martes, 1 de noviembre de 2016

Ser o no ser catalán (por Beatriz Silva)

¿Se siente usted tan catalán como español?¿Más español que catalán?¿Más catalán que español? Muchas de las encuestas intentan encasillar a los ciudadanos en unas categorías que no responden a una realidad que se asemeja cada vez más a la retratada por Claudio Magris en El Danubio: una mezcla inseparable de etnias, lenguas y culturas




¿Se siente usted tan catalán como español?¿Más español que catalán?¿Más catalán que español? Muchas de las encuestas que se hacen en Cataluña y en España intentan encasillar a los ciudadanos en unas categorías que cada vez responden menos a nuestra realidad social.
¿Qué tienen que contestar aquellas personas que han nacido en Cataluña pero tienen padres de otros lugares de España, lugares que visitan regularmente, con los que mantienen vínculos y que se sienten también un poco andaluces, vascos o extremeños? Ser ‘español' no es equivalente a ser parte de alguna de estas identidades que en cada una de sus variantes tienen sus propias especificidades y su valor añadido.
¿Qué sucede con los miles de inmigrantes que no han nacido ni en España ni en Cataluña pero han construido sus vidas aquí? Europeos, latinoamericanos, asiáticos o africanos que se han adaptado a las costumbres locales, que aprecian su cocina, que han aprendido las lenguas que se hablan en Cataluña y han hecho de esta tierra su hogar ¿Qué son todas estas personas?¿Qué serán sus hijos que comparten distintas herencias culturales?¿Y los catalanes que han emigrado a otros lugares?¿O los hijos de los que se vieron forzados al exilio y han regresado hablando el catalán con acento extranjero?
¿Qué tendríamos que contestar en estas encuestas los que no nos encontramos en ninguna de estas categorías o lo estamos sólo en parte?
Vivimos en un mundo en que las fronteras cada vez marcan menos la identidad de las personas. La globalización ha tenido como consecuencia que el mundo sea más accesible y que las personas se muevan con mucha más facilidad que hace unas décadas.
Si a mediados del siglo XX ya era imposible poner en Europa unas fronteras que separaran las comunidades que compartían una etnia, una cultura, y una lengua, como magistralmente explica Claudio Magris en su libro El Danubio en el que disecciona la civilización centroeuropea y el peso de las minorías étnicas ¿Es posible hacerlo en pleno siglo XXI?
Magris convierte el río El Danubio en un símbolo de una aspiración pluralista de convivencia entre pueblos en contraposición al exclusivismo del nacionalismo alemán que se siente representado por el Rin. El libro transmite la admiración del autor por la cultura germánica- ‘los alemanes han sido los romanos de Mitteleuropa’, afirma- pero también está impregnado de recelo ante la idealización de los particularismos que luego se convierten en bandera de lucha y que estos días vuelven a hacerse presentes en la proliferación de toda clase de movimientos nacionalistas y xenófobos.
La realidad es que cada vez más territorios dentro y fuera de Europa son el Danubio, una mezcla de etnias, culturas y lenguas que comparten sus tradiciones y enriquecen las sociedades haciéndolas más interesantes, complejas y, por qué no decirlo, más divertidas. La noción de pueblo uniforme no tiene sentido en sociedades que son esencialmente heterogéneas en origen, intereses, creencias y costumbres como nos recuerda Toni Sitges-Serra en un artículo publicado esta semana en El Periódico.

Todas estas encuestas que escarban en la identidad de las personas acaban con una opción anodina, la de ‘no sabe/no contesta’, que es probablemente en la que nos situamos una gran mayoría de ciudadanos que vivimos en Cataluña: no sabemos/no contestamos.

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