La independencia nos deja más expuestos aún, si cabe, a una forma de hacer política ligada a las familias más influyentes y encerrada en el cortijo de una clase media adoctrinada que anhela pasar a la historia con un gesto grandilocuente. Por ahí no se va a la regeneración democrática ni a la higienización de la clase política
A pesar de tanto ruido mediático y tanta propaganda, seguimos sin saber exactamente para qué quieren la independencia los independentistas. No sé que opináis vosotros, lectores, pero a mi me da que el movimiento soberanista se ha vuelto completamente autorreferencial. Y, viceversa, en mi opinión, todo lo que encontremos a faltar en la Catalunya de hoy podemos conseguirlo sin necesidad de trazar nuevas fronteras ni de izar banderas divisorias. Por tanto, que alguien me explique, por favor, ¿para qué quieren la independencia?
No será, seguro, como garantía contra la corrupción.
La independencia nos deja más expuestos aún, si cabe, a una forma de hacer política
ligada a las familias más influyentes y encerrada en el cortijo de una clase
media adoctrinada que anhela pasar a la historia con un gesto grandilocuente.
Por ahí no se va a la regeneración democrática ni a la higienización de la
clase política.
Es cierto que se han oido voces que aseguran que la
independencia acabará con los recortes, suavizará los impuestos y creará
puestos de trabajo. Pero, quien mantiene dichas opiniones sabe que se basan en
arenas movedizas y en deseos mal o bien intencionados, pero no en previsiones
solventes. Lo cierto es que la independencia nos adentra en un marco de absoluta
incertidumbre económica. En una economía y unas finanzas completamente
globalizadas, ya me dirán que confianza puede inspirar la disidencia catalana.
No creo que los independentistas opinen de buena fe
que un futuro Estat Català ofrezca
garantías para la reforma de la gestión sanitaria. De hecho, la sanidad hace tres
décadas que está transferida y ya ven donde estamos tras años de gasto
absolutamente descontrolado, en cantidad y, sobre todo, en calidad ¿Queremos más
de lo mismo? No. ¿Queremos más injerencia política en la labor profesional? No.
¿Queremos más financiación irregular de los partidos con los presupuestos de
sanidad? No. ¿Queremos que persista el mobbing
en los hospitales? No. ¿Queremos una privatización en beneficio de las familias
de la derecha conservadora y de las multinacionales? No. ¿Avanzaremos con la
independencia hacia la meritocracia y la profesionalidad? De ningún modo.
Se encuentran bastantes independentistas románticos y
estetas entre artistas y científicos que no tocan de pies al suelo, trabajan en
sus burbujas particulares y viven, la mayoría, de las subvenciones oficiales en
un país que fue el de “las maravillas” y que, según algunos, lo volverá a ser
con la independencia como, por ejemplo, mencionaba Manel Esteller recientemente en un artículo de El Periódico. Y yo les digo, ¿qué vamos a hacer con la independencia que no
podamos haber hecho ya? ¿La ley de mecenazgo? No. ¿Seguiremos perdiendo
talentos? Si. ¿Competiremos con el MIT o con Yale? ¡Vamos hombre! ¡Lo que
llevamos perdido en el intento! Nuestra falta de modestia es antológica y tiene
que ver con la atmosfera cerrada y el ombliguismo que ha propiciado el
catalanismo soberanista.
¿Tendremos una televisión pública plural con la independencia? No. No la tenemos ahora, mucho menos la vamos a tener cuando nuestro pasaporte luzca la estelada. El escándalo persistirá e irá en aumento. Seguirán robándonos los medios de comunicación que son de todos y deben ser para todos. ¿Habrá más periodismo independiente? No.
¿Tendremos una televisión pública plural con la independencia? No. Avanzaremos hacia la transparencia y la honradez política con una Catalunya separada? No lo creo. ¿Vamos a tener una ley de claridad sobre la financiación de los partidos políticos? Lo dudo
¿Tendremos una televisión pública plural con la independencia? No. No la tenemos ahora, mucho menos la vamos a tener cuando nuestro pasaporte luzca la estelada. El escándalo persistirá e irá en aumento. Seguirán robándonos los medios de comunicación que son de todos y deben ser para todos. ¿Habrá más periodismo independiente? No.
¿Avanzaremos hacia la transparencia y la honradez política
con una Catalunya separada? No lo creo. Palau, Hospital de Sant Pau, ITV,
Prenafeta, Caixa Catalunya-Narcís Serra, espionaje político... todo eso no solo
no se va a arreglar sino que muchos más dirigentes, muchos más cargos
intermedios, tendrán las manos más libres para gestionar recursos públicos
a su aire y autoconcederse
privilegios y sueldos a todas luces desmesurados. ¿Vamos a tener una ley de
claridad sobre la financiación de los partidos políticos? No. ¿Vamos a tener
una nueva ley electoral, menos rígida y con listas abiertas? Lo dudo.
Seguro que la independecia no les quita el sueño a los parados, a los pacientes que están en las listas de espera, a los sometidos a un ERE, a los deshauciados o a los licenciados sin expectativas de trabajo
En resumen, muy sencillo: no hay entre los políticos
de primera fila quien tenga credenciales solventes para llevarnos al
soberanismo y ello, más tarde o más temprano, se verá en las urnas. Los días de
CiU están contados. Ha perdido el centro, la moderación y el seny y es hoy rehén de una ERC sin
experiencia alguna de gobierno y sin más propuestas que la propaganda obcecada
a favor del derecho a decidir (“raca, raca”, diría Peridis). Rompiendo con su
tradición jacobina, los partidos de la izquierda se han declarado abiertamente
federales y eso les va a dar un plus de cara a las legislativas del 2015 en las
que, de nuevo, se colocarán por delante del PP. En el centro derecha de Unió,
Ciutadans, UpyD e incluso el PP, hay numerosas voces en favor de una reforma
constitucional que aborde sin complejos la cuestión territorial. Por tanto nos
hallamos ante un escenario político móvil e incierto en el que Federalistes d’Esquerres
va a tener, sin duda, una influencia considerable en la promoción de una
tercera vía que haga posible la unión en la diversidad, la concertación dentro
del respeto a las diferentes culturas.
Seguro que la independecia no les quita el sueño a
los parados, a los pacientes que están en las listas de espera, a los sometidos
a un ERE, a los deshauciados o a los licenciados sin expectativas de trabajo;
todos ellos lo tienen claro: la respuesta a tantos interrogantes no llegará de la Plaça Sant Jaume. No calléis, haced oir vuestra voz.
Catalunya tiene ahora la posibilidad, como la tuvo y
la aprovechó en 1978, de liderar una segunda transición y de hacer política de
verdad, de altas miras. Catalunya, tiene ahora la opción de abanderar un
proceso consituyente hacia un estado federal y de reunir en torno a esta
bandera multiterritorial a todas las fuerzas políticas que apuesten claramente
por la reforma de un exhausto Estado de las Autonomías.
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