sábado, 25 de octubre de 2014

Entrevista a Sayed Kashua: “No sé si hay buenas razones para estar orgullosos del pasado nacional” (por Francesc Arroyo)

El periodista palestino Sayed Kashua publica una novela escrita en hebreo en la que describe la difícil convivencia en la región. "Los israelíes son obsesivamente nacionalistas y la educación está impregnada de nacionalismo; y los palestinos pretenden hacer lo mismo. Hay una obsesión por la identidad nacional, que es excluyente”, explica



Sayed Kashua nació en Tira (Israel), en 1975. Es periodista y autor de diversas novelas. Una de ellas, Segona persona del singular (Edicions de 1984) fue  publicada en España traducida al catalán poco antes del último estallido que dio pie a Israel para volver a bombardear Gaza. Él es palestino, aunque escribe normalmente en hebreo, lo que no deja de ser una cierta anomalía. Tras la última agresión, decidió exiliarse en Estados Unidos



En su última obra, Kashua describe una doble historia: un abogado palestino compra un libro de segunda mano y en su interior halla una nota manuscrita de su mujer dirigida a un hombre que él no duda en pensar que es su amante. En paralelo, la historia de un joven palestino que cuida a otro joven judío que se halla en estado casi vegetativo, hasta descubrir que, en realidad, podrían ser intercambiables. Una metáfora sobre las relaciones entre las diversas comunidades que, mal que bien, conviven en Israel, donde la historia está al servicio de la ideología nacional. Kashua no deja de reflexionar al respecto desde la convicción de que “no hay una sola nación que pueda enorgullecerse de su pasado”.
“Escribo en hebreo porque es la lengua en la que he estudiado desde que tenía 15 años. En la escuela privada a la que asistía todos los libros estaban en hebreo, de forma que es mi lengua principal”, explica Sayed Kashua.
La obra está narrada desde diversos puntos de vista. “Era la mejor forma de hacerlo. Alterné la primera y la tercera persona porque, en realidad, son dos historias, pero lo que hice, en parte, fue seguir mi instinto literario y sentí que era mejor así. Al principio la historia era sólo la de Amir, el personaje del palestino que cuida a un judío enfermo. Pero vi que no era suficiente, de modo que empecé a escribir la historia de un abogado que encuentra una nota manuscrita en un libro que adquiere en una tienda. En la primera  versión se enamoraba de la autora de la nota, pese a que no la conocía, a que sólo sabía que era una mujer. Y abandonaba a su familia para buscarla. Luego me di cuenta de que no podía ser así. La nota era de su propia mujer y eso aumentaba su amor por ella. Y esa nota permitía cruzar las dos historias, porque había sido enviada a Amir dos años antes”.
En la novela, como es habitual, todos los personajes responden a un nombre, menos uno: el abogado. “Eso es algo que tampoco estaba previsto. Me pareció que la denominación ‘el abogado’ era más adecuada que cualquier nombre, lo identificaba mejor. La mayoría de los personajes tienen nombres que pueden ser tanto árabes como israelíes: Amir, Leila. Para el abogado no tenía un nombre así”. No obstante, Kashua sabe que, aunque no figure en el libro, el personaje tiene nombre: “Sami”.
Tras descubrir la nota e imaginar el engaño de su mujer, el abogado enloquece y empieza a interpretar todos los datos como una verificación de la traición. “Se vuelve paranoico, por su inseguridad. Él sabe que no pertenece a la ciudad. Lo normal entre los palestinos es estudiar en ella y luego volver al pueblo, aunque trabajes en la ciudad. Él no vuelve, de modo que vive como en un perpetuo fingimiento, en un lugar que no le corresponde.  Y tiene asumido lo que siempre se le ha dicho, que si no cumple las normas todo lo que le puede ocurrir será malo. Cuando encuentra la nota cree que su mujer le engaña y que es el castigo por no haber respetados las reglas”. A partir de ese momento, “es presa de los celos. En realidad, se había casado sin amor, porque había que hacerlo. Su mujer fue la primera muchacha a la que conoció. De modo que aquella nota manuscrita colapsa su vida y, por primera vez, se da cuenta también de que siente amor por ella.”


"Ojalá la historia dejara de ser un instrumento para justificar el propio nacionalismo y se enseñara que ambos, judíos y palestinos, pertenecen a esa misma tierra, sin rechazar el sufrimiento que han padecido ambos”, dice el escritor


Uno de los personajes secundarios hace una pregunta que nadie responde: “¿Por qué hay que fortalecer el patriotismo de los palestinos?”. La respuesta, señala el autor, “está esparcida a lo largo del libro, en el que aparece y reaparece el nacionalismo. Tanto el palestino como el israelí, pero sobre todo este último. Los israelíes son obsesivamente nacionalistas y la educación está impregnada de nacionalismo; y los palestinos pretenden hacer lo mismo. Y eso se refleja en todo el texto: la obsesión por la identidad nacional, que es excluyente. No puedes ser judío, formar parte del pueblo judío, si no tienes una madre judía. Sería estupendo que no fuera así, que todos pudiéramos compartir un mismo Estado sin  que hubiera ciudadanos de primera y de segunda”.
“Si miramos el sistema de educación israelí”, comenta Kashua, sobre el uso de la historia con fines nacionalistas, “veremos que no se enseña realmente historia. Sólo se recogen los hechos que justifican que el pueblo judío tiene derecho a estar allí porque ya había estado allí antes. Aunque las personas de hoy no sean las mismas de hace siglos, y aunque haya gente de otras religiones. Se enseña a los niños historia, pero los hechos que se cuentan en clase son diferentes según la comunidad. Ojalá un día se pudiera enseñar una historia que lo englobara todo y les impulsara a aceptarse conjuntamente. Ojalá que la historia dejara de ser un instrumento para justificar el propio nacionalismo y se enseñara que ambos, judíos y palestinos, pertenecen a esa misma tierra, sin rechazar el sufrimiento que han padecido ambos”.
Ese uso del pasado reconstruido es, afirma, un grave inconveniente. “Tengo la impresión de que todas las naciones han realizado actos bárbaros y cosas importantes. Quizás estaría bien que nos enorgulleciéremos de lo que hayamos hecho nosotros, si hemos hecho algo positivo. No sé si hay buenas razones para estar orgullosos de todo el pasado nacional, sea el de los árabes o el de los judíos o el de otras naciones”.
La novela, reconoce, es una metáfora sobre la integración de alguien en un grupo, en una sociedad. Amir dedica mucho tiempo a averiguar cómo pasar por judío: con la ropa, con la música, con las lecturas, la familia. Trata de hallar la clave para ser como el personaje al que cuida”. El narrador llega a sostener que, en realidad y con la excepción de la salud y la nación a la que cada uno pertenece, los dos jóvenes son como “gemelos”. Y es que “sólo por el aspecto no es fácil conocer la identidad de la gente. Incluso el abogado, que cree que puede hacerlo a simple vista, se da cuenta de que no. De hecho, hay muchos judíos que proceden de países árabes aunque sean de familias judías. La única diferencia es que si eres judío tienes más derechos”.

La novela está ambientada en Jerusalén y los lugares de la ciudad son descritos de forma realista, pero Kashua cree que la obra podría haber sido ambientada en cualquier otro sitio: “Es una novela sobre los celos y podría ocurrir en cualquier lugar. Pero eso tomo como punto de partida la Sonata a Kreutzer de Tolstoi. Por supuesto, aparecen caracteres de la comunidad donde ocurre, Israel, pero el asunto central son los celos y esos se dan en cualquier tiempo y lugar”.
La obra obtuvo el premio Bernstein cuando fue publicada en Israel en 2011. Un galardón destinado a autores de menos de 50 años. Hasta ahora sólo se había traducido al castellano Árabes danzantes (Tropismos, 2006), hoy prácticamente inencontrable.

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