero también,
al resto de España) creo que son inquietantes. El empeño en romper una relación
tan profunda y antigua y generar un estado independiente, liquidando las leyes
que haga falta, es un proyecto traumático, que a una parte de la sociedad
catalana, a día de hoy, le parece el inicio de un futuro espléndido y a otra parte,
un mañana en la oscuridad.
Ahora
bien, si tanto nos preocupa a muchos, ¿no se nos podría reprochar que no
hayamos articulado un movimiento fuerte de oposición al independentismo? La
crítica pienso que habría que admitirla, aunque solo hasta cierto punto. Es verdad
que no hay un conglomerado estable y sólido de fuerzas políticas y sociales con
sus eslóganes, sus símbolos y sus líderes creando doctrina y ganando adeptos.
Pero también son ciertas dos cosas. Una, que sí han brotado grupos de opinión
nuevos, proyectos políticos incipientes y se ha gastado mucha tinta en
artículos y libros analizando la situación desde puntos de vista contrarios a
la secesión. A lo que ciertamente no se ha llegado es a crear amplias
movilizaciones sociales. Es verdad. Pero, y este es el segundo punto, sucede
que bajo el simple NO a la independencia acampan ciudadanos con muchas
diferencias. Desde las izquierdas varias hasta la derecha, y no solo la derecha
parlamentaria. Desde mucha gente que coincide con algunos argumentos de los independentistas
(la debacle del Estatuto, la necesidad de revisar la financiación, el asunto de
las infraestructuras, una votación sobre la relación de Cataluña con el resto
de España…) hasta sectores que no tocarían la autonomía actual ni un punto. Desde
quienes son muy críticos con la pasividad del presidente Mariano Rajoy hasta
quienes esperan de él la máxima firmeza ante el reto del referéndum unilateral.
Esta es gran parte de la debilidad de los que no queremos la separación. Pero
es también la riqueza: poder mirar la realidad catalana con matices importantes
y confiar, por tanto, en el diálogo y la negociación (esa pareja de ilustres
palabras hoy en la cola del paro) para reformar la casa en que se intente que quepamos
todos, y no solo la mitad de todos.
Y
esta es en mi opinión la gran debilidad del procés.
Para tener a la gente con la moral alta, la autocrítica en el independentismo prácticamente
no existe. El mal es el Estado español. A todas horas. El bien, el proceso de
separación. Se puede, y se debe, confiar intensamente en él. Que dimiten en
plena preparación del referéndum unilateral consellers
del Govern de la Generalitat, pues no pasa nada. Se pone a otros. Sin
explicaciones. Que dimite el superior de los mossos d’esquadra, tampoco pasa nada. Sin explicaciones se pone a
otro que, por cierto, escribió que “los españoles le daban pena”. (¿Hay algún
alto cargo político en algún país de nuestro entorno que emita opiniones tan a
bulto sobre la totalidad de la gente de otro país? Aquí, en cambio, se le
confía la misión de velar por la ley y el orden.) Pero en ninguna de estas
dimisiones desde las filas del independentismo se les pide que expliquen con
detalle qué les está pasando por la cabeza.
Más asuntos. Que no hay estado en el mundo que apoye este
proceso, no pasa nada. No se habla de la cuestión y como si no ocurriera. Que
los máximos dirigentes de la Unión Europea reafirman que Cataluña causaría baja
por un tiempo indefinido en caso de independencia, no pasa nada. Seguro que a
la hora de la verdad cambian de opinión, se llega a decir. Y mejor no hablar
mucho del asunto. Que la ONU tampoco apoya, pues no se habla de la ONU. Que una
separación unilateral haría saltar por los aires la financiación del Estado, no
pasa nada. No es momento para hablar de cosas así.
Uno
de los rasgos de esta mi tierra, que si ha llegado a algunos logros, conviene
apuntarlo, ha sido gracias a todos los que hemos trabajado y actuado con buen
empeño y buena voluntad, aunque fuera con ideas políticas distintas a lo largo
de nuestras vidas, era una tendencia bastante generalizada a mirar todos los
grandes asuntos detenidamente, incluso con ojo crítico. Así la veía yo. Pero en
esto también ha habido cambios en este lustro. Un tiempo distinto a causa de la
aparición de una pregunta, necesaria o injustificada según se mire, pero
claramente turbadora.
Plantearle
a una sociedad que diga simplemente SÍ o NO a un asunto que toca los cimientos
del lugar donde has nacido o en el que te has integrado para construir tu vida,
no es simplemente una votación sobre un problema social concreto. Es otra cosa.
Es proponer un experimento lleno de interrogantes y, en este caso, casi sin
información de lo que supondría. Para bastantes catalanes, todo es mejor que
vivir en España. Para algunos de ellos, incluso esta falta de certezas puede
resultar emocionante, épica si se prefiere decir así. Pero todo indica que
somos muchísimos los catalanes que quisiéramos insistir en una reforma política
antes que vernos en fila irremediablemente para hacer puenting con nuestro futuro.
Y
plantearle a una sociedad que diga simplemente SÍ o NO a un asunto que toca los
cimientos de la casa colectiva es repartir a la gente en dos bandos opuestos.
Los matices o las posibles coincidencias parciales entre unos y otros no
interesan.
Estoy intentando decir, no sé si con
suficiente claridad, desde hace bastantes líneas, que la semilla de la
discordia forma parte de este tiempo histórico en Cataluña. Crece y crecerá
más, aunque casi todos, en el día a día, estemos bastante ocupados en nuestros
asuntos de trabajo, de familia, de salud. Unos perciben, y mucho, los
resultados de esta siembra de incomunicación y distanciamiento. Otros, no
tanto. En unas semanas creo que casi nadie podrá decir que no se había dado
cuenta.
Definitivamente
esta tierra no es ahora tu tierra y mi tierra como siempre solía serlo. Las
declaraciones y las actuaciones de los líderes se llevan toda la atención, y en
esto creo que nos estamos equivocando. Es más que eso. La gestación de los
hechos históricos también contiene hora a hora la vida de toda la gente sin
titulares. La intrahistoria se la ha llamado. Y el alejamiento y los
desacuerdos van impregnando el aire de estos tiempos nuestros. Se hace más difícil
respirar en la vida colectiva en Cataluña. Me temo que no le estamos dando la
importancia que se merece.
Dijo el filósofo que el mundo lo dirigen
“pensamientos que caminan con pies de paloma”. Y uno reescribiría ahora la
frase de Nietzsche diciendo: y sentimientos que se agitan en las oscuridades de
todas las almas.
No
sé cómo pero de alguna manera tendremos que volver a intentar entendernos un
día.
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Nota
final.- Concluí este artículo, y lo dejé reposar, antes del trágico 17 de
agosto en Barcelona. Ciertamente es necesario alzar la voz cuando una sociedad
es agredida, y de forma tan salvaje. Pero como dijo el salmista hay un tiempo
para cada cosa. Y también era un momento para enmudecer, como mucha gente hizo,
en sus casas, en los rincones del recuerdo de las Ramblas…Creo que hubiera ido
bien callar un poco más, si queríamos, al juntarnos en multitud, acercarnos a
los muertos y a sus familias.
Pero
así es esta tierra hoy.
Y
ahora yo también he de callar.