El verano de 1914 puede considerarse como el del suicidio de Europa. La integración europea se retrasó en casi 50 años. El continente perdió gran parte de su peso político en el mundo y la solución geopolítica impuesta puso los cimientos a una catástrofe todavía mayor: la Segunda Guerra Mundial. ¿Podemos extraer lecciones de lo que sucedió hace un siglo?
Hace no muchos días, el 28 de junio, se cumplió el centenario del asesinato
en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la monarquía dual
austro-húngara, a manos del nacionalista serbio Gavrilo Princip. Los círculos
belicistas de Viena y Budapest aprovecharon la evidencia de la, más que
probable, complicidad de altos cargos de la administración y del ejército
serbio en el magnicidio, para plantear un ultimátum que al estado balcánico le
era imposible asumir. De esa manera se quemó la simpatía por las reclamaciones
del Imperio para una investigación de los tentáculos que habían propiciado el
hecho, así como la indignación que produjo por doquier el luctuoso suceso.
En el verano de 1914, y como consecuencia de haberse más que doblado el territorio del país en las dos guerras balcánicas (1912-1913), el ejército serbio estaba llevando a cabo una amplia operación represiva, y de asimilación, de la población kosovar y macedonia
Durante un mes, que puede ser calificado como el más largo que ha vivido
Europa, se desarrolló una situación de creciente tensión, que desembocaría en
la gran matanza. El final del citado mes fue marcado por otro asesinato, el del
líder socialista francés Jean Jaurès, a manos de otro nacionalista, este de su
propio país. Jaurès fiel a sus principios internacionalistas, combatió hasta el
día de su muerte, el 31 de julio, el chovinismo que corroía la Internacional
Socialista y propiciaba la hecatombe.
Por supuesto que no es mi intención comparar Jaurès con Francisco Fernando,
a la postre una pieza del engranaje autocrático de la monarquía dual. Pero cabe
recordar que el archiduque representaba una posición moderada, dentro de dicho
engranaje. Quería dar peso específico a las nacionalidades eslavas del imperio,
transformando el esquema dual en una múltiple federación de naciones. No tenía
las cosas fáciles, tanto a nivel personal como político.
Casado con Sofía Chotek, perteneciente a la pequeña nobleza bohemia, el
matrimonio fue considerado morganático por el emperador Francisco José, tío del
archiduque, de manera que los hijos estaban excluidos de la línea sucesoria, y
su esposa ocupaba un lugar secundario en los actos oficiales de la rígida corte de los Habsburgo.
Políticamente tenía muchos más enemigos entre los círculos de Budapest que
en los de Viena. Los “hunos”, cómo llamaba despreciativamente Francisco
Fernando a los húngaros, se oponían a cualquier reforma que no pasara por
conservar la estructura dual. La intolerancia magiar hacia “sus” eslavos
(eslovacos, croatas, serbios de Eslavonia) y rumanos de Transilvania,
contrastaba con la relativa tolerancia austríaca, en cuyo Reichsrat (parlamento) se empleaban hasta una docena diferente de
lenguas. De manera bastante inoperante, todo sea dicho.
El archiduque fue a Sarajevo a propósito de unas maniobras militares. La
fecha escogida podía interpretarse como una provocación. El 28 de junio de 1389
había tenido lugar la derrota histórica del estado medieval serbio a manos de
los turcos, en el Campo de los Mirlos (actualmente Kosovo). Por propia
experiencia, ya sabemos en este país el fetichismo que sienten los
nacionalismos por las fechas. Algunos círculos moderados de Belgrado intentaron
prevenir a Viena del riesgo. Pero no se quiso, o se pudo, ponerle remedio.
Al final de la Primera Guerra Mundial, y como consecuencia del utopismo
generado por los 14 puntos de Wilson, pretendiendo crear estados étnicamente
homogéneos sobre los restos del Imperio, se impuso la visión romántica de un
nacionalismo sudeslavo “bueno”, del que Princip sería una excepción de
extremismo, enfrentado al autoritarismo de los Habsburgo. Pero desengañémonos,
en las confrontaciones entre nacionalismos, no suele haber trigo limpio, si se
excluyen las situaciones coloniales. En el verano de 1914, y como consecuencia
de haberse más que doblado el territorio del país en las dos guerras balcánicas
(1912-1913), el ejército serbio estaba llevando a cabo una amplia operación
represiva, y de asimilación, de la población kosovar y macedonia.
La guerra no era inevitable, contrariamente a lo que se ha dicho, y si el movimiento obrero no hubiera escuchado los cantos de sirena nacionalistas de la derecha, millones de vidas habrían podido salvarse
Pero es que además no puede dejarse de lado el aspecto cultural. Viena era
uno de los grandes centros del arte y la ciencia europea. Estamos hablando del lugar y el tiempo
de Freud, Zweig, Mahler, Schiele y la Secesión. Por el contrario, los estados
balcánicos arrastraban la rémora de siglos de sometimiento a un imperio, el
otomano, que seguía anclado en unas estructuras de despotismo medieval. En ese
contexto, el caso de Serbia era paradigmático, pese a los esfuerzos de Rusia y
Francia para maquillar a su pupila. El asesinato en 1903 del rey Alejandro
Obrenović y su esposa conmovió, por su sadismo y vesania, a todo el mundo
civilizado.
El verano de 1914 puede considerarse como el del suicidio de Europa. La
integración europea se retrasó en casi 50 años. Y eso nos afectó a los españoles
también, aunque por circunstancias, si se quiere aleatorias, nuestros
antepasados no fueran masacrados en los campos de Flandes. El continente perdió
gran parte de su peso político en el mundo y la solución geopolítica, impuesta
por los Estados Unidos, creó los cimientos de una catástrofe todavía mayor a 20
años vista.
La guerra no era inevitable, contrariamente a lo que se ha dicho, y si el
movimiento obrero no hubiera escuchado los cantos de sirena nacionalistas de la
derecha, millones de vidas habrían podido salvarse.
¿Qué lecciones podemos extraer de lo que sucedió
hace un siglo? A mi modo de ver bastantes, sobre todo en un momento en el que,
debido en gran parte a la crisis económica, los populismos nacionalistas campan
a sus anchas; una vez más con el apoyo, por acción u omisión, de ciertos
sectores supuestamente de izquierdas. No debemos considerar en absoluto la Unión
Europea como salvaguardada. Aunque con gran probabilidad, y afortunadamente,
una catástrofe bélica como la de hace 100 años es imposible, un fracaso en el
proceso de unión tendría unos efectos devastadores, mediante la aparición de múltiples
conflictos zonales. Y en este país estamos viviendo en una de las potenciales
zonas de fractura. Una balcanización de España, del flanco sudeste europeo, sería
catastrófica. La Unión Europea tendría que reflexionar muy seriamente sobre esa
posibilidad y poner los medios para evitarla. A cien años vista, el frente
occidental pasa por Cataluña.
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