viernes, 5 de mayo de 2017

Extraños llamando a la puerta (por Beatriz Silva)


Las migraciones masivas no tienen nada de nuevo: han acompañado a la humanidad desde el principio de los tiempos. Saber gestionarlas en un mundo cada vez más globalizado es lo que aborda el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman en uno de sus últimos ensayos en el que acusa al sistema de convertir a los refugiados en ‘personas superfluas’ o excedentes humanos




Nos enfrentamos a una crisis de la humanidad, y la única salida es reconocer nuestra creciente interdependencia como miembros de la misma especie y encontrar nuevas maneras de convivir en la solidaridad y la cooperación.
Es una de las reflexiones de ‘Extraños llamando a la puerta’, el último ensayo publicado en español por el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, fallecido en enero pasado a los 91 años.
A lo largo de 112 páginas, Bauman ahonda en la crisis de los refugiados, las posibles consecuencias de las olas migratorias que se harán más intensas en los próximos años y en las políticas de contención y rechazo que predominan cada vez más en el discurso político. Unas políticas que, a juicio del filósofo, pueden proporcionar una tranquilidad momentánea pero están condenadas a fracasar a largo plazo.
“No parece que los factores que las impulsan vayan a remitir”, recalca Bauman haciendo un repaso de los conflictos y las tragedias que están generando grandes flujos migratorios. Y, citando a Robert Winder, subraya que intentar detener con muros “a personas que buscan salvación frente a la tiranía, la persecución sangrienta y la pobreza inhumana” es como intentar parar las olas del mar con gritos.
Una de las reflexiones más interesantes que hace Bauman en relación a la crisis migratoria es la de acusar al sistema de fabricar “personas superfluas”, seres humanos que son tratados como excedentes que pueden ser aparcados en campos de concentración o tratados como patatas calientes que pasan de mano en mano, como quedó en evidencia con el acuerdo de marzo de 2016 entre la Unión Europea y Turquía para devolver a las personas que conseguían alcanzar las costas griegas.
“La política migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos categorías mundiales cada vez más cosificadas: por un lado, un mundo limpio, sano y visible; por el otro, un mundo de ‘restos’ residuales, oscuros, enfermos e invisibles. Los ‘restos’ pueblan innumerables campos, kilómetros de corredores de paso, islas y plataformas marítimas, y hasta cercados en mitad de desiertos. Cada campo está rodeado de muros, alambradas y vallas electrificadas, o funciona como una prisión de facto porque está aislado por inmensas extensiones vacías de tierra o mar a su alrededor”, constata Bauman.
¿Quién es responsable de esta situación? Todos nosotros porque somos presa de miedos atávicos que nos impulsan a rechazar a los extraños, a aquello que nos resulta desconocido, sobre todo si se trata de pobres o desheredados. Pero Bauman culpa especialmente a los políticos que alientan estos miedos. 
“Los refugiados siempre han sido unos extraños. Y los extraños tienden a causar inquietud porque son aterradoramente impredecibles, a diferencia de las personas con las que interactuamos a diario y de las que sabemos qué esperar”, señala añadiendo que la figura del refugiado enfrenta a los ciudadanos de los países más desarrollados a la incertidumbre: representan cada vez más una competencia indeseable por un bienestar que se vuelve más y más escaso como consecuencia de políticas económicas que aumentan la desigualdad y precarizan la vida de las personas.
Alentar estos miedos por parte de políticos sin escrúpulos explicaría, según Bauman, la trayectoria ascendente de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo chovinista, y los asombrosos éxitos electorales de partidos y movimientos que las proclaman como el Frente Nacional de Marine Le Pen. “Ser francés es un característica (¿la única posible quizás?) que encumbra  a todos los compatriotas galos dentro de una misma categoría de personas (…) y las sitúa por encima de los extranjeros que están en parecidas condiciones de miseria pero son recién llegados sin Estado (…). El nacionalismo les facilita ese soñado bote salvavidas para su ajada o ya difunta autoestima”, nos dice.
También señala una evidencia: las migraciones masivas no tienen nada de fenómeno novedoso, han acompañado a la modernidad desde el principio de ésta. Y hace un llamado a recuperar el diálogo argumentando que las conversaciones que se entablan más allá de las fronteras pueden ser placenteras o enojosas pero su principal característica es que son inevitables en un mundo cada vez más atestado y globalizado.
“La conversación sigue siendo ‘la’ vía directa al acuerdo y, por ende, a la coexistencia pacífica, mutuamente beneficiosa, cooperativa y solidaria, simplemente porque no tiene competidores para tal cometido y, por consiguiente, ninguna opción alternativa viable”, concluye.

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