domingo, 14 de septiembre de 2014

Los panes y los peces (por Francisco Morente Valero)

Hace tiempo que en este país, el recuento de manifestantes de las grandes citas adopta la forma moderna de la parábola bíblica de los panes y los peces: nunca, en ningún caso, se acepta menos de un millón de participantes


Hace tiempo que en este país (España, Cataluña: elija el lector) el recuento de manifestantes en las grandes citas es la forma moderna que adopta la parábola bíblica de los panes y los peces. Desde el glorioso Caudillo que reunía un millón de personas en sus performances de la Plaza de Oriente hasta la espectacular V de este 11-S, los ejemplos son incontables y de todos los colores. Con una característica común: nunca, en ningún caso, se acepta menos de un millón de participantes. Así podemos ir desde el mítico 11 de septiembre de 1977 hasta las colosales manifestaciones del PP y la Conferencia Episcopal  contra Zapatero en la plaza de Colón de Madrid (aquí la cifra mágica eran dos millones), pasando por la gran demostración de Barcelona contra la guerra de Irak (otro millón) y acabando con las manifestaciones y vías patrióticas de 2010, 2012, 2013 y 2014 que ha organizado la Assemblea Nacional Catalana (sin apoyo institucional, mediático ni partidista alguno, como todo el mundo sabe), cada una de ellas mayor que la anterior, según se han encargado de señalar los organizadores, las neutrales policías encargadas del orden y esos expertos en contar con detalle lo que hacen los otros y en hinchar lo que organizan los propios.


Que hay una gran cantidad de independentistas movilizados es algo que ya sabíamos. Que a Mariano Rajoy eso parece traerle sin cuidado, también. Que Artur Mas no pondrá las urnas en condiciones de poder hacer una consulta mínimanente útil para saber dónde estamos (no digamos ya, para zanjar la cuestión) es evidente. Que tenemos un problema descomunal lo ve hasta el más tonto


Todas esas manifestaciones y concentraciones (incluyendo las del NO-DO) fueron de grandes dimensiones. Algunas, estratosféricas. Pero todas, sin excepción, con una participación muy por debajo de lo que la propaganda correspondiente quiso hacernos creer. Por la sencilla razón de que ni en la Plaza de Oriente ni en la de Colón (y zonas adyacentes) ni en el Passeig de Gràcia cabe (ni de lejos) un millón de personas; en realidad, sus capacidades respectivas quedan muy lejos de esa cifra. Es lo que tienen las matemáticas: calculas el largo y el ancho, los multiplicas; (en según que casos) al resultado le quitas un 10% de zonas no ocupables (mobiliario urbano, árboles y similares), y lo que queda lo multiplicas por un factor que en caso de altísima densidad podría ser 4 (personas por metro cuadrado), y en caso de gran participación, pero no de masa compactada, podría ser 3, y se obtiene un resultado bastante aproximado de la gente que ha podido asistir.
Solo los dispuestos a tragarse lo que sea pueden creerse que en una superficie que la propia organización había fijado en 200.000 metros cuadrados puedan haberse juntado un millón ochocientas mil personas (9 manifestantes por metro cuadrado). Las imágenes de TV de la concentración del pasado jueves permitían hacerse una idea del tamaño de la misma: los once kilómetros previstos estaban cubiertos, pero lo estaban con una anchura que oscilaba bastante de unas zonas a otras y que podría situarse, siendo generosos, en unos 25 metros de media, y con una densidad alta pero que no era la de una masa  compacta, como lo mostraba el que en gran parte de las tomas televisivas pudiese verse a la gente desplazarse sin mayores problemas entre las personas que formaban la V.
Con esa información en la mano [unos 275.000 metros cuadrados ocupados y unas 3 personas por metro cuadrado], podía hacerse un cálculo, aproximado pero con fundamento, que situaba la participación en la V entre tres cuartos y (como mucho, muchísimo) un millón de personas. Al día siguiente del acontecimiento, un grupo de investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona, que había preparado un mecanismo de cómputo sobre el terreno, dio la cifra de 900.000participantes.
Una  muchedumbre de impresión, claro, pero la mitad de lo que (¿alguien lo duda?) la propaganda nacionalista fijará como cifra para la historia. Se podrá aducir que el número es lo de menos, que lo que cuenta es el carácter masivo de la V. Y en parte, es verdad. Sin embargo, que el número más o menos exacto es relevante lo prueba el que los organizadores se hayan apresurado a doblarlo (impensable quedar tan lejos de la marca oficialmente registrada en 2013). Pero más importante aún es que quienes analizan a fondo las tendencias de la sociedad catalana sepan de qué y de cuánta gente exactamente estamos hablando. Las estrategias políticas acertarán o se equivocarán en función de que tengan en cuenta, o no, la realidad “real” (permítanme la redundancia) en vez de la virtual.

Quien corresponda debería tomar buena nota de lo que ha pasado y empezar a pensar en alternativas políticas viables que permitan encauzar el problema que el Estado tiene planteado y que hasta ahora algunos pensaban que se solucionaría simplemente esperando a que el soufflé bajase


Lejos de mi intención minusvalorar la participación ciudadana en la V. Todo lo contrario. Creo que a quien corresponda debería tomar buena nota de lo que ha pasado y empezar a pensar en alternativas políticas viables que permitan encauzar el problema que el Estado tiene planteado y que hasta ahora algunos pensaban que se solucionaría simplemente esperando a que el soufflé bajase. Bien, pues no ha bajado, ni nada hace pensar que vaya a bajar en un futuro próximo. Ahora bien, se equivocará igualmente quien piense que la V es el punto de inflexión en la situación política que vivimos, y que hará el camino a la consulta (y con ella, a la independencia) imparable.
Que hay una gran cantidad de independentistas movilizados es algo que ya sabíamos y que este 11-S solo ha vuelto a confirmar. Que a Mariano Rajoy eso parece traerle sin cuidado, también lo sabíamos. Que Artur Mas no pondrá las urnas en condiciones de poder hacer una consulta mínimanente útil para saber dónde estamos (no digamos ya, para zanjar la cuestión) es evidente. Que tenemos un problema descomunal lo ve hasta el más tonto. Que esto es una cosa que de revolución tiene poco, también. Que cierta izquierda viva todo esto, como dice el Mas de Polònia, amb il·lusió y con la sensación de que pasado mañana asaltará el Palacio de Invierno al frente de las masas roji-amarillas es algo que escapa a mi comprensión (pero eso no es grave porque, indudablemente, mi comprensión debe de ser muy limitada).
En cualquier caso, la V no ha sido el inicio de nada sino el final de la fase de movilización festiva y familiar que ha caracterizado al movimiento independentista durante estos dos últimos años. Ahora empieza el conflicto de verdad, con cada vez menos espacio para las ambigüedades, los juegos florales y los errores tácticos. El frente “consultista” se autoimpuso una fecha límite. Estamos a menos de dos meses de que se cumpla. Más de uno de los que están al mando siente ya el vértigo de las alturas a las que se ha subido sin que esté clara la forma en que se puede bajar de ellas. Ojalá que no sea con un gran batacazo colectivo, pase lo que pase el 9N.

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