sábado, 7 de junio de 2014

Catalanismo y nacionalismo (por Anna Estany)

Uno de los argumentos esgrimidos por el nacionalismo independentista es que el catalanismo se ha desplazado hacia el independentismo porque ésta es su evolución natural. ¿Son el nacionalismo y el catalanismo político conceptos equivalentes? Mi impresión es que no 


Es particularmente importante en la situación actual que se clarifiquen los conceptos para no nadar en la ambigüedad, ni en la sustitución de unos por otros, ni desde luego caer en una amalgama semántica: sucede por ejemplo con el derecho a decidir y el soberanismo. Es también el caso de la distinción entre el catalanismo y nacionalismo. Se pueden entender como equivalentes, correlacionados en el sentido que el uno lleva al otro, o diferentes; el problema del juego de diferencias o equivalencias se prolongaría si añadimos lo de independencia. Pero nos quedaremos por ahora con el binomio catalanismo vs. nacionalismo; sin duda que hay defensores y detractores de esta diferencia.



Si se trata de distinguir entre dos conceptos lo primero consiste en definirlos. De entrada, hay que dejar claro que cuando se trata de conceptos políticos como los aludidos no se puede pensar en definiciones esencialistas o a partir de características necesarias y suficientes, ni de otras abstracciones; lo pertinente es expresar su contenido a partir de pertinencias pragmáticas y de rasgos vinculados, en este caso, a la política y a lo social.
De hecho, lo que se ha llamado ‘catalanismo político’, defendido por un amplio espectro de la sociedad catalana de diferentes familias políticas, bien podría incluirse bajo la denominación de lo que se entiende por catalanismo, incluyendo la dimensión cultural. Por poner un ejemplo entre los defensores de la diferencia entre catalanismo y nacionalismo se puede citar el artículo de Antoni Puigvert “Del catalanismo inclusivo al romántico” (La Vanguardia el 3 de junio del 2013). En dicho artículo afirma que “el camino del catalanismo se está estrechando”. Refiriéndose al libro de Raimon Obiols El mínim que es por dir, señala: “Obiols describe a partir de anécdotas y retratos, pero también de la reflexión ensayística, las tres características del catalanismo político: la resistencia a la negación, desaparición o merma de la cultura catalana, la voluntad de inclusión social y la estrategia unitaria que desemboca en la Assemblea de Catalunya”. Puigvert, en el artículo citado haciendo referencia a cómo Jordi Pujol reconfiguró el catalanismo, hace la siguiente reflexión: “La lógica del nacionalismo catalán no es inclusiva. No es étnica, por supuesto, pero sí romántica. Un romanticismo que ahora se enfrenta a otro romanticismo: el que expresaba Aznar no hace mucho. El catalanismo inclusivo era lento porque anteponía a cualquier otra cosa la unidad política y la agregación civil de todos los componentes de la sociedad catalana. El nacionalismo catalán romántico tiene prisa, es idealista y hace abstracción de la realidad. Mientras el catalanismo inclusivo, fracasado, escribe el testamento; el nacionalismo romántico, creyéndose más fuerte de lo que es, se propone escribir las hazañas épicas que echan de menos en los libros de la historia mítica”. La radiografía que hace de la situación actual (posiblemente más agravada actualmente ya que este artículo está escrito hace un año) se adecua a lo que se está viviendo en Cataluña desde la puesta en marcha del llamado “proceso” hacia la independencia. 

¿Es normal que llamemos catalanistas a los “críticos del PSC” y que pongamos en duda que lo sean los que no han dejado el partido o han cuestionado el derecho a decidir?


La cuestión es si esta situación es positiva para el catalanismo inclusivo e integrador o si se ha de dar por finiquitado, aceptando así su fracaso y su sustitución por una concepción de equivalencia entre nacionalismo e independentismo. En este sentido es especialmente relevante el artículo de Francisco Morente Valero ¿Un solo pueblo? quien señala: “En algún momento alguien deberá estudiar el portentoso proceso mediante el que la fuerza política mayoritaria del catalanismo se hizo el haraquiri”. Uno de los argumentos utilizados por el nacionalismo independentista es que el catalanismo se ha desplazado hacia el independentismo siendo ésta su evolución natural. Y se justifica por el hecho del aumento del porcentaje de independentistas entre personas que hasta hace poco no lo eran.
La tesis de la deriva independentista del catalanismo invita a una reflexión, por un lado, sobre lo que ha significado históricamente para la lengua y cultura en Cataluña y, por otro, sobre las consecuencias de dicha deriva en el presente y en el futuro. En el presente, subyace en el fondo, un pesimismo respecto a la viabilidad del catalanismo. Mi impresión respecto al futuro es que seguirá habiendo catalanistas no independentistas, a pesar de la distorsión y ambigüedad o ambivalencia producida en algunas formaciones políticas. Me refiero, por poner sólo algún ejemplo, al hecho de que se denominan catalanistas a los llamados “críticos del PSC”. En cambio se pone en duda que lo sean los que no han dejado el partido o han cuestionado el llamado “derecho a decidir”. En realidad, los que han dejado de ser catalanistas son los que han optado por el nacional-independentismo. ¿O es que se puede considerar que Raimon Obiols, Jordi Hereu o Carmen Andreu (por poner sólo algunos ejemplos) no forman parte de los catalanes que han contribuido a “la resistencia cultural catalana, la voluntad de inclusión social y la estrategia unitaria que desemboca en la Assemblea de Catalunya”? Lo mismo podríamos decir de las personas (militantes o votantes) de ICV que no comparten su inclusión en el proceso independentista y que por ello se les considere menos catalanistas.
Como conclusión se puede afirmar que en la situación actual es más necesario que nunca fortalecer un catalanismo inclusivo, que no se confunda con el nacionalismo independentista, si no se desea que la sociedad catalana desemboque en dos nacionalismos románticos. La confianza es que al catalanismo le queda aún largo recorrido y que lo que en estos momentos puede parecer un proyecto fallido resurja y, contra todo pronóstico, ni acabe en fracaso ni tenga que hacerse el haraquiri.

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