martes, 28 de enero de 2014

Las preguntas y el retraimiento ciudadano* (Por José Manuel Pérez Tornero) Parte I

Existen diversos tipos de preguntas, entre otras, las inocentes, las capciosas y las peligrosas. Las preguntas del hipotético referéndum en Cataluña son a la vez, capciosas, impositoras de temas, inquisitivas y, por descontando, son peligrosas. Son ejercidas desde el poderexigen respuestas breves y concretasbuscan una zona sensible, y, si la encuentran, siguen interrogando


“Una pregunta es una incursión” –decía Canetti-. “Cuando la pregunta se ejerce como medio del poder, penetra como una navaja que corta el cuerpo del interrogado (...) El que pregunta es un tipo peculiar de cirujano que trabaja conscientemente provocando dolores locales e irritando determinadas zonas de la víctima para saber algo seguro acerca de otras”.
Pero existen diversos tipos de preguntas. Entre otros, tres: las preguntas  inocentes, las capciosas y las peligrosas.
La pregunta inocente es meramente informativa. “La (…) más inocente es la que permanece aislada y no arrastra tras de sí ninguna otra” –sigue diciendo Canetti-. Por ejemplo, “le preguntamos a un desconocido por un edificio. Nos lo señala. Nos conformamos con esta respuesta y seguimos caminando”. Pero estas preguntas son escasísimas en el ámbito político. Los políticos no suelen informarse, siempre saben siempre lo que quieren escuchar.


Una pregunta capciosa se hace para arrancar al contrincante o interlocutor una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca propósitos de quien las formula. Preguntando en esencia lo mismo consigue, mediante  una forma capciosa de interrogar, una respuesta diferente


Vienen a continuación las preguntas capciosas. Según el diccionario de la RAE, las que “se hacen para arrancar al contrincante o interlocutor una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca propósitos de quien las formula”. Pongamos un ejemplo. Un franciscano podría preguntar a su Superior: “Padre, ¿puedo fumar mientras rezo?”. Respuesta: “No, hijo. No. ¡Sería una falta de respeto a la oración!”. Por el contrario,  un jesuita –más sibilino- preguntaría: “Padre, ¿puedo orar mientras fumo?”. Respuesta: “Claro, hijo. ¡Siempre es un buen momento para orar!”. Así, el jesuita, preguntando en esencia lo mismo que el franciscano, consigue, mediante  una forma capciosa de interrogar, una respuesta diferente. De preguntas capciosas y retóricas está llena la arena política. Los políticos, al preguntar, suelen tejer redes de enredo.
Finalmente, están las preguntas que imponen desde el poder, preguntas impositivas: las peligrosas. Dentro de ellas, distinguiremos dos tipos: a)  las que podemos denominar impositoras de temas; y aquellas otras que son inquisitivas.
Impositoras de temas. Un padre, o una madre, al escuchar un ruido brusco en la habitación del hijo preguntan directamente: “¿Qué has hecho?”. Sin quererlo -o queriéndolo- está construyendo el tema de la culpa, es decir, un escenario de culpabilización que compromete al hijo. Sea cual sea la respuesta del hijo, lo que va a quedar flotando en el ambiente es la (presunta) culpa. Este efecto  se produce gracias al poder del lenguaje para crear e imponer marcos cognitivos, es decir, focos de atención prefigurados que se activan con un su sola mención y resuenan comunicativa y cognitivamente. G. Lakoff  mostraba este poder con el ejemplo del pensar en un elefante. Si alguien ordena: “No penséis en los próximos dos minutos en un elefante”, todo el mundo, aunque lo trate de evitar, acabará pensando en un elefante. Los políticos, suelen jugar a este juego con frecuencia. Hablan solo de los temas que ellos consideran favorables. A esto le llaman crear agenda propia.

Están también las preguntas que imponen desde el poder, preguntas impositivas: las peligrosas. Los políticos, suelen jugar a este juego con frecuencia. Hablan sólo de los temas que ellos consideran favorables. A esto le llaman crear agenda propia


Preguntas inquisitivas. Pero, las preguntas desde el poder pueden aun ser más impositivas y encerrar, en consecuencia, mayor peligro. Introducen, entonces, preguntas inquisitivas, que tratan de desmontar al interrogado. “Toda pregunta que en última instancia pretende desmontar al interrogado -seguimos siempre a Canetti-,  se inicia como una palpación que va intensificándose y llegando a diferentes zonas” (…) Cuando se exigen respuestas breves, concretas, la situación es de lo más peligrosa”. Es así como los políticos preguntan en caso de referéndum. También en el hipotético referéndum en Cataluña.
Las preguntas de este hipotético referéndum en Cataluña rezan así: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado?” y “En caso de respuesta afirmativa, ¿quiere que Cataluña sea un Estado independiente?”.
Tal serie de preguntas tiene todas las características de peligro de las que hablaba Canetti. Son, a la vez, capciosas, impositoras de temas, inquisitivas y, por descontando, además, son peligrosas. Son ejercidas desde el poder; exigen respuestas breves y concretas; buscan una zona sensible, y, si la encuentran, siguen interrogando; y dejan de lado lo que no les interesa saber.
Son capciosas: aparentan ensanchar la libertad de “decidir” cuando, en realidad, la están constriñendo y limitando con imposiciones previas. Son, por tanto, preguntas que imponen y acallan más que ayudan a la libertad de opción.
Preguntas ejercidas desde el poder, es decir de arriba a abajo. Es la clase política la que pregunta a los ciudadanos. En cambio, esta clase, no se deja preguntar por los ciudadanos –si no cómo iban a sobrevivir como clase a base de indefiniciones y ambigüedades-. Los políticos no tienen necesidad de explicar conceptos tales como “estado independiente”, “Estado a secas”, ni las consecuencias de poner en marcha un proceso separatista. Y esto es tan evidente que, incluso, algunos de los partidos que han promovido tales preguntas, apenas nos han dicho qué contestarían ellos a tales preguntas –a este propósito, recuérdense sus programas en las últimas elecciones, por ejemplo.

Los políticos no tienen necesidad de explicar conceptos como “estado independiente”, “Estado a secas”, ni las consecuencias de poner en marcha un proceso separatista. Y esto es tan evidente que, incluso, algunos de los partidos que han promovido tales preguntas, apenas nos han dicho qué contestarían ellos


Son preguntas, por otra parte, que imponen un mono-tema: el del Estado catalán y rechazan cualquier otra opción. Queda claro que solo se da a elegir entre que Cataluña sea un Estado y que éste sea independiente. Desde el punto de vista pragmático diríamos que, más que preguntas, son un eslogan, una cantinela. En la medida en que cierran el espacio de opción y se convierten en una especie de letanía repetitiva, son, por encima de todo, preguntas rituales. Forman parte de una liturgia. Lo de menos es que estas preguntas lleguen o no a contestarse en las urnas. Lo que importa es su significatividad, no su efectividad.
Preguntas también inquisitivas, exigentes de respuestas breves y concretas. Sin matización posible. Nada más que “Sí” o “No”. Quedan excluidos el “Sí, pero”, el, “Según en qué condiciones”, el “Hay otras opciones”Buscan una zona sensible, y, si la encuentran, siguen interrogando. Finalmente, son inquisitivas, hurgan repetidamente en nosotros, buscan comprometernos, saber de nosotros. Nos acosan y apenas nos dejan opciones.
En realidad, son preguntas desafiantes y altaneras. Al desafiar las leyes vigentes, nos desafían a todos como ciudadanos –es decir, como sujetos libres cuya libertad se basa precisamente en las leyes fundamentadas en un estado de derecho-. No nos consideran ciudadanos, sino nacionales, es decir, sujetos de una Nación que, como tal Nación paree estar por encima del Estado de derecho y de cualquier legislación.  Los que las formulan saben que estas preguntas no tienen amparo legal; saben que como ciudadanos de un estado de derecho, no estamos, de ningún modo, obligados a contestarlas; pero, a pesar de ello, nos las plantean inquisitivamente, con gesto desafiante y arrogante, para mostrar hasta dónde quieren llegar y para que sepamos cuáles van a ser sus métodos en el futuro.

Pero ¿cuál es, a medio plazo, la auténtica función de este tipo de preguntas que no buscan nuestra expresión, sino constreñirnos y que, muy probablemente, no pasarán por las urnas?

*Este texto es una primera entrada de dos textos de reflexión de José Manuel Pérez Tornero en torno a las preguntas y el hipotético referéndum de secesión en Cataluña

viernes, 24 de enero de 2014

Jordi Solé Tura i la independència. ‘Autonomies, Federalisme i Autodeterminació’ (Per Carles Pastor)

A Jordi Solé Tura ni se li va passar pel cap que els partits de l’ “esquerra autonomista”, es a dir, PSC i PSUC, poguessin algun dia sumar-se –o ajudar-- a la causa sobiranista. Així queda de manifest en els seus escrits de 1987 on es planteja moltes de les preguntes que ens fem avui


“Crear un Estat independent a partir de l’Espanya actual –i possiblement de la França actual— significaria obrir un contenciós polític i social terriblement dur i difícil, que afectaria tots els sectors de la societat i totes les institucions. Tot i suposant –cosa que no està definida—que el dret d’autodeterminació s’entengués com una consulta electoral en el territori que aspirés a la independència, no hi ha cap mena de dubte que només es podria arribar a aquesta consulta electoral bé a través d’un procés insurreccional, bé a través d’una duríssima batalla política, plena d’elements i de factors insurreccionals, l’eix de la qual seria exclussivament la concesió o no de la independència".

Cartell electoral de Jordi Solé Tura de cara a les eleccions generals de 1982


"Un conflicte d’aquestes dimensions i característiques no seria una topada entre l’”esquerra” i la “dreta” ni entre el “progressisme” i la “reacció”, sino un conflicte que incidiria en totes les clases socials de Catalunya –en el nostre cas—i d’Espanya en el seu conjunt i  que escindiria  profundament tota la nostra societat. Una batalla política i social com aquesta convertiria les forces més dretanes en el nucli principal de reagrupament d’amplis sectors socials –fins i tot de sectors obrers i populars--, faria reviure fins a uns extrems insospitats el vell nacionalisme espanyol de les glòries imperials, donaria a les Forces Armades un protagonisme polític decisiu, molt diferent al paper que els és assignat per la Constitució, i situaria la Corona i el conjunt de les forces democràtiques en una posició defensiva extremadament difícil, ja que o bé haurien d’acceptar passivament l’alternativa i el fet de la independència –amb la qual cosa perdrien la iniciativa política—o bé haurien de combatre contra la independència, amb la qual cosa se situarien a remolc de les forces més antidemocràtiques. És prou difícil, d’altra banda, pensar que un conflicte d’aquestes característiques podria acabar tranquil.lament amb la independència d’una part del territori espanyol o amb la negació violenta de la independència sense destruir el sistema democràtic de la Constitució de 1978 en el seu conjunt”.
Qui ha escrit això no és un ferotge unitarista desitjós de sembrar el pànic en un any en què el bloc sobiranista ha posat les seves esperances d'aconseguir la separació de Catalunya. Ho va escriure, fa 26 anys !, Jordi Solé Tura (Autonomies, Federalisme i Autodeterminació. Editorial Laia. Barcelona 1987), catedràtic de Dret Polític, portaveu del grup parlamentari comunista (PCE i PSUC) a les Corts entre 1977 i 1982, regidor a Barcelona el 1983, després diputat socialista el 1989, 1993 i 1996, i ministre de Cultura amb Felipe González. I per sobre de tot, un dels set pares de la Constitució. Possiblement als postmoderns d'esquerra que tant menyspreen la transició i els seus consensos, fins i tot la Constitució, aquesta trajectòria no els deu semblar edificant, però si és així que s'ho facin mirar.

Per a Jordi Solé Tura el dret a l'autodeterminació que seguien portant aquests grups polítics en els seus programes era com un mecanisme per derrotar democràticament els partidaris de la independència i impedir la separació de qualsevol part del territori actual d’Espanya


A Solé ni se li va passar pel cap que els partits de l’ “esquerra autonomista" (PSC i PSUC , després Iniciativa per Catalunya) poguessin algun dia sumar-se –o ajudar-- a la causa sobiranista/ independentista. Per a ell, el dret a l'autodeterminació que seguien portant aquests grups polítics en els seus programes era “com un mecanisme per derrotar democràticament els partidaris de la independència i impedir la separació de qualsevol part del territori actual d’Espanya”.
És per aixó que escriu:
“En aquestes condicions i en el supòsit extrem que els partidaris de la independència d’una part del territori espanyol –Catalunya per exemple--  obtinguesin la majoria absoluta en un referèndum sobre la independència, ¿estarien realment disposades les forces d’esquerra a acceptar aquest resultat i defensar-lo enfront de les restants forces polítiques i enfront de la resta d’una societat espanyola que no hauria tingut ni vot ni veu en la consulta? Després d’haver batallat contra l’independentisme, després d’haver fet campanya contra la possible independència, plenament convençudes que la independència seria una catàstrofe econòmica i social per a Catalunya i per a la resta d’Espanya, ¿estarien aquestes forces disposades a lluitar per defensar una independència que no volen i que dividiria profundament la societat catalana i espanyola en el seu conjunt? I aixó en nom d’un principi democràtic abstracte, l’aplicació del qual provocaria com a efecte inmediat la crisi profunda del sistema democràtic a Espanya. ¿No significaria tot això la destrucció de tot un patrimoni polític de l’esquerra i deixar la iniciativa política en mans dels sectors més reaccionaris? ¿No significaria també la ruptura interna de tots els partits, sindicats i organitzacions del conjunt de l’esquerra? ¿S’està o no disposat a assumir totes aquestes conseqüències? En cas negatiu –el més evident i plausible-- ¿quien sentit té continuar propugnant un dret d’autodeterminació que les provoca?”
 ¡Ai, si aixequés el cap... ¡

miércoles, 22 de enero de 2014

Sobre federalismo asimétrico y otras cuestiones. Una respuesta a Odón Elorza (Por Adrià Casinos)

¿Es el federalismo asimétrico que proponía Pasqual Maragall la solución para el encaje de Cataluña en España? Este es un concepto difícilmente aplicable y lo es más aún respecto a la República Federal de Alemania (RFA). Si se consulta su constitución, no aparece ni por asomo nada que permita pensar en una asimetría a favor de cualquiera de sus tres länder que comparten la denominación de Frei Staat (estado libre)



Frente al desafío soberanista catalán, parece lo más indicado favorecer el intercambio de ideas basándose en datos objetivos y opiniones fundamentadas. Esta sería la mejor aportación posible para intentar que se abra un cierto diálogo y acabe imperando la sensatez. El texto que sigue pretende responder y establecer un debate con el artículo de Odón Olorza que apareció en “Esquerra sense fronteres”. En mi opinión, aquel texto contiene datos y apreciaciones que no responden bastante a la objetividad que reclamo. Voy a intentar explicar por qué pienso así.
Creo que, por encima de las opciones ideológicas, hay unanimidad en España sobre que los dos grandes problemas presentes son el económico y el territorial. Del primero, al parecer se está saliendo, según nos dicen los gurús del tema. Respecto al segundo, hay una opinión bastante extendida, que comparto, de que se agrava por momentos a cuenta fundamentalmente de la situación catalana. El desafío soberanista y el dontranquedismo de Rajoy nos pueden precipitar a una realidad altamente dramática, en la que la opción de salida se plantee tan solo entre lo malo y lo peor.




El desafío soberanista y el dontranquedismo de Rajoy nos pueden precipitar a una realidad altamente dramática, en la que la opción de salida se plantee tan solo entre lo malo y lo peor


Para empezar (y reconozco que esto es únicamente una apreciación), pienso que ya es hora de dejar de marear la perdiz a propósito del estatuto catalán, a menos que se aborde el tema desde una perspectiva global. Y por “global” entiendo ir más allá de la denuncia del evidente sectarismo con el que actuó el PP. En pocas palabras, la izquierda catalana no soberanista (la gran perjudicada) debiera comenzar a recapacitar y a hacer autocrítica, si cabe, por haber desencadenado el proceso de elaboración de un nuevo estatuto de autonomía, que a mi entender era completamente innecesario. Y es algo que no digo a toro pasado, sino que fue mi posición desde el principio. La razón última de la, digamos, maniobra, fue contentar a ERC para poder desplazar a CiU del poder. Personalmente considero que fue un negocio como el de “Roberto y las cabras”; pero lo más grave es que se abrió la caja de los truenos de manera dual. Por un lado, cabe reconocer que unos contribuyeron de la mayor buena fe. Pero otros, fueron lisa y llanamente a montar una provocación, tendente a que se “cepillaran” el texto, de manera a azuzar al máximo al victimismo. Y por supuesto eso no implica perdonar el error político del PP. Alguien dijo que hay errores peores que crímenes. Volviendo pues a lo anterior, cuando antes se reconozcan las equivocaciones, antes se estará en condiciones de intentar buscar remedio a las consecuencias. Y para no hacer más leña del árbol caído, no quiero referirme al aspecto formal del texto estatutario. Si se me permite la boutade, si en lugar de ir a un tribunal constitucional se hubiera remitido dicho texto a uno que juzgara el sentido común, el veredicto hubiera sido mucho peor.
Acabada la apreciación, voy a la primera cuestión objetiva, que no es otra que el concepto del “federalismo asimétrico”. Elorza recoge en su texto esta consigna maragalliana, tan dudosa como en su versión primigenia. Contrariamente a lo afirmado, que yo sepa no existe ningún estado al que se le pudiera aplicar el calificativo. En cualquier caso, de existir alguno, no sería la RFA. Eso es algo con lo que se nos ha estado bombardeando durante meses en Cataluña por parte del sector soberanista (no sé si se trata de una solución táctica de retirada ante el más que probable fiasco del referéndum), incluyendo algún sesudo historiador, martillo de herejes no soberanistas, que arremete semanalmente contra ellos en un periódico de amplia difusión.

La afirmación a propósito del supuesto federalismo asimétrico alemán se hace basándose en una cuestión semántica: que Baviera se denomina oficialmente Bayern Freistaat, (estado libre de Baviera)Se olvida, o se ignora, que desde la reunificación hay otros dos länder que responden a la misma denominación, Turingia y Sajonia


La afirmación a propósito del supuesto federalismo asimétrico alemán se hace basándose en una cuestión semántica: que Baviera se denomina oficialmente Bayern Frei Staat (estado libre de Baviera)Se olvida, o se ignora, que desde la reunificación hay otros dos länderque responden a la misma denominación, Turingia y Sajonia. Y que si se consulta la constitución de la RFA no aparece ni por asomo nada que permita pensar en una asimetría a favor de cualquiera de esos tres länder. Asimetría que, por la misma razón semántica, debería beneficiar también a Bremen y Hamburgo, que comparten la denominación de Frei Stadt (ciudad libre). Es más, uno de los artículos de la constitución alemana deja bien claro que la distribución territorial presente no es inmutable; el gobierno federal se reserva la potestad de proponer simplificaciones, a partir de refundiciones de los actuales estados. Por no extenderme en demasía, no voy a profundizar en las razones históricas que dieron origen a esas diferencias semánticas, que se remontan a la estructura que se dio la república de Weimar, una vez desaparecidos los entes monárquicos del Reich de Bismarck.
Y en estas cuestiones cabe decir que soy muy empírico. Si el “federalismo asimétrico” no es una situación común por esos mundos de Dios, es porque algún fallo tendrá. Yo le veo muchos, pero no quiero entrar en otra apreciación. Claro que siempre podríamos patentarlo nosotros, como aquello de la “democracia orgánica”, que ya sabemos cómo acabó.
La siguiente cuestión que quiero puntualizar respecto al texto de Odón Elorza es el subjetivismo de algunas afirmaciones. Sin remitirse a los hechos positivos, legales e históricos, Elorza hace referencia también a otro lugar común en los últimos tiempos: “la madurez democrática de las partes y la cultura política de sus instituciones”, en referencia a las de Canadá y el Reino Unido.
Vayamos por partes y empecemos por Canadá. Como muy bien dice la sentencia de la Corte Suprema sobre la posibilidad de que Quebec pueda ejercer el derecho de separación (sentencia muy citada pero poco leída), el reconocimiento (no total) del citado derecho no se basa en criterios de radicalidad democrática, sino más bien en la particular estructura federal del país. Rememoremos. Dicha estructura nace con el pacto federal de 1867 entre el Alto y el Bajo Canadá, al que se adhieren voluntariamente las demás provincias y territorios, hasta culminar con la incorporación de Terranova en 1949. Por supuesto que a partir de ahí pueden surgir interpretaciones sobre un status diferencial de Quebecque permitiría hablar de asimetría en la federación. Yo no lo veo así. El problema de fondo es que ante esa situación histórica de adhesión libre a un pacto federal, surge el eterno dilema de si el proceso es reversible, cuando así lo decida uno o más territorios. Cuestión compleja, que le costó a los Estados Unidos una guerra civil.

Para ayudar a comprender el por qué de “Escocia sí y Cataluña no” hay que tomar en consideración que el concepto de soberanía nacional no existe formalmente en el Reino Unido, a diferencia de lo que ocurre en cualquier otro país europeo, incluidas las monarquías


Sigamos. Para ayudar a comprender el por qué de “Escocia sí y Cataluña no”, además de la muy comentada falta de constitución escrita en el Reino Unido, recomiendo un ardid numismático: leer la cara de cualquier moneda británica. Allí luce un esplendido Elisabeth II Deo Gratia Regina. No hace falta ser un experto en derecho constitucional para darse cuenta que el concepto de soberanía nacional no existe formalmente en el Reino Unido, a diferencia de lo que ocurre en cualquier otro país europeo, incluidas las monarquías, donde un lema semejante sería imposible. De esta forma la soberanía no queda nunca fragmentada, ya sea Escocia, Manchester o Piccadilly a quienes se les conceda la autorización para celebrar una consulta de secesión.
Es indudable que para tratar de evitar la catástrofe que nos amenaza (ojalá lleguemos a tiempo), urge una modificación del sistema territorial de España en  sentido federal. Es por esa razón que ha surgido Federalistes d'Esquerres. ¿Cómo llevarlo a cabo? Las soluciones, a mi entender, son dos. Pero no descarto que pudieran encontrarse otras.
La primera pasaría por transformar las 17 autonomías en entes del nuevo estado federal, deslindando escrupulosamente las competencias del gobierno común, de las transferidas, con la ductilidad necesaria para asumir que habría sujetos federales con particularidades que no tienen otros (por ejemplo, lengua diferente a la castellana). Al fin y al cabo la presente constitución, desde el punto de vista fiscal, opera ya de dicha manera, al distinguir entre las comunidades de régimen común y las forales. Pero por supuesto eso no tendría que conllevar agravios comparativos, ni permitir que en determinados lugares ciertas castas se montaran su cortijo a fuerza de blindajes.
La segunda, mucho más compleja y de resultado incierto, implicaría la federación entre un sujeto central, que muy probablemente aglutinaría una gran parte de la antigua corona de Castilla, y una serie de entes periféricos. Tal tipo de organización requeriría primero que todo respetar escrupulosamente la voluntad de las diversas comunidades autónomas, en el sentido de inclinarse por una u otra opción. En definitiva, que la posibilidad no se planteara tan solo para Euskadi y Cataluña, ya que no son los únicos territorios con especificidades, ya sea lingüísticas, históricas, legales, o de otro tipo.
Tal y como he asumido antes, pueden platearse otras posibilidades, pero lo que me parece impensable es pasar del ”café para todos” actual a un discriminatorio “nespresso para dos”, que puede ser, a mi entender, la idea subyacente en el texto de Odón Elorza. 

Adrià Casinos es catedrático de Zoología de la UB

miércoles, 15 de enero de 2014

Stéphane Dion: “La secesión y la democracia son dos conceptos difícilmente compatibles” (Por Beatriz Silva)


El autor de la Ley de Claridad de Canadá asegura en una entrevista con Esquerra sense fronteres que un referéndum de secesión sólo puede llegar si existe una mayoría a favor clara y sostenida en el tiempo. “Un proceso de secesión compromete a las generaciones futuras, es irreversible y no puede convertirse en una partida de dados”, afirma Dion que visitará próximamente Barcelona invitado por Federalistes d’Esquerres





Es una de las figuras claves del conflicto de Quebec y una de las voces más autorizadas para hablar del fenómeno separatista de Canadá. Doctor en Ciencias Políticas y diputado por el Partido Liberal, Stéphane Dion fue el artífice, desde su cargo de ministro de Asuntos Intergubernamentales de Canadá, de la Ley de Claridad con la que ese país estableció en 2000 las condiciones para poder entrar en negociaciones que conduzcan a la secesión de una de sus provincias.
Quebequés de nacimiento y ministro del gobierno de Canadá en dos ocasiones, Dion es un defensor de las identidades múltiples y de la unidad en la diversidad. El mismo reconoce sentirse tan quebequés como canadiense. “La secesión y la democracia son dos conceptos difícilmente compatibles. La secesión nos obliga a determinar quiénes son los conciudadanos que queremos conservar y quiénes son los que queremos convertir en extranjeros, estableciendo casi siempre una línea divisoria basada en atributos colectivos relacionados con la raza, la lengua o la religión”, asegura en una entrevista con Esquerra sense fronteres.
Stéphane Dion, que visitará Barcelona próximamente invitado por Federalistes d’Esquerres, reconoce que no le gustan los referéndums pero que está dispuesto a aceptarlos, si existe un apoyo claro de la población, y asegura que la fórmula de la pregunta es determinante para conseguir un determinado resultado.


B.S. ¿Celebrar un referéndum debe considerarse únicamente como la última opción al final de una vía de negociación o como el punto de partida?
S.D. En mi opinión, un referéndum que indique un apoyo claro a la secesión es el elemento que debe desencadenar las negociaciones sobre la secesión. La separación de un país es una tarea difícil, compleja y traumatizante. Hay que desear realmente algo así para decidir negociarlo. Una secesión se empieza a negociar después de que hayamos demostrado, tanto a nosotros mismos como a los demás, que la deseamos claramente. No se negocia una secesión para descubrir si por casualidad es eso lo que queremos. De todos modos, para negociar hay que ser dos y ningún Estado consentirá en negociar su propia escisión antes que el gobierno secesionista haya demostrado que es eso lo que su población desea claramente. Un referéndum puede proporcionar esa prueba.

B.S. ¿Cree que organizar un referéndum es una buena solución para una sociedad caracterizada por la complejidad de los sentimientos de identidad? Usted en varias ocasiones ha afirmado que un referéndum es un enorme trauma para una sociedad.
S.D. En efecto, los referéndums de 1980 y 1995 fueron traumáticos para Quebec. Dividieron a comunidades, lugares de trabajo, amigos y familias. Pero hay más. Considero que la secesión y la democracia son dos conceptos difícilmente compatibles. El ideal democrático nos invita a aceptar a todos nuestros conciudadanos y a ser solidarios con ellos, independientemente de sus orígenes. Por el contrario, la secesión nos obliga a determinar quiénes son los conciudadanos que queremos conservar y quiénes son los que queremos convertir en extranjeros, estableciendo casi siempre una línea divisoria basada en atributos colectivos relacionados con la raza, la lengua o la religión. En Canadá, por ejemplo, sólo existe un movimiento secesionista importante y es en la única provincia que tiene una mayoría francófona. Y dentro de esa provincia, el principal apoyo a la secesión procede únicamente de los canadienses de origen francés. En el mundo actual en el que vivimos, es mejor aceptar todas nuestras identidades y considerar el resultado acumulativo como una ventaja. Ser al mismo tiempo quebequés y canadiense es una de las mejores oportunidades que me ha dado la vida. No me gusta que me pidan, mediante un referéndum, abandonar una de esas dos identidades.
Pero éste es mi punto de vista. En el improbable caso de que una mayoría clara de los quebequeses llegaran a la conclusión de que serían más felices dejando de ser canadienses, y si expresaran esa voluntad de secesión mediante un referéndum, eso crearía en Canadá la obligación de iniciar un proceso de negociación para concluir un acuerdo de separación y modificar la Constitución de Canadá a fin de eliminar todas las referencias a Quebec.
En resumen, no me gustan los referéndums sobre la secesión pero acepto que son una posibilidad legítima cuando existe un apoyo claro a la secesión.

“La primera parte de la pregunta propuesta por el gobierno catalán sería considerada como fuente de confusión en Canadá. Una pregunta enrevesada puede aumentar artificialmente el apoyo al Sí”


B.S. Si la celebración de un referéndum resulta inevitable, ¿cómo debería formularse la pregunta? ¿Es posible obtener resultados diferentes dependiendo de cómo se formule la pregunta?
S.D. Sí, no sólo es posible obtener resultados diferentes sino también probable. Las palabras cuentan. La sociología electoral nos enseña que la forma en que se redacta la pregunta de un referéndum puede influir en los resultados de la votación. Por ejemplo, observamos que los electores suelen expresar un apoyo mayor a la pena capital que a la pena de muerte, aunque se trate de lo mismo.
No resulta difícil imaginar una pregunta clara sobre la secesión. La segunda parte de la pregunta propuesta por el gobierno catalán sería considerada clara en Canadá. Una pregunta como «¿Quiere que Quebec sea un Estado independiente?» es clara. Pero la primera parte de la pregunta propuesta por el gobierno catalán sería considerada como fuente de confusión en Canadá: ¿qué es un Estado no independiente? ¿Un Estado de los Estados Unidos?
Como ejemplo de pregunta confusa, es difícil encontrar una formulación mejor (o peor) que la de la consulta realizada a los quebequeses por el gobierno del Partido Quebequés (PQ) en el referéndum de 1995:
«¿Está usted de acuerdo con que Quebec llegue a ser soberano después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política en el ámbito de aplicación del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?»
Deberían haberse evitado las preguntas que dieran a los quebequeses la impresión de que pueden tener lo mejor de ambos mundos, un Quebec independiente dentro de un Canadá fuerte. Este tipo de pregunta enrevesada sólo pretende aumentar artificialmente el apoyo al Sí. ¿Por qué es tan difícil preguntar a los quebequeses si quieren dejar de formar parte de Canadá para convertir Quebec en un país independiente? De hecho, los líderes secesionistas saben muy bien que los quebequeses están muy apegados a su propia identidad, pero también a Canadá.
Si el gobierno secesionista está seguro del apoyo de su población a su proyecto de secesión, redundaría en su interés, y en el de todos, que haga una pregunta clara sobre la secesión, que no deje ninguna duda.

“No se puede tratar una secesión como si fuera una partida de dados. La secesión es una decisión trascendental e irreversible, que compromete a las generaciones futuras. Sólo debe celebrarse un referéndum si existen indicios evidentes de que la población desea claramente la secesión y que no cambiará de opinión”



B.S. Canadá no establece criterios para que una mayoría específica sea considerada suficiente. ¿Cree que es una buena opción? ¿Considera que es una buena idea esperar al resultado de un referéndum para decidir si el umbral alcanzado es suficiente o no? ¿No le parece que esto puede causar confusión?
S.D. La Corte Suprema de Canadá nos invita a entablar negociaciones sobre la secesión solamente si existe una mayoría clara. En lugar de fijar ese umbral por adelantado, la Corte confía a los actores políticos la responsabilidad de evaluar la claridad de dicha mayoría en el marco de un referéndum.
Canadá tuvo la buena idea de no establecer un umbral por adelantado. Nada sería peor que decidir la ruptura de un país basándose en un recuento judicial o a partir del examen de las papeletas rechazadas. La secesión es una decisión trascendental e irreversible, que compromete a las generaciones futuras. Además, ¿qué haremos si se produce un cambio de opinión y la población se opone a la secesión cuando los equipos de negociadores se afanan por negociarla? Nos encontraríamos todos en una situación imposible.
La forma de limitar los riesgos de desacuerdo sobre la claridad de la mayoría es instar al gobierno independentista a no celebrar un referéndum sobre la secesión a menos que tenga una garantía razonable de ganarlo claramente. Es muy importante que los líderes secesionistas no traten este tipo de referéndum como una partida de dados diciéndose: «Si ganamos el referéndum, tendremos la independencia para siempre, pero si lo perdemos, ya lo lograremos la próxima vez». Sólo debe celebrarse semejante referéndum si existen indicios evidentes de que la población desea claramente la secesión.

“El enfoque canadiense consiste en aceptar la divisibilidad del Estado como una posibilidad pero no como un derecho cuando así se solicite. Apuesta por la claridad, la negociación y la búsqueda de la justicia para todos”



B.S. Usted insiste mucho en la necesidad de resolver cualquier conflicto secesionista mediante una negociación ¿Se deberían fijar plazos máximos para las negociaciones? ¿Cuánto tiempo deberían tardar las partes en llegar a un acuerdo antes de considerar un referéndum?
S.D. La negociación en torno a la secesión debe tener lugar después de haber celebrado un referéndum que haya mostrado un apoyo claro a la secesión, pero antes de que se produzca la secesión. Una región de un país democrático no puede convertirse en un Estado independiente antes de que la negociación con el Estado haya permitido resolver, con una voluntad de lograr la justicia para todos, todas las cuestiones contenciosas importantes. Deben preverse negociaciones largas y difíciles.
Siguiendo el ejemplo del gobierno escocés, podemos fijarnos un objetivo en cuanto a la duración de las negociaciones. No obstante, no conviene establecer una fecha límite, puesto que ¿qué haremos si no se respeta esa fecha? Es mejor considerar que redunda en interés de todos no prolongar inútilmente un período de gran incertidumbre política y económica.

B.S. ¿Por qué un proceso de escisión tiene que ser necesariamente largo y difícil?
S.D. Porque la escisión de un Estado moderno y de una democracia bien establecida como Canadá, España o el Reino Unido es una tarea de enorme envergadura que nunca antes se ha intentado. Rompería los sólidos vínculos que se han forjado tras un largo período de vida común. Además, en el plano práctico, sería necesario encontrar la forma de transferir toneladas de leyes y reglamentos, millones de declaraciones de impuestos, así como miles de millones de dólares (o de euros) en pagos de transferencias, fondos de pensiones y deuda pública, además de decenas de miles de puestos de trabajo en la función pública y las empresas estatales, convenios colectivos que afectan prácticamente a todos los sindicatos y una lista interminable de acuerdos internacionales. Sería necesario también delimitar las fronteras, determinar el estatuto de las minorías y resolver sus posibles reivindicaciones territoriales, entre otras muchas cosas. Todos esos ciudadanos y organizaciones tendrían derechos y recursos jurídicos. Incluso con la mejor voluntad del mundo y la plena participación de los gobiernos, todo eso llevaría mucho tiempo. Por ejemplo, los nacionalistas escoceses prevén, en caso de que los resultados de su referéndum sean positivos y apoyen la secesión, un año y medio de negociaciones antes de la independencia, aunque el gobierno británico y la gran mayoría de expertos prevén un mínimo de dos años.


“Fuera de las situaciones coloniales, las secesiones no se ven facilitadas de ningún modo por el derecho internacional o la práctica de los Estados. En el mundo de hoy, la mayoría de los países se consideran indivisibles y no tienen ganas de fomentar las maniobras separatistas en otros lugares”


B.S. ¿Cuáles son los peligros de una declaración de independencia unilateral?
S.D. Tal como ha confirmado la Corte Suprema de Canadá, la secesión unilateral de una provincia de Canadá no tiene fundamento jurídico en derecho internacional y sería contraria al derecho canadiense. Por consiguiente, si un gobierno de Quebec tomara él mismo la decisión de declararse gobierno de un Estado independiente, no tendría los medios jurídicos para lograr que lo obedecieran. Su declaración no sería más que eso, una declaración, sin fuerza de ley. No tendría derecho a quitar la identidad canadiense a los quebequeses que quisieran conservarla. No podría obligar al gobierno de Canadá a aplicar la secesión. Así pues, no sólo se necesitaría el consentimiento del gobierno de Canadá, sino también su participación activa, aunque no fuera más que por razones prácticas: la transferencia de las leyes, de los fondos, de los funcionarios, de los tratados… todo aquello de lo que hablé anteriormente.
Es muy improbable que los gobiernos de otros países reconozcan el gobierno de Quebec como un gobierno independiente si el gobierno de Canadá se opone a ello. Si lo hicieran, sentarían un precedente: ningún país se ha convertido en miembro de la ONU en contra de la opinión del Estado predecesor. En el mundo de hoy, la mayoría de los países se consideran indivisibles y no tienen ganas de fomentar las maniobras separatistas en otros lugares. El derecho de los pueblos a la libre determinación no incluye su forma extrema, esto es, el derecho a la secesión, salvo en las situaciones coloniales y quizás también en los casos de ocupación militar y otras circunstancias similares que, evidentemente, no se aplican a una democracia como Canadá.
En una situación colonial, cuando el Estado niega a una parte de la población la condición de ciudadano, entonces esa población tiene derecho a dejar de considerar ese Estado como suyo. Pero en una democracia, donde se otorgan a cada persona los derechos plenos de ciudadanía, la secesión no es un derecho.
Si Canadá acepta su divisibilidad, no es porque el derecho internacional le obligue a ello. No existe un párrafo, ni una línea, ni una sílaba en el derecho internacional que cree esa obligación. Canadá acepta su divisibilidad debido a su cultura política que sólo concibe su unidad si ésta se basa en el deseo de vivir juntos. Canadá acepta la secesión no como un derecho, sino como una posibilidad que únicamente puede surgir si existe un apoyo claro a la secesión y después de haberse completado debidamente un proceso de negociación constitucional cuyo objetivo sea asegurar la justicia para todos.
Un intento de secesión unilateral por parte del gobierno de Quebec no tendría ninguna posibilidad de éxito. No tendría fundamento jurídico y sería inaplicable. Sería un acto irresponsable y la comunidad internacional lo consideraría como tal. Pondría a la población quebequesa en una situación inaceptable en una democracia.

“Una declaración unilateral de independencia dentro de un país democrático no tiene fundamento jurídico en el derecho internacional y sería inaplicable. Sería un acto irresponsable y la comunidad internacional lo consideraría como tal”


B.S. ¿La exacerbación de los nacionalismos en Europa puede ser un problema para Europa? ¿Cree que sería conveniente que Europa impulsara el federalismo dando poderes a las autoridades europeas comunes y permitiendo de ese modo que los conflictos de identidad quedaran menos pronunciados en una Europa sin fronteras?
S.D. Habrán observado que, en mi calidad de parlamentario de otro país, pongo especial cuidado en no comentar la política interior de España, del Reino Unido o de Bélgica. Enmarco todas mis respuestas en el contexto canadiense y dejo al lector la tarea de evaluar si se aplica también al caso de Cataluña y de España.
Sin embargo, me permitiré hacer un comentario sobre la Unión Europea. La experiencia demuestra que es difícil sacar el mejor provecho de instituciones económicas federadas (como un banco y una moneda comunes) sin el apoyo de instituciones políticas federadas. Para que Europa sea una federación, sería necesario, como mínimo, que el gobierno europeo emane del Parlamento europeo y le rinda cuentas, ¿Estarían dispuestos los países europeos a aceptar eso?
En cuanto al tema que nos ocupa, la secesión, los portavoces de la Unión Europea han declarado que los asuntos internos de los países miembros son competencia de esos países y de sus constituciones, y que si una región de uno de esos países miembros se independizara, debería presentar una solicitud para volver a formar parte de la Unión Europea.
La declaración del Presidente Hollande en Madrid, el 27 de noviembre de 2013, sigue el mismo sentido: "Cataluña es una región de España; por lo tanto, es un tema interno de España y es competencia de su soberanía exclusivamente, y no tengo nada más que comentar al respecto.
Esto es coherente con mi respuesta a su pregunta sobre una declaración unilateral de independencia: fuera de las situaciones coloniales, las secesiones no se ven facilitadas de ningún modo por el derecho internacional o la práctica de los Estados.

B.S. ¿Qué aspectos de la experiencia canadiense son aplicables a otros países o a la propia Europa?
S.D. Son ustedes quienes deben decidirlo. Diré, sin embargo, que el derecho internacional es igual para todos. La Corte Suprema de Canadá se apoyó en la distinción plenamente reconocida en derecho internacional entre el derecho a la autodeterminación externa y el derecho a la autodeterminación interna. El primero equivale al derecho a la secesión y se aplica a los casos de colonizaciones y quizás también de ocupaciones militares o de violación grave de los derechos humanos. El segundo corresponde al derecho a desarrollarse en un país disfrutando de los derechos plenos de ciudadanía y no implica un derecho a la secesión.
Ninguna norma de derecho internacional obliga a los otros países a imitar a Canadá y prever en una ley los parámetros de una secesión negociada. No obstante, en mi opinión, los principios expresados por la Corte Suprema de Canadá en su dictamen de 1998 y por la Ley sobre la claridad de 2000 que le da efecto tienen un alcance universal. El enfoque canadiense consiste en aceptar la divisibilidad del Estado como una posibilidad pero no como un derecho cuando así se solicite. El enfoque canadiense rechaza cualquier uso de la violencia o amenaza de violencia. Apuesta por la claridad, la negociación y la búsqueda de la justicia para todos. Podría contribuir a la práctica lúcida de los Estados.

“Los líderes independentistas quebequeses han tendido a hacer promesas irrealistas para convencer a los electores quebequeses de votar ‘Sí’ en un referéndum. Hay que denunciar semejantes quimeras. Canadá es la prueba de que grupos de población diferentes pueden crear algo mejor. Debemos inspirar a los otros países a apoyarse en su diversidad para construir su propio Canadá”



B.S. ¿Cuál es la mejor estrategia de los federalistas para neutralizar los objetivos secesionistas a largo plazo?
S.D. Los líderes independentistas quebequeses han tendido a hacer promesas irrealistas para convencer a los electores quebequeses de votar Sí en un referéndum. Les han hecho creer que los quebequeses, que constituyen la cuarta parte de la población canadiense, podrían separarse de Canadá para después regresar con fuerza y obtener la mitad de los escaños y puestos en todo un abanico de instituciones comunes: un parlamento canado-quebequés, un banco común, una moneda común, una superestructura gubernamental, etc. Hay que denunciar semejantes quimeras y explicar a la población que la secesión es una ruptura: la independencia de Quebec implicaría necesariamente renunciar a Canadá. Un Quebec independiente establecería con Canadá las relaciones propias de dos Estados vecinos, fruto de una mezcla de competición y de cooperación, pero que no tendrían nada que ver con la solidaridad que nos vincula en un país unido.
La secesión conlleva costos económicos: costos de transición y costos permanentes. La secesión plantea un sinfín de incertidumbres: el reparto de la deuda, la utilización de la moneda, las reivindicaciones territoriales de las minorías (los pueblos indígenas de Quebec tienen derechos reconocidos en la Constitución canadiense), etc. Es inútil exagerar esos costos e incertidumbres. Son suficientemente preocupantes en sí mismos. Hay que presentarlos a la población sin adornos ni evasivas para que comprenda bien las consecuencias de su decisión de optar por la secesión.
Con todo, el principal argumento contra la secesión es el que he mencionado anteriormente al hablar sobre las identidades plurales. La pertenencia canadiense que llevamos dentro forma parte de nuestra identidad quebequesa. Nosotros los quebequeses, junto con todos los demás canadienses, hemos contribuido poderosamente a hacer de Canadá un país admirado en todo el mundo. Canadá es la prueba de que grupos de población diferentes pueden crear algo mejor por el hecho de compartir el mismo país. Tenemos cosas más útiles que hacer en este planeta que romper el Canadá que existe; más bien, debemos inspirar a los otros países a apoyarse en su diversidad para construir su propio Canadá, con sus propias culturas e instituciones.
En mi país, no hay que contraponer dos nacionalismos: el nacionalismo canadiense frente al nacionalismo quebequés. Debemos, más bien, basar la argumentación a favor de la unidad en el principio universal de las identidades plurales. Las identidades se suman, no se sustraen.
En un país democrático, los ciudadanos no tienen por vocación convertirse en extranjeros. 

lunes, 13 de enero de 2014

La hipocresía del interior (Por Carme Valls-Llobet)

El debate de las ideas casi no existe ni en España ni en Cataluña, huérfanas de la “política” en mayúsculas. Celebrar una consulta o no celebrarla, no resolverá ninguno de nuestros problemas reales. Lo que necesitamos son propuestas políticas de verdad


Hacia 1959 Hannah Arendt trabajaba en una serie de textos para realizar una introducción a la política, que al final no vieron la luz mientras vivía pero que constituyen un valioso legado para la reflexión en tiempos de confusión, como los que nos ha generado la ausencia de “política” en mayúsculas, y de políticas públicas de parte de nuestros gobernantes en Cataluña y en el Estado Español.
Entre estos textos he recordado una frase dirigida por Hannah Arendt a todos los gobernantes que prefieren separar en lugar de compartir: "Cuantos más pueblos haya en el mundo, vinculados entre ellos de una u otra manera, más mundo se formará entre ellos y más rico será el mundo. Cuantos más puntos de vista haya en un pueblo, desde los que mirar un mundo que alberga y subyace a todos por igual, más importante y abierta será la nación.





Gobernados por ministros de mente estrecha, no nos puede extrañar que hayamos oído las palabras del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz alertando de la división creada en las familias catalanas por el debate sobre la independencia, sin advertir de forma hipócrita que fue su propio partido, el Partido Popular (PP), quien rompió la convivencia entre los españoles, creando animadversión hacia Cataluña al recoger firmas contra los catalanes, cuando aprobamos de forma claramente democrática el nuevo Estatuto de Cataluña.
Ha sido el PP el que con su deseo de uniformidad está intentando empobrecer el mundo que habíamos creado y que nos unía a todos los españoles. Más pobre, más cerrada, más desigual y más hipócrita es la España que está degenerando el PP, y que ha culminado con la propuesta de penalización del aborto, haciendo retroceder los derechos de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo a los de la época franquista.
Preocupados por mantener los votos de la derecha más extrema más que por gobernar, nos amenazan y de su interior fluye la hipocresía del que habla de división de la convivencia y al mismo tiempo la promueve para ganar votos. Porqué aunque la hipocresía nace como palabra griega con el significado neutro de actor teatral, acaba significando la disociación del que habla y aparenta lo contrario de lo que en realidad hace, a distancia de otras connotaciones moralistas.

El PP, preocupado por mantener los votos de la derecha más extrema más que por gobernar, nos amenaza y de su interior fluye la hipocresía del que habla de división de convivencia y al mismo tiempo la promueve para ganar votos


De la misma forma algunos de los partidos y plataformas que votaron en contra del Estatuto en Cataluña, también desarrollan una excelente hipocresía del interior. No piensan ni proponen políticas públicas y mientras tanto tapan las vergüenzas en sede parlamentaria de los que utilizaron dinero público para enriquecerse o para financiar a sus partidos. Se dedican a recoger votos y a repetir con monotonía una idea única, por lo que desconocemos si existen realmente otras ideas para construir el futuro.
El debate de las ideas casi no existe falto de propuestas políticas, como si sólo celebrar una consulta o no, nos tuviera que resolver algún tipo de los problemas reales que ahora tenemos. Faltan propuestas políticas que piensen más en mejorar el proyecto de desarrollo de Cataluña, España y Europa.
Vemos a diario como nuestros jóvenes  pierden la dignidad trabajando sin derechos, se marchan fuera sin objetivos y sin trabajo y pierden la esperanza de decidir sobre su futuro, que es mucho más complejo e incierto, que una consulta de separación.
Pero advierto con esperanza que muchos jóvenes sí han aprendido a moverse y vivir en un mundo de relación y han construido diversos mundos de comunicación entre ellos. En las redes sociales las hipocresías del interior quedan fácilmente desenmascaradas. No se puede acusar a nadie de romper la convivencia con la boca mientras con las manos se fomenta el odio, el asco, la separación y el miedo a la diferencia. 

viernes, 10 de enero de 2014

¿Es el federalismo la mejor salida para Escocia? Los liberales británicos creen que sí (Por Beatriz Silva)

En un documento titulado Federalismo: el mejor futuro para Escocia, el Partido Liberal escocés, socio de Convergencia Democrática de Cataluña en el parlamento europeo, se declara partidario de una reforma federal como fórmula de encaje ideal de Escocia en el Reino Unido. La propuesta se convertirá probablemente en la hoja de ruta del Partido Liberal británico de cara a las elecciones de 2015


“El mejor camino para Escocia y para Gran Bretaña es avanzar en la autonomía dentro de un Reino Unido federal”. Es lo que propone el Partido Liberal escocés en un momento en que Escocia juega su futuro a una sola carta: independencia o statu quo es lo que se dirimirá en el referéndum del próximo 18 septiembre.
En una misiva firmada por su histórico líder, Menzies Campbell, los liberales escoceses- socios de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), el partido de Artur Mas, en el parlamento europeo-, apuestan por el federalismo.
“El debate constitucional en Escocia está llegando a una etapa importante. La forma futura de Escocia, y la propia existencia del Reino Unido, están en juego en el próximo referéndum. Creemos que nuestro enfoque (el federalismo) representa una visión sólida detrás de la cual la mayoría de escoceses pueden reunirse. Es una propuesta que sirve para unir y no para dividir”, dice Campbell en una carta publicada en Strong Liberal Voices, el portal de los liberales escoceses, más conocidos en el Reino Unido como Lib Dems.


"El federalismo representa una visión sólida detrás de la cual la mayoría de escoceses pueden reunirse. Es una propuesta que sirve para unir y no para dividir”, dice el líder del Partido Liberal, Menzies Campbell


Menzies Campbell es uno de los políticos más respetados del Reino Unido y del Partido Liberal británico del cuál ejerció como líder en un periodo crucial para la formación.
Campbell reconoce en su carta que el Reino Unido necesita una reforma institucional para conseguir un mejor encaje de las cuatro naciones que la conforman- Escocia, Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte. Sin embargo, afirma también que, ante la desintegración del Reino Unido, la mejor opción de modernización para el país es la estructura federal, porque es capaz, a su juicio, de conseguir más consenso y, por ello, estructuras de organización más perdurables y sostenibles en el tiempo. “El federalismo es un sistema de gobierno utilizado en todo el mundo que permite la expresión de diferentes identidades dentro de un sistema pero que se combina con la fuerza que proviene de la cooperación”, asegura Campbell quien no se cansa de repetir que el federalismo es una vieja aspiración tanto de los antiguos Liberales británicos, como de los actuales Liberal Demócratas.
Menzies Campbell acompaña su propuesta con un documento de 63 páginas redactado en 2012 en el que detalla cómo debería estructurarse un Reino Unido de carácter federal.
El primer capítulo de este documento apuesta por una Escocia fuerte, capaz de decidir las cuestiones domésticas que afectan a su población, pero que sigue formando parte de un Reino Unido que habla con una sola voz y mantiene así su lugar estratégico en el mundo. En los capítulos dos, tres y cuatro, describe las oportunidades de un Reino Unido federal, tanto para los escoceses como para el resto de británicos, y desarrolla una propuesta de distribución de competencias en materia fiscal y de endeudamiento para dotar al parlamento escocés de herramientas económicas y fiscales que potencien el desarrollo económico.

Los liberales proponen que la Seguridad Social se mantenga a nivel supranacional, o sea, que dependa del gobierno federal británico, pero que el impuesto sobre la renta, equivalente al IRPF español, sea competencia del gobierno escocés


El documento propone, entre otras cosas, que la caja de la Seguridad Social en todos sus aspectos, como los relativos a las pensiones, se mantenga a nivel supranacional (Reino Unido) así como las leyes y normativas que afectan a las empresas y el empleo. El texto destaca la importancia estratégica de que exista un régimen único para la extracción de petróleo y gas del Mar del Norte (en territorio escocés) manteniéndolo a nivel supranacional pero alentando la creación de un fondo petrolero.
El texto, que incluye un detallado plan para garantizar el funcionamiento del país durante la transición del actual modelo al sistema federal, propone también que la mayor parte del impuesto sobre la renta (equivalente al IRPF español) sea responsabilidad del parlamento escocés. Apuesta además por un sistema electoral propio para Escocia y por el empoderamiento de comunidades locales, como concejos y condados, para que puedan manejar sus propios impuestos y articular así planes que reflejen las prioridades de sus electorados manteniendo un sistema de equidad mediante subvenciones.
Respecto a la relación del país con la Unión Europea (UE), el documento plantea que los ministros escoceses puedan decidir conjuntamente con el gobierno federal británico las cuestiones que le afecten en relación a la UE.

Los liberales británicos creen que aunque triunfe el “no” en el referéndum de Escocia, el Reino Unido debe plantearse un nuevo modelo de convivencia de carácter federal. “Nuestra propuesta está planteada para favorecer los intereses de todos los británicos, no sólo de los escoceses”, afirman


El Partido Liberal escocés quiere que su propuesta se convierta en una “hoja de ruta” del Partido Liberal británico de cara a las elecciones generales de 2015. Ésta debería a su vez dar lugar a un mandato político para avanzar en la transformación del Reino Unido en un estado federal.
El Partido Liberal, que actualmente forma parte del gobierno conservador de David Cameron y tiene muchas posibilidades de seguir gobernando a partir de 2015, ya sea en coalición con los conservadores o con los laboristas, ha dicho que apoya la iniciativa. También lo han hecho sus líderes quienes no se cansan de repetir que aunque triunfe el “no” en el referéndum de Escocia en septiembre, como probablemente sucederá, el Reino Unido debe plantearse un nuevo modelo de convivencia de carácter federal.
“No sólo queremos redefinir la relación de Escocia con el resto de las islas, nuestra ambición va mucho más allá”, dice Menzies Campbell. Y añade: “Nuestro objetivo debe ser no sólo estar satisfechos de conseguir una buena solución para Escocia sino presentar una propuesta que permita avanzar hacia una moderna reforma constitucional del Reino Unido. Nuestras propuestas están orientadas no sólo a favorecer los intereses de los escoceses sino de todos los británicos”.