lunes, 25 de diciembre de 2017

Por un federalismo robusto: la hora de avanzar en cinco dilemas (por Francesc Trillas)

Francesc Trillas analiza los cinco dilemas del federalismo planteados por Pablo Simón en Politikon. ¿Federalismo simétrico o asimétrico? ¿Federalismos a los que se llega a partir de realidades soberanas o introduciendo reformas para seguir juntos? Aquí las respuestas



En un artículo del politólogo Pablo Simón que fue escrito en 2014 y que ha vuelto a circular recientemente (lo que prueba su vigencia), se planteaban cinco dilemas que el federalismo en España debía resolver: “Si de verdad existen federalistas sinceros en España deberían ser capaces de manejar estos conceptos y mojarse en cada uno de los dilemas que plantean”. Como no sólo creo que de verdad existen federalistas en España (y en todo el mundo) sino que me considero uno de ellos, acepto el reto de Simón. Voy a intentar “manejar” los conceptos que plantea y “mojarme”, en el bien entendido que entrar en contacto con el líquido elemento no tiene que implicar necesariamente, aunque a veces sí, elegir entre conceptos que están en tensión (entre los que existe un “trade-off”), sino en ocasiones mejorar los términos del dilema, es decir, encontrar mecanismos para aliviar la tensión.

Dos libros (“Economía de una España Federal” y “Qué es el federalismo”) y mi respuesta a las diez preguntas más frecuentessobre el federalismo contenían ya algunas claves para estos dilemas, pero voy a intentar condensar los argumentos en el formato sugerido por Pablo Simón,

1. El origen de la palabra sugiere que viniendo federalismo de foedus (pacto), un sistema federal resulta de poner de acuerdo a un gobierno central y unas partes federadas. En realidad, en el federalismo europeo (y en el futuro y en parte en el presente, en un federalismo global) habría que ir más allá de dos niveles y hablar de la aceptación natural de la democracia multi-nivel, acomodando realidades distintas (una Francia más centralizada –aunque menos que en el pasado-, una Alemania con unos länder importantes, una Italia donde pesan más las ciudades que las regiones, unos continentes cada vez más integrados). Existen efectivamente federalismos a los que se llega a partir de realidades soberanas (coming together) y otros a los que se llega introduciendo reformas para seguir juntos (holding together). Estar en uno u otro creo que no se elige, sino que depende de la trayectoria histórica. España camina hacia una federación holding together y Europa hacia una federación coming together. La idea del demos como sujeto de soberanía creo que es una idea pre-federal: en el federalismo del siglo XXI creo que deberíamos relativizar el concepto de soberanía y simplemente reconocer que hay grados distintos (y en general decrecientes, como comprueban los británicos) de facilidad de separación. El federalismo debe contribuir a un marco institucional estable (como ocurre en la mayoría de federaciones) compatible con el asentimiento y la aceptación del marco legal por una gran mayoría y con el respeto de los derechos de las minorías.

2. El modelo cooperativo frente al modelo dual es el segundo dilema que sugiere Pablo Simón. Los sistemas federales se distinguen entre otros aspectos entre aquellos que tienen competencias concurrentes y otros donde existe una división más clara (dual) en la tarea de cada nivel de gobierno. Este es uno de los dilemas donde optar es imposible. Tiene que haber aspectos donde se coopere más y aspectos en los que la división de tareas sea más clara. En España se ha hablado de la necesidad de clarificar qué competencias corresponden al Estado central y dejar las demás como residuo, por defecto, para las Comunidades Autónomas. Seguramente hay muchos terrenos donde ello es posible. Pero Europa también nos muestra (por ejemplo, en la política de defensa de la competencia o la regulación de redes) que el federalismo cooperativo es necesario en áreas que requieren inputs de los distintos niveles de gobierno. Debería ser posible mejorar la claridad competencial y al mismo tiempo la calidad de la cooperación.

3. La elección entre un federalismo simétrico y uno asimétrico a menudo se presenta como algo dicotómico y además como algo en lo que algunos parecen jugarse su orgullo. En realidad, el grado de asimetría lo marca mucho la realidad, la existencia de rasgos objetivos (la geografía, las lenguas) o tradiciones legales. No debería ser tabú discutir los elementos de asimetría que existen actualmente en España ni tampoco discutir también la posibilidad de algunos elementos adicionales de asimetría que no comprometan la igualdad de derechos de los ciudadanos. El derecho a la diferencia debería ser posible sin diferencia de derechos. Todas las federaciones contienen asimetrías, especialmente la europea, pero en muchos terrenos está justificado, precisamente en aras de la igualdad, garantizar por lo menos unos “suelos” simétricos, por ejemplo en los impuestos. Nos entenderemos mejor si hablamos de federalismo flexible que si hablamos de federalismo asimétrico.

4. Autogobierno y gobierno compartido son dos rasgos que se destacan en la mayoría de definiciones de federalismo. De nuevo hay poco de antagónico entre ambos. Claramente, en España hay más autogobierno que gobierno compartido. Aquí hay mucho terreno por construir, desde la reforma del Senado hasta la cooperación entre comunidades con rasgos o problemas comunes, pasando por un mejor funcionamiento de las conferencias de presidentes. En general, sería enormemente deseable y contribuiría a la estabilidad institucional en España que las decisiones territoriales se tomaran en foros institucionales transparentes en lugar de en acuerdos partidarios cuando un partido necesita completar una mayoría.

5. El federalismo fiscal se construye haciendo compatible la corresponsabilización fiscal con la solidaridad interterritorial. El reto en España es doble: reducir la discriminación existente entre régimen foral y régimen común, y proporcionar mayor claridad y transparencia al régimen común. Más responsabilidad fiscal de las comunidades no debe ir reñida con más coordinación fiscal (suelos), y más fiscalidad europea. En los últimos meses y años varios grupos de expertos han avanzado en niveles de consenso más elevados que lo que ellos mismos admiten. Hoy es posible avanzar hacia una Hacienda federal en España, con mecanismos de recaudación cooperativos que tengan como objetivo común luchar contra el fraude y la elusión, con una financiación suficiente, y es posible avanzar hacia un presupuesto europeo digno de este nombre basado en formas de fiscalidad europeas. Sin una Hacienda federal en España y Europa es imposible sostener y mejorar el Estado del bienestar

En definitiva, la guía de Simón sigue siendo muy oportuna. Este texto no pretende ser un programa de solución definitiva de dichos dilemas, sino simplemente apuntar posibles direcciones en las que habría que trabajar mucho en los próximos meses y años en España y Europa. Sería en teoría imaginable un federalismo entendido como la preservación de privilegios. Pero no sería a la larga consentido por la mayoría de la ciudadanía, ni en España ni en Europa, ni respondería a unos valores éticos aceptables. Al mismo tiempo, el federalismo reconoce unas realidades pre-existentes (unas identidades, unos territorios), pero en lugar de enfrentarse al nacionalismo que generan, lo supera de alguna forma. Sin duda, eso genera tensión, pero es una tensión que es imprescindible saber gobernar con el máximo sentido de la tolerancia en unos tiempos sometidos a grandes convulsiones. 

Los grandes problemas de nuestra sociedad sólo se superarán aceptando que el viejo Estado-nación (con una lengua, una moneda, una bandera, un ejército y un himno) ha muerto. Debemos impulsar nuevos marcos mentales y nuevos modelos de organización y convivencia. Pero hacerlo con fiabilidad, ofreciendo seguridad a la ciudadanía. No se trata de ofrecer más descentralización, sino mejor gobierno. El federalismo no es una broma, y llegó para quedarse.

sábado, 16 de diciembre de 2017

¿Qué nos ha pasado? (por Josep Mª Asensio)

 Que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables



       Cuando uno se pregunta por lo sucedido en Cataluña resulta aleccionador considerar lo que escribía T. Todorov, hace unos diez años, en relación a las identidades de los individuos en la Unión Europea: “Un habitante de Barcelona puede enorgullecerse de formar parte simultáneamente de la cultura catalana, de la nación española y de los valores europeos. Esta separación no plantea en sí el menor problema, ya que hemos visto que el ser humano se acomoda fácilmente a múltiples pertenencias, en cualquier caso inevitable”[1]. Pues bien, a mi modo de ver, el intento del nacionalismo de revertir esta situación a otra monoidentitaria (concepción predominante en siglos anteriores), ha sido la principal causa del estrés que ha padecido buena parte de la sociedad catalana y que se ha visto reflejado de manera muy evidente en las relaciones sociofamiliares.

        Entre los principales factores que han contribuido a esta situación de estrés se encontrarían, a mi juicio,  los siguientes: la intensificación de la incertidumbre respecto al inmediato futuro; la contaminación de los espacios (banderas, himnos patrióticos, manifestaciones, celebraciones, etc.) y del lenguaje (¿qué esconden expresiones como “derecho a decidir”, “soberanía”, “DUI”, etc.,?); la constante presencia en los medios del problema catalán; la evidencia de engaños e intentos de manipulación por parte de muchos representantes políticos y sociales; el peso psicológico que representa sentirse en minoría en ciertos entornos sociales (lugar de trabajo, grupos de amigos, etc.) y el elevado control emocional que se requiere para evitar que las discrepancias familiares en un asunto de esta naturaleza, no se traduzcan en rupturas afectivas. Todos estos elementos transmiten una notoria sensación de conflicto, inseguridad y  temor que afectan al equilibrio psicológico de las personas, la convivencia y la idea de comunidad.
La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios
        La mentalidad nacionalista a gran escala no se forma de cero, pero tampoco es la consecuencia de una espontánea respuesta colectiva ante la percepción de ciertos agravios (el corredor mediterráneo, las autopistas de pago, el Estatut modificado por el Tribunal Constitucional, etc.,) así considerados por la ciudadanía de un territorio. Estas posibles afrentas influyen negativamente en la concordia, por supuesto. Pero, para que se produzcan unos efectos separadores como los vividos en Cataluña, ciertos “dedos señalizadores con poder” han de haber hecho previamente su trabajo. El de intentar orientar la mirada de la ciudadanía en una determinada dirección, intensificar los  sentimientos de pertenencia y superioridad por un lado (el “nuestro”) y de distanciamiento y desafección hacia el otro. El medio para conseguirlo no es otro, en cualquier nacionalismo, que una acción concertada y propagandística que magnifica las “diferencias” que separan a personas y territorios de uno y otro bando, intenta transformar éstas en “incompatibilidades” para, finalmente, concluir que lo que procede es independizarse de esos “otros”, causantes de buena parte de “nuestros” males y responsables de que  la considerada “nación propia”, no reconocida, ejerza el derecho que la asiste de liberarse y alcanzar su plenitud.

        Para que este proceso pueda desarrollarse es preciso, lógicamente, que los “dedos señalizadores” puedan desempeñar su influencia a través de las instituciones, las organizaciones sociales, los medios de comunicación y la educación. No es necesario que esa influencia se haga muy evidente o de manera doctrinaria. Es suficiente situar a “los nuestros” en los puestos claves de esas organizaciones, ignorar a los “otros” (a España en TV3  se la conoce por “Estado”), establecer en múltiples ámbitos (cultura, deporte, etc.,) ciertas comparaciones tendenciosas, la selección de unas u otras noticias, la infravaloración de “los otros” o destacar las virtudes de “los nuestros” por poco relevantes que sean.

        Con tiempo, y el nacionalismo en Catalunya lo ha tenido por obra y gracia de la apatía del estado y ciertos intereses partidarios, todos esos matices acaban “calando”, inconscientemente o no, en la mente de muchos ciudadanos que sienten la inquietud que les genera convivir en una atmosfera de enfrentamiento civil no declarado, pero sí perceptible. En términos de “psicopolítica” se ha de tener en cuenta, además, la probada tendencia de las personas a seguir acríticamente a sus líderes, a sentirse bien en grupos muy cohesionados y a valorar las propuestas que conlleven una cierta mística (un “nuevo” relato, la construcción de un “nuevo” país, etc.,).

        Esta deriva propicia, por otra parte, que la idea de ciudadano se supedite a la de nación, lo que supone un apreciable riesgo para la democracia y la ética ya que una entidad superior en valor al sujeto, puede justificar acciones que de otro modo se considerarían reprobables (pensemos, por ejemplo, en las antidemocráticas últimas sesiones del govern de Cataluña, en la ostensible corrupción/malversación reconocida  y en los múltiples engaños que se hizo a la población). Igualmente, se desdibuja el papel que en democracia juegan las distintas ideologías políticas (pueden gobernar conjuntamente partidos de pensamiento político muy dispar si lo requiere “la causa”), mientras que emerge la  tendencia a confundir “el pueblo” con la parte del mismo que se muestra afín a las concepciones nacionalistas. La política derivada de éstas  crea así un grave problema de convivencia que, paradójicamente, luego se propone resolver por la vía política en forma de un diálogo imposible. Y lo es porque una de las partes, El Estado, pierde siempre, ya sea cediendo su soberanía o permitiendo referendums que la pongan sucesivamente en cuestión.

        Reconducir esta situación en Cataluña no va a ser una tarea fácil. Solicitará no pocos esfuerzos para lograr una mutua comprensión, la vuelta a la democracia constitucional, transformar las fuerzas separadoras en cohesivas y generar  mentalidades que valoren la convivencia cívica por encima de cualquier otra pretensión transformadora de la sociedad. Pienso que quizás la idea de un federalismo con alta sensibilidad social, propenso a contemplar la diversidad como una riqueza para el conjunto y leal a las instituciones, pueda ser una vía de solución a medio o largo plazo.


Resumen de la intervención  Federalistes d’Esquerra en Sant Cugat el 1 de diciembre de 2017




[1] Todorov, T. (2008) El miedo a los bárbaros, Círculo de Lectores, Barcelona, p.117.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Identidades Rivalizadas (por Gaby Poblet)

La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política




        Los balcones de Catalunya se han convertido en el escenario de una guerra de banderas. Las estelades blaves dueñas de una anhelada libertad y las roji-gualdas representando el amor a la tierra de Cervantes se miran con recelo. En ningún balcón conviven las dos banderas. Son banderas rivales y representan identidades nacionales rivales. Y aunque estén en una misma finca, entre ellas hay una frontera. No es un fenómeno nuevo, ni tampoco exclusivo de Catalunya y España.

        Las identidades nacionales, habitualmente representadas con banderas, fueron premisas fundamentales para forjar la creación de los estados-nación en el mundo burgués del siglo XIX, un mundo dividido pero a la vez interdependiente. En su ya clásico libro Comunidades Imaginadas, Benedict Anderson definió a la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Explica este autor que la nación se concibe como comunidad porque a pesar de la desigualdad y la explotación, existe un compañerismo profundo y horizontal, y existe una conciencia nacional de quiénes forman parte de esa nación, aunque nunca se llegue a conocer a todos los miembros.

        En el Siglo XIX, circunscribir a esta “comunidad imaginada”, no resultó nada fácil. Para definir y cohesionar a la colectividad de ciudadanos pertenecientes a un estado-nación, se bregó especialmente sobre la identidad nacional basada en la idea de Volksgeist (espíritu del pueblo), un concepto definido por el filósofo Heider y difundido por el romanticismo alemán. La idea de Volkgeist asume la existencia de naciones independientes, cada cual con una identidad nacional diferenciada como una fuerza propia y natural de un pueblo, que se manifiesta a través de elementos considerados inmutables, como la lengua, la historia, la poesía o determinadas costumbres y tradiciones, muchas revalorizadas de la épica medieval.

        Pero el romanticismo alemán, la construcción de la conciencia nacional y la propia idea de estado-nación han hecho olvidar que en realidad la identidad nacional es un concepto meramente relacional. Toda identidad nacional requiere de Otra identidad para poder destacar su diferencia. Las identidades nacionales se fueron construyendo a partir de rivalidades políticas existentes que luego fueron delimitando la pertenencia a un estado-nación. En un principio, ni siquiera la lengua era excluyente para pertenecer a una comunidad política. Tal como explicó el antropólogo Frederik Barth, fueron, paradójicamente, las situaciones de contacto las que diferenciaron y marcaron las identidades nacionales como “propias”.

        La gran contradicción que arrastra el modelo de estado-nación es que la identidad nacional sirve para velar una realidad: la desigualdad y la brecha social dentro de la misma comunidad política. La identidad nacional – siempre de una forma rivalizada entre naciones - es lo que permitió generar vínculos horizontales y reforzar la idea de fraternidad entre ciudadanos de una misma nación. Es lo que legitimó también, morir en guerras e incluso matar por la pertenencia y el amor a esa nación. Y aunque no se llegue a matar o morir por ello, hoy en día aún resulta muy difícil que una lucha enmarcada en cuestiones territoriales y nacionales, no derive en debates identitarios también de forma rivalizada, que acaban dividiendo a la clase trabajadora, tal como ocurre en Catalunya y en muchos países europeos.

        ¿Qué está pasando ahora en Europa?
        La comunidad nacional también se convirtió en garante de la seguridad y la protección dentro de esa comunidad, en tanto otorga los derechos de ciudadanía por pertenecer a ella. Cuando hay una crisis económica profunda y escasean el trabajo y los recursos, la comunidad nacional se hace más pequeña. En vez de revisar los vínculos verticales causantes de estas crisis, se revisan los vínculos horizontales y enseguida aparecen chivos expiatorios, que son aquellos cuya identidad es la más diferenciada, y por lo tanto, la más fácil de rivalizar: extranjeros, grupos de otra religión o cultura, o comunidades vecinas. La idea del Volkgeist vuelve a resurgir y se produce un repliegue dentro de la comunidad para proteger los derechos de los miembros que se consideran “auténticos”. Es lo que se denomina repliegue nacionalista, que apela a “recuperar” la esencia cultural y los privilegios sociales de esa comunidad (que pudieron haber sido reales o bien que se transmitieron como forma de mito).

         El exponente más significativo es la ultra derecha europea con lemas como “Au nom du peuple” de Lepen, o el “America First” de Trump. El miedo a la globalización también contribuye a un repliegue nacional e identitario. El mundo está más comunicado y las amenazas están más cerca. Surge la sensación de que en una comunidad más pequeña estamos mejor protegidos y de que a su vez esta comunidad más pequeña será más fácil de proteger. Es como cuando hay una tormenta y sentimos que lo mejor es estar en casa con nuestra familia al calor de una chimenea. El problema aparece cuando necesitamos salir a la intemperie para buscar recursos y no tenemos paraguas.

        La realidad es que el Volkgeist y esa comunidad imaginada que aparentemente nos protege, son un mito. Tal vez fueron útiles en su momento como refugio, pero ahora ya no son un refugio, ni mucho menos una solución. La globalización ha dejado obsoleta aquella creencia de que la soberanía radica en la nación, y el estado por sí sólo como instrumento apenas alcanza para garantizar los derechos de ciudadanía. Las soluciones a las crisis deben pasar por tejer alianzas más allá de esas fronteras imaginadas, que promuevan integración, fraternidad y cooperación.

        En estas nuevas alianzas y marcos cooperativos, las identidades nacionales no deben ser excluyentes ni rivales. El federalismo tiene la responsabilidad de desnaturalizar las rivalidades entre identidades nacionales, y validar la identidad nacional como una premisa relacional y múltiple. Esto no se trata de romper ni fraccionar las identidades nacionales, ni mucho menos de negarlas o invisibilizarlas. Tampoco se trata de fusionarlas, ni diluirlas en banderas blancas o de varios colores. Se trata de eliminar rivalidades denunciando la instrumentalización de las identidades nacionales por parte de las élites económicas y políticas, para volver a situar el conflicto en su eje vertical, y no de forma horizontal. Eliminar y desmitificar estas rivalidades es el primer paso para lograr redefinir el sentido de pertenencia a una comunidad política que proteja y otorgue derechos.
El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”
        El federalismo debe legitimar la convivencia de diferentes identidades nacionales en un espacio más amplio, democrático y plural, y reafirmarse sobre la existencia de múltiples pertenencias. Debe encontrar elementos aglutinadores para generar nuevos vínculos emocionales horizontales que permitan ampliar las fronteras de la “comunidad imaginada”. Es a través de estos nuevos vínculos y de las múltiples pertenencias que el federalismo podrá abrirse camino y consolidarse como una forma de organización cooperativa y solidaria, erradicando definitivamente las viejas y míticas “guerras de banderas”.


        Nota de la autora: Al igual que Amin Maalouf cuando acaba su libro Identidades Asesinas, deseo que dentro de unos años cuando mis hijos o nietos encuentren este artículo perdido en el ciberespacio, me digan: ¿En serio era necesario explicar esta tontería?

sábado, 11 de noviembre de 2017

Adiós a Carles Pastor (por Francesc Arroyo, Beatriz Silva y Siscu Baiges)

Fue un historiador de su propio presente y fue capaz de verlo en amplia perspectiva. Un periodista riguroso pero, sobre todo, un gran amigo y una persona honesta. Federalistes d'Esquerres no habría sido posible sin él o al menos no habría sido lo mismo




Hoy hemos despedido a Carles Pastor, uno de los fundadores de Federalistes d’Esquerres, un periodista riguroso y profesional que sirvió de maestro a varias generaciones pero que era, sobre todo, un gran amigo y una persona honesta.
Carles Pastor empezó los estudios de periodismo en la Escuela Oficial de Barcelona en el año 1969, el mismo año en el que empezó a estudiar Historia en la Universidad de Barcelona. Fue en los dos casos un alumno serio y brillante. También crítico con alguno de los profesores y el sistema de estudio. En aquellos años convulsos en los que la dictadura se resistía a darse por vencida, colaboró no poco a combatirla. En la facultad de Filosofía y Letras (donde se cursaba entonces la especialidad de Historia) formó parte del movimiento unitario llamado “Comités de Curso” que promovía la democratización de la vida universitaria. Apenas terminar las dos carreras empezó a trabajar en la sección de política de Mundo Diario, de donde pasó a El Periódico cuando se fundó esta nueva publicación. En él se jubilaría al llegar a la edad reglamentaria tras una estancia en El País. Nunca, sin embargo, dejó de escribir de política, actividad que él veía no como un patio de gallinero sino como la organización de la convivencia. Como informador riguroso que fue, quizás tuvo rivales, pero no enemigos.
Hay algunos historiadores que desdeñan el periodismo por su falta de rigor. Carles Pastor, con su actividad a lo largo de los años, muestra lo infundado de ese desdén. Cuando se quiera escribir la historia de los últimos 40 años, sus crónicas serán una fuente excelente. Inevitable. Porque Carlos fue un historiador de su propio presente y fue capaz de verlo en amplia perspectiva, sin dejar nunca de lado la actividad de ciudadano que le impelía a mejorar la sociedad en la que le tocó vivir.
En 2012 formó parte del pequeño grupo que impulsó el manifiesto ‘Llamamiento a la Cataluña federalista y de izquierdas’ que dio origen en 2013 a Federalistes d’Esquerres. Desde el primer día, se puso al frente de un pequeño grupo de periodistas a los que organizó por turnos para poder sacar adelante la comunicación de una asociación que casi no contaba con medios materiales pero sí con un grupo de profesionales dispuesto a dedicarle cada noche algo de su tiempo. Cuando se presentó el manifiesto fundacional, en octubre de 2012, decidió que era suficientemente importante para no enviarlo por correo electrónico y asumió el trabajo de entregarlo personalmente, impreso, en cada una de las redacciones.
Carlos era mucho más que un gran periodista: era un excelente compañero, una persona generosa que hasta el último momento luchó por valores escasos en estos tiempos como la convivencia y el entendimiento. Creía firmemente en una Cataluña diversa, integradora y tolerante. Este proyecto no habría sido posible sin él o al menos no habría sido lo mismo.
Esperamos que la tierra te sea leve, compañero. ¡Volveremos a vernos!

sábado, 4 de noviembre de 2017

Bandera viene de bando (por José Luis Atienza)

Debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra



(Intervención de José Luis Atienza en el acto ‘Puente en la palabra’ organizado por Radio Rebelde Republicana el 3 de noviembre de 2017 en el auditorio de Calabria 66)

Bandera viene de bando y dividirse en bandos es la manera más rápida de encontrar razones para lanzarnos los unos contra los otros. El pueblo llano desfilaba dividido, a pie, bajo los trapos de colores de los nobles que iban a caballo. Sentir los colores era ser carne de cañón para morir por la bandera.
Este pasado mes de octubre ha comenzado con un mar de banderas esteladas y ha acabado con un mar de banderas rojigualdas con la presencia minoritaria de la vieja bandera que va de bandera de parte sino de bandera de síntesis precaria: la senyera. Hay quien ha estado en las dos manifestaciones, porque una parte de la gente no va donde sus ideas sino donde va Vicente. Y a Vicente le ha dado por llevarnos a cuestas de las emociones nacionales.
Nación viene de nacer en el mismo lugar, aunque uno nace donde puede y no donde quiere, por lo que la cosa no tiene mucho mérito, porque al igual que nacimos aquí podríamos haber nacido allí. Recuerdo una vieja canción del argentino Facundo Cabral que también cantaba la mexicana Chavela Vargas. "No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es el color de mi identidad." Ser feliz colectivamente es el color de la identidad del federalismo: organizarse para conseguir esta felicidad relativa de ser diferente y vivir en paz consigo mismo y con los demás. 
Nuestra bandera debería ser blanca. Blanca como las sábanas que ondeaban en las azoteas de la infancia, porque el trapo blanco siempre ha sido el color maternal de la tregua, el alto el fuego, la enseña de la paz que sueñan los soldados en guerra. Es una bandera que dice mucho más que el hablamos, que el dialogamos. Es la bandera del acordemos. El federalismo lleva el pacto puesto hasta en el nombre porque es la construcción política de la confianza (fides) a partir del pacto entre iguales (foedus).
Uno es de la bandera blanca del pacto, pero también de la bandera roja, que es la bandera de la gente de a pie, la bandera de quienes viven de su salario o de su pensión. Uno, que es un comunista desteñido por el cambio climático de la vida y de la historia, todavía cree en los valores de un himno revolucionario y federal. La internacional, un himno de cuando las manos con callos y sabañones eran nuestro capital, que decía cosas como “ningún deber sin derecho” y “ningún derecho sin deber”. La internacional era la vieja solidaridad obrera por encima de fronteras y naciones. La mayoría de los muertos caídos bajo las banderas de las últimas guerras mundiales eran trabajadores. Los muertos siempre los ponemos los mismos. 
El federalismo es la bandera blanca de los sistemas de gobierno, porque el blanco es la suma de colores del arco iris. El sistema federal es ponerse de acuerdo sobre la forma de vivir juntos, de gobernarnos juntos gentes con realidades diversas, y establecer los derechos y los deberes. El federalismo practica el acoso y derribo al concepto de soberanía, derivado de soberano, adjetivo apto para reyes, coñacs y gobierno verticales pero no para un gobierno horizontal, de competencias repartidas, en red, para este mundo que está conectado económicamente. Es incompatible izquierda y soberanismo, porque de lo que se come se cría e izquierda es compartir riqueza, gobierno, economía y derechos sociales. Sin embargo, alguna izquierda ha confundido soberanía y nacionalismo con lucha de clases, que ya es confundir, y a partir de ahí todo en ella fue naufragio.
El punto de apoyo del federalismo para mover el mundo es el deseo de estar juntos, y eso está en peligro. Por ello debemos de convertir la fraternidad con los pueblos de España en una militancia humilde con el aliento de los ideales republicanos que alimentan el federalismo, libertad, igualdad y fraternidad. Es el momento de la militancia federalista, debemos dejar de ser federalistas en la intimidad y dejar de practicar el federalismo como un vicio solitario, y darle la épica y la emoción de ser la única vía capaz de articular la diversidad cultural y nacional, porque ni el inmovilismo ni la insurrección son caminos que lleven a ningún sitio. No nos dejemos arrebatar las viejas palabras de las que el nacionalismo intenta apropiarse, legitimidad, libertad y democracia, para convertirlas en sinónimos de independencia. Nos toca recordar aquellos versos de Espriu.
Però hem viscut per salvar-vos els mots,
per retornar-vos el nom de cada cosa
Y eso depende de la política pero no puede ser una solución desde arriba sino que la tenemos que empujar desde abajo. Ahora más que nunca, cuando florecen las alambradas nos toca proponer. Nos toca recordar a Daniel Viglietti, a quien perdimos hace tres días, y ponernos a desalambrar.
A desalambrar, a desalambrar
que la tierra es nuestra,
tuya y de aquel,
de Pedro, María, de Juan y José.
Muchas gracias.


domingo, 29 de octubre de 2017

La independència era això? (per Francesc Trillas)

Avui tenim una Catalunya més dividida, més pobra, més desigual, més desprestigiada i amb menys autogovern. Felicitats, a Mas i Puigdemont i a tots aquells que els hi han fet el joc



Portem anys sentint a parlar del dia de la desconnexió, de la “plenitud nacional” o d’hipèrboles encara més grandioses com “el dia en què serem lliures”. Doncs bé, arribat el moment orgàstic, tot ha acabat amb una llufa.
Catalunya no sols no és independent, sinó que és més dependent que fa set anys, quan es va produir la sentència de l’Estatut i Artur Mas va arribar a la presidència de la Generalitat. El balanç dels governs Mas-Puigdemont és desolador. Avui tenim una Catalunya més dividida, més pobra, més desigual, més desprestigiada i amb menys autogovern. Felicitats, a Mas i Puigdemont i a tots aquells que els hi han fet el joc.
En un debat a la tele de Podemos el passat 11S la senyora Gabriela Serra de la CUP em va titllar de sarcàstic perquè li vaig dir que possiblement a la propera Diada els manifestants podrien tornar a reciclar les samarretes d’anys anterior on deia “ara és l’hora”. No va ser l’inici d’una gran amistat. Tot i que és cert que tinc una vena sarcàstica que maldo per controlar, en realitat no ho deia en aquest sentit, sinó que ho deia seriosament. Els estaven tornant a enganyar, com els fets del passat divendres han posat de manifest.
Del “tot està a punt” del Jutge Vidal hem passat a un ridícul espantós. Ni tan sols s’han atrevit a fer l’escena del balcó. El fracàs internacional del procés, per obra i gràcia de Raül Romeva, ha estat dels que fan època. Ja no serveix ficar-li la culpa als “botiflers” habituals, ni tan sols a Madrid. El gol ha estat en pròpia porteria, un auto-gol inútil i molt car. Crec que mentre els diputats independentistes aprovaven la creació d’una república a partir d’un parlament autonòmic amb 70 vots (secrets per eludir la justícia, malgrat enviar en les seves estratègies escrites a la ciutadania a desobeir la llei) sobre 135, molts menys dels que calen per reformar l’Estatut o aprovar una llei electoral, jo estava acabant de dinar tranquil·lament amb un amic meu. Ningú al restaurant es va alterar. Vam sortir al carrer i tot seguia com un divendres normal. Vaig anar a una biblioteca pública, després vaig acompanyar la meva filla a un centre de la sanitat pública a fer un tràmit. Tot normal i en funcionament. No se sentien clàcsons ni celebracions especials. El dia següent, dissabte, un dia normal, amb el govern català ja destituït, les botigues obertes, la ciutadania vivint lliurement i crec que una mica més relaxada. Haurem d’esperar que el Barça guanyi algun títol o potser Espanya, amb gol d’Iniesta o encara millor de Sergio Busquets, per sentir celebracions massives als carrers de Catalunya.
Els diputats i senadors d’ERC i el PdeCat a les Corts espanyoles diuen que pretenen seguir amb els seus càrrecs i cobrant els seus sous. Es veu que la independència no se la creuen ni ells. A hores d’ara no se sap si la seva estratègia és defensar la República que han proclamat amb la CUP puny en alt, o defensar l’autonomia catalana de la intervenció per part del govern espanyol. O defensen una república independent, o defensen l’autonomia, però les dues coses alhora no sembla massa coherent.
Van apareixent amb compta-gotes els independentistes que se senten enganyats. Alguns més se’n van sentir quan Puigdemont va estar a punt de convocar ell mateix les eleccions el dijous passat. No entenc francament que després del que ha passat des del divendres tinguin menys motius per sentir-se estafats i traïcionats. Junqueras sabia perfectament que la independència era inviable, però callava amb un oportunisme dels que fan època mentre defugia les seves responsabilitats com a conseller d’economia i no donava explicacions per l’estampida empresarial. També Artur Mas, i també tots els independentistes sensats que havien avisat les setmanes abans, sabien que la independència era inviable. Però en el Govern ja quedaven pocs adults, i potser el darrer, el Sr. Santi Vila, va plegar la nit del dijous al divendres. El segrest de les nostres institucions per part d’un grup ultra s’havia consumat. I els grups ultres no escolten. I tendeixen a enganyar la gent.
A tots els independentistes de bona fe que volen el millor per a Catalunya, que veuen la independència com un mitjà i no com un fi, cal allargar-los la mà. Molts dels seus objectius d’autogovern i defensa de la llengua i la cultura catalanes es poden aconseguir en una Espanya reformada que sigui part d’una Europa federal i unida. No es poden aconseguir els seus fins (com ja s’ha comprovat) amb aventures unilaterals que fan el joc als qui busquen la desintegració d’Europa. La part majoritària del nacionalisme basc així ho ha entès. És hora de recosir Catalunya. No serà fàcil, els ultres han fet molt de mal. Però és necessari.

domingo, 15 de octubre de 2017

Lluís Companys, un dels nostres (per Joan Botella)

Un partit català, combinant el mal gust i la ignorancia histórica, commemora cada any la seva execució amb una marxa nocturna amb torxes. Però això no canvia les coses: Lluís Companys era un republicà, un federalista espanyol i un home d’esquerres



Com en moltes altres coses, el nacionalisme separatista porta anys intentant apropiar-se de la figura de Lluís Companys. Com han fet amb l’exposició sobre la presó Model, o amb l’exposició sobre les lluites veïnals durant el franquisme, o amb els diversos col·loquis i conferències sobre temes històrics: allò que no és seu, s’amaga; i si no es pot amagar, s’intenta absorbir.
El pujolisme va intentar durant dècades amagar la figura del president Companys; i quan al final no van poder resistir la pressió, li van dedicar un monument petit i poc conegut al costat de l’Arc de Triomf de Barcelona.
Per què aquest odi a la figura de Companys? Un dels intel·lectuals del règim va intentar menystenir-lo citant un vers d’un òpera: “un bel morire / tutta una vita onora”. Com si l’execució de Companys l’hagués redimit d’una vida deshonorable…!
Lluís Companys era un advocat, que es va especialitzar a defensar sindicalistes de la CNT en els “anys de plom” del pistolerisme del Sindicat Lliure, i a defensar els drets dels rabassaires davant dels abusos dels propietaris latifundistes. Per això, el seu grup (en torn del diari “L’Opinió”) va ser un soci indispensable en la creació d’ERC: hi aportava la connexió amb el moviment obrer i amb la tradició del sindicalisme agrari, i l’herència histórica del federalisme republicà.
Elegit per uns pocs dies alcalde de Barcelona, Companys va exercir tots els càrrecs públics imaginables durant la segona República, fins a ser elegit president de la Generalitat a la mort de Francesc Macià. I al cap de pocs mesos es va produir l’esdeveniment cèlebre, i que cal entendre bé: el 6 d’Octubre de 1934. Companys no proclama la independència de Catalunya: proclama l’Estat Català dins la República Federal Espanyola. Després dels precedents d’ Itàlia, d’Alemanya i d’Àustria, l’entrada de la CEDA al govern de Madrid feia tèmer la imminència d’un cop feixista a Espanya. L’Aliança Obrera i el PSOE promouen un alçament contra el risc d’un govern feixista a Madrid, i la fracció separatista d’ERC intenta que la Generalitat aprofiti l’ocasió i es declari independent.
Companys, un republicà federalista i d’esquerres, un home lleial a la República, s’hi nega (com la CNT catalana, d’altra banda). Mentre ell i el seus són detinguts i empresonats, els dirigents d’Estat Català, encapçalats per Dencàs, fugen per les clavagueres de la Plaça Sant Jaume, arriben al port i embarquen, uns cap a Itàlia i altres cap a França.
El Front Popular i l’amnistia el restitueixen a la presidència, des d’on conduïrà el govern de Catalunya en les tràgiques condicions de la Guerra Civil, repetint una i altra vegada una mateixa frase: “defensar Madrid és defensar Catalunya”. I després, ja a l’exili, perseguit per la policia secreta espanyola, cau en mans de la Gestapo que el repatria a Espanya, on serà condemnat per un Consell de guerra i executat.
Un partit català, combinant el mal gust i la ignorancia histórica, commemora cada any la seva execució amb una marxa nocturna amb torxes. Però això no canvia les coses: Lluís Companys era un republicà, un federalista espanyol i un home d’esquerres. Lluís Companys era un dels nostres.