Decía Althusser (a quien casi nadie cita ya) que la función
del filósofo es pelearse por palabras. Se podría ampliar: hoy es ya la misión
del ciudadano, tal es la red de engaños lingüísticos que le acechan. Dejemos de
lado los recortes, a los que el gobierno llama reformas y vayamos a otras
expresiones que, además, muestran una clara inconsistencia en el hablante. Por
ejemplo: “España”. Buena parte del nacionalismo periférico rechaza la palabra y
la sustituye por “Estado español”. Se entiende: se pretende sugerir que el
Estado Español es una entidad artificial (¿qué Estado no lo es?) que integra diversas
“naciones” (divisiones
territoriales que nacen, por lo que se ve, de la pura naturaleza). Vale. Pero
no sólo ocurre algo así en España. Francia incluye el País Vasco francés, la
llamada “Cataluña norte”, Bretaña y Córcega, para no hablar de la especial
idiosincrasia de Alsacia y Lorena. No se puede decir que Alemania es un todo
homogéneo, sin reparar en los Lander, las ciudades estado y otras diferencias
territoriales que algunos alemanes tienen por muy evidentes. De hecho, la
unificación alemana es cosa reciente y no me refiero a la de hace un par de décadas.
¿Qué pasa en Italia? O en los países nórdicos, con la franja de territorio en
la que viven los sami. Y, en estos casos, los mismos que
hablan del “Estado español” evitan utilizar expresiones como “Estado francés”, “Estado
alemán”, “Estado italiano”, “Estado noruego”, “Estado sueco”. Lo dicho,
inconsistencia lingüística. O confusión mental.
Lo grave es que un sector de la autodenominada izquierda ha
entrado al trapo y ha comprado el lenguaje del enemigo. Luego se preguntan por
qué salen derrotados en las urnas: la primera derrota es una rendición en la
batalla del lenguaje.
No es la única. Recordemos el recorrido de las expresiones “dictadura”
y “democracia”. En el siglo XIX la izquierda contraponía “dictadura de la
burguesía” a “dictadura del proletariado”. La dictadura era la potestad de
dictar leyes y resultaba relevante que lo hiciera una u otra clase social.
También contraponía “democracia burguesa”
o “democracia formal” a “democracia obrera”. Esos eran los pares. La
derecha impuso un cambio: “democracia formal” frente a “dictadura del
proletariado”. Y la izquierda lo aceptó, De modo que “dictaduras, ni la del
proletariado”. Resultado: en el lenguaje actual sólo hay espacio para una
democracia: la burguesa. ¿Quién se atrevería hoy a llamarla “dictadura de la
burguesía”? ¿Quién se atreve a plantar cara a los inconsistentes que hablan y
no paran de “Estado español” como si fuera (en palabras del consejero de
Cultura catalán, que un día fue de izquierdas) “una anomalía”?
tinguem LAPAO germà... o l'ou i la gallina... o "Cataluña está privilegiada (y sobrerepresentada)" però no es publiquen les balances fiscals, o la virtut ( vici) de voler tenir (la) raó. Avorrit, vaja. Explica-li a en Solana, que t'usava de tonto útil al twitter...
ResponderEliminarLaPao germans, doneu- vos LaPao.
Respuesta del autor, Francesc Arroyo, a Barcelonauta:
ResponderEliminarEs curioso: mi texto propone ser preciso en el lenguaje. El comentario es cualquier cosa menos eso. ¿De verdad es lo mismo el PP que IU? ¿Es lo mismo la CUP que CiU? Si queremos dialogar vale la pena, como primera providencia, ponerse de acuerdo en el sentido de las palabras. ¿De verdad los Federalistes d’Esquerres están a favor del Lapao y consideran a Cataluña un territorio privilegiado? ¿De verdad toda Cataluña es igual? ¿Lo mismo La Mina que Pedralbes? Si de lo que se trata es de descalificar, entonces, la cosa es verdaderamente aburrida. De todas formas, gracias por la atención prestada.
Francesc Arroyo