domingo, 9 de marzo de 2014

Viento en las velas (Por Francisco Morente Valero)

Mariano Rajoy y Artur Mas coinciden en muchas cosas: el proyecto económico y social, la vacuidad de su mensaje o el gusto por vender espejismos como si fuesen realidades materiales incontestables, aunque, por ahora, solo a uno de ellos le compran el producto masas de ciudadanos


Con  ocasión del último «Debate sobre el estado de la nación» se estrenó en el Congreso de los Diputados una estupenda película de aventuras marineras. Temibles tormentas, un barco en peligro, un capitán con mano firme y un final feliz tras doblar la nave, contra pronóstico, el peligrosísimo cabo de Hornos. En lontananza, ya libres de toda amenaza, las acogedoras playas de los mares del Sur.



Más allá de la increíble autocomplacencia del discurso del presidente del gobierno, lo verdaderamente estremecedor del mismo fue la insensibilidad que supone decretar el final de la crisis mientras se obvia el sufrimiento pasado, presente y, por desgracia, futuro de tantos millones de personas que no ven que el viento esté hinchando las velas tal y como el capitán del barco pregona. Lo macro mejora, nos dice. Pero el sufrimiento diario es micro. Y no tiene margen de espera. No lo tienen los amenazados de deshaucio, ni los niños en riesgo de pobreza, ni quienes perdieron hace tiempo su trabajo y con él la esperanza. No lo tienen la educación pública, que amenaza con venirse abajo, o el asediado Sistema Nacional de Salud, en su momento orgullo de un incipiente estado del bienestar arduamente ganado con una lucha popular de décadas. No lo tienen los excluidos o quienes están a un paso de serlo, independientemente de dónde vivan y de dónde vengan.
Tampoco va quedando tiempo para abordar la grave crisis política e institucional que asuela el país. La falta de representatividad de las instituciones, la desconfianza ante los partidos políticos, la certeza de una corrupción rampante que no se persigue más que con declaraciones, la irresponsable forma de abordar el problema territorial que tenemos planteado y que va acumulando en la sentina los barriles de pólvora que pueden hacer que todo salte por los aires.

Mariano Rajoy decreta el final de la crisis mientras obvia el sufrimiento pasado, presente y, por desgracia, futuro de tantos millones de personas que no ven que el viento esté hinchando las velas tal y como el capitán del barco pregona


Nada de todo ello pareció importarle al presidente. En esto, como en el gusto por las imágenes náuticas, coincide con el president Mas. En realidad, coinciden en otras muchas cosas: el proyecto económico y social, la vacuidad de su mensaje o el gusto por vender espejismos como si fuesen realidades materiales incontestables, aunque, por ahora, solo a uno de ellos le compran el producto masas de ciudadanos que han llegado a la conclusión de que de perdidos, al río; o a la mar océana, para estar a tono con la moda discursiva del momento.
La imagen tópica de Rajoy es la de un presidente tumbado a la bartola, fumándose un buen puro y esperando que el tiempo le resuelva los problemas. Por aquí, la cosa se disfraza del estajanovismo propio de los catalanes, pero los hechos nos hablan de una sola ley aprobada en todo un año de actividad parlamentaria, mientras se dedican todas las energías a plantear preguntas imaginativas para consultas que sus impulsores saben que no se van a celebrar. Claro que eso no es inocente porque permite sacar del foco de atención lo que es verdaderamente sustancial: el paro, la pobreza, la creciente desigualdad social y el deterioro imparable de los servicios públicos. De todo lo cual, el culpable, ya se sabe, es Madrid.
La realidad, claro está, es otra. Mientras el Govern no deja de lloriquear por el brutal expolio al que nos somete España, ejercita a fondo sus competencias entregando cada día recursos públicos a los poderosos del país en un proceso de liquidación de lo que es de todos al que nadie le ha obligado y que aplica a rajatabla porque sarna con gusto no pica.

En Cataluña, Artur Mas ha conseguido sacar del foco de atención lo que es verdaderamente sustancial: el paro, la pobreza, la creciente desigualdad social y el deterioro imparable de los servicios públicos. De todo lo cual, el culpable, ya se sabe, es Madrid


Naturalmente, tanta coincidencia con el gobierno popular resulta contraproducente para el proceso de transición nacional hacia nadie sabe dónde. Como resulta incómoda para la sacrosanta unidad de España tanta coincidencia de los populares con los separatistas catalanes. La imagen de ese proyecto clónico en lo económico y social ha de ser contrarrestada, en Madrid y en Barcelona, con insuperables diferencias en el modelo territorial. De modo que de entenderse con el gobierno central para salir del agujero en el que nos hemos metido, ni hablar. Negociar un nuevo marco de relaciones financieras, culturales y políticas con la Generalitat, ni pensarlo. Mis líneas rojas, ni tocarlas. La culpa, toda la culpa es del otro. La responsabilidad de resolver el problema, también. Que se muevan ellos.
Así las cosas, el Hispania, con su indolente capitán escuchando un cuarteto de cuerda mientras lee el Marca, avanza imparable hacia la zona de icebergs sin que los avisos de los vigías sirvan para cambiar el rumbo. El pasaje, desesesperado, cuenta los botes salvavidas y comprueba que no va a haber para todos.
A su vez, el Catalonia surca orgulloso un mar lleno de arrecifes, de cuyo peligro advierten desde los faros europeos. En cubierta, mientras se dan la mano, muchos ignoran las advertencias, convencidos como están de que esto va a ser jauja. Otros, que han sido embarcados en el crucero sin quererlo, miran hacia el puente de mando esperando que la cordura reine entre los oficiales. Se les hiela el sudor cuando ven manejando el timón al mismísimo capitán Schettino.

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