El nacionalismo prefiere la noción de pueblo a la de sociedad: vernos como piezas de una identidad colectiva predeterminada, de una identidad que viene “de serie” y que nos define independientemente de nuestra voluntad. El federalismo es, en cambio, la afirmación de identidades individuales, originales, mestizas, libres de predefiniciones, e integradas en sociedades dinámicas
(Intervención de Luisa Etxenique en el acto de presentación en Barcelona de la declaración ‘Una España federal en una Europa federal’)
Me parece evidente que no podemos seguir así. Con todo lo que hay que construir y reconstruir, no
podemos seguir en este país como sobre arenas movedizas, en un estado de permanente tensión
territorial. Necesitamos, como país, pisar tierra firme, consolidar nuevos
cimientos para recuperar una convivencia fértil y leal entre todos.
Veo en la vía hacia una España federal la oportunidad de consolidar esos nuevos
cimientos; de asentar un nuevo suelo común, firme y fiable, que, en mi opinión,
tiene que apoyarse en una nueva
asertividad, en nuevas afirmaciones del y para el estar juntos.
La afirmación para empezar del nombre. España hay que nombrarla en todas partes. Y tal vez soy particularmente sensible a esta cuestión porque vengo de Euskadi
donde nunca se la nombra. Kafka nos enseñó la monstruosidad de lo innombrado.
Pues es lo que está pasando en muchos lugares, que a fuerza de no nombrar a España,
de llamarla sólo el Estado o parecido, se está convirtiendo para mucha gente en
un poder kafkiano, extraño, ajeno, y no en un país.
España hay también que contarla en todas partes.
Creo que una de las cosas más
desoladoras ahora mismo es ver con qué facilidad calan algunos discursos en
nuestra sociedad; o por decirlo de otro modo, la vulnerabilidad de una parte de
nuestra sociedad, especialmente las nuevas generaciones, frente a los discursos
manipuladores, negadores de nuestra Historia común, de lo que hemos tenido y
hecho en común. España hay que contarla para superar ese desconocimiento que
nos vuelve, como sociedad, presa fácil de los mensajes distorsionadores.
Veo en la vía federal la oportunidad también de otra afirmación: la de
lo cualitativo frente a lo
cuantitativo. El nacionalismo tiende a reducir la convivencia al cuánto, cuánto
más de esto o lo otro para mí. La España federal, pues, como el espacio
para centrar el debate y las
aspiraciones en lo cualitativo, en la calidad del estar juntos; sustentada
sobre los principios también reafirmados y reactualizados de libertad, igualdad
y solidaridad.
La libertad como articulación armoniosa, respetuosa y ágil entre lo
propio y lo común, entre lo singular y lo colectivo. Que yo creo que hay que
extender no sólo a las relaciones entre los distintos territorios españoles
sino también entre las personas dentro de cada territorio. El nacionalismo
prefiere la noción de pueblo a la de sociedad, es decir, vernos como piezas de
una identidad colectiva predeterminada, de una identidad que viene “de serie” y
que nos define independientemente de nuestra voluntad. Y creo que la vía para
la transformación federal de España debe incluir la afirmación de un
federalismo íntimo, de un federalismo de lo íntimo en la relación de cada
ciudadano con su entorno social. O lo que es lo mismo, la afirmación de
identidades individuales, originales, mestizas, libres de predefiniciones, e
integradas en sociedades dinámicas.
El principio también de igualdad. Desde el que resulta insoportable e
inaceptable la idea de que en nuestro país se puedan abrir brechas en la
calidad de vida, en la atención sanitaria o educativa en función de la geografía.
El debate sobre la transformación federal yo lo fundamento también en una
oposición política y moral al hecho de que el horizonte de oportunidades entre los españoles, el horizonte
de calidad de vida, es decir, de felicidad humana, pueda ser distinto, más frágil
o peor en algunos lugares que en otros.
Yo creo que el debate federal es, en este sentido, esencialmente el de
la afirmación y la asunción de la co-responsabilidad. Sentirnos responsables los
unos de los otros, todos con todos. Y es lo que llamaría el espíritu federal o
la actitud federal corresponsable.
Y creo que es en eso en lo que hay que
insistir, el espacio que hay que recuperar y reafirmar, en un país en lo que últimamente
lo que se promueve con más insistencia es el cada uno a lo suyo. No importa lo
perfecto que pueda ser un modelo federal, lo brillante que pueda ser, por
ejemplo, su articulación
competencial… si falta o falla ese espíritu. El espíritu que reconoce lo que
tenemos en común y quiere preservarlo. El que defiende la voluntad de ser,
estar y seguir juntos; creativa, dinámica, moderna, alegremente juntos. Creo
que eso es lo que hay que promover, ese espíritu federal, esa certeza de que juntos
vamos a más y a mejor.
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