lunes, 20 de julio de 2015

La lista unitaria (por Adrià Casinos)

Quizá la diferencia entre referéndum y plebiscito no esté jurídicamente clara, pero sí que lo está en el ámbito político. Los plebiscitos se convocan para sancionar una situación de facto. El secesionismo se cree precisamente en esa situación de irreversibilidad, producto de largos años de engrasar cuidadosamente el mecanismo




En práctica médica es cosa ampliamente aceptada que la peor situación para un posible enfermo, es la incertidumbre. El diagnóstico, aunque sea malo, es la única y mejor solución. Pues bien, los ciudadanos catalanes ya tienen su diagnóstico en el pacto firmado por Convergència y ERC. Pero diagnóstico no implica necesariamente terapia. Sobre todo en el presente caso, cuando los galenos se empeñan en afirmar que el enfermo está sanísimo, mientras que para cualquier observador objetivo los síntomas de metástasis comienzan a ser evidentes.
Y sin embargo creo sinceramente que la mayor parte de comentaristas que no comulgan con el secesionismo, aunque son conscientes de la enfermedad, no van más allá de recetar aspirina. En una palabra, creen que el pacto y su articulado no son más que gesticulaciones y bravuconerías. Que la supuesta declaración de independencia en 6 meses (antes era en 18) es imposible. Y en eso reside el error. Creer lo que quieren hacerles creer. Lo que las fuerzas secesionistas están fijando no es la fecha de la separación, sino la del conflicto. El objetivo es crear un conflicto lo suficiente grave y desestabilizador como para que, en el contexto europeo de soberanía limitada, los que cortan el bacalao decidan que los costos de mantener la unidad son demasiado elevados, y fuercen al gobierno español a aceptar la secesión. Ni más ni menos. Por supuesto que la jugada puede fallar. Esa misma oligarquía puede llegar a la conclusión que una balcanización del flanco sudoeste europeo es suicida, y no solo se pida a Madrid mano dura, sino que se le exija. El tiempo lo dirá.
Y digo eso porque me parece que el panorama que tendremos el 28 de setiembre está bastante claro. La lista unitaria, más los diputados de la CUP, que aplazarán por supuesto la revolución pendiente, más quizá algún tránsfuga de eso que se ha dado en llamar “izquierda transformadora”, y una ley electoral a medida, no van a dar una mayoría apabullante, pero sí suficiente, en escaños. Y resulta absurdo intentar que los secesionistas se definan sobre qué mayoría consideran suficiente para proclamar la independencia, o si esta ha de ser de votos o escaños. Utilizarán la que tengan, sin sonrojo ni escrúpulos, basándose en el carácter plebiscitario que quieran dar a las elecciones, y que es imposible neutralizar. Este país lleva tres años en el total desgobierno, girando alrededor de un tema monocorde, y el bloque soberanista va a poner toda la carne en el asador para que cualquier otra propuesta política quede difuminada, y tenga un peso irrelevante en la opción de voto. No creo que sea casualidad que haya elegido el adjetivo plebiscitarias en lugar de “referendarias”. Quizás la diferencia entre referéndum y plebiscito no esté jurídicamente clara, pero sí que lo está en el ámbito político. Los plebiscitos se convocan para sancionar una situación de factoAsí el que siguió al “Anschluss” o los diversos que llevaron a la unidad de Italia, a remolque de la solución militar (magistralmente inmortalizados por Visconti en “El gatopardo”). El secesionismo se cree precisamente en esa situación de irreversibilidad, producto de largos años de engrasar cuidadosamente el mecanismo. Y probablemente tenga razón, desde el punto de vista de la generación del conflicto, que está servido.

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