lunes, 28 de abril de 2014

Tirar de la cadena (Por Ferran Gallego)

La política es estética, y lo que primó es ese gran teatro de las Cortes españolas fue la pretensión de los dirigentes de tres grupos parlamentarios del Parlament de representar a Catalunya entera, a la verdadera Catalunya consciente y honesta como si quienes votaron a otros partidos fueran sólo el público obligado a tragarse la representación nacionalista


En la que, según creo, ha sido su mejor intervención en esta atormentada legislatura, Pérez Rubalcaba no olvidó hacerle un reproche elemental a Joan Herrera, integrante del servicio de mensajería parlamentaria que el 8 de abril trató de dar escenificación institucional a un presunto conflicto ontológico entre catalanes y españoles.  Insistiré en esa referencia a la política una vez más convertida en estética. Pero empezaré por resaltar ahora la importancia de algo que podría pasar desapercibido en el conjunto de un discurso soberbio, en la forma y en el fondo, que dejó en evidencia  –por si aún hacía falta- la escasa lucidez argumentativa, la jibarizada capacidad de expresión, y los trucos de primer curso de logomaquia con que los comisionados hicieron tan flaco favor a sus propias propuestas.


Quien no está dispuesto a poner en quiebra la hegemonía del nacionalismo conservador en Catalunya, quien no se moviliza contra ello, podría no salir en la foto


Rubalcaba reprochó a Joan Herrera que, siendo de izquierdas, hubiera olvidado –en caso de que lo hubiera sabido alguna vez- que las leyes y el derecho no son formalismos alternativos a la voluntad política del pueblo, sino las únicas garantías de las que disponemos aquellos que no tenemos ninguna otra cosa para defendernos de los abusos de la autoridad y para asegurar nuestra integridad ante los más ricos y los más fuertes, siempre poco sensibles a lo que pueda ofrecer un Estado de derecho. Lo hizo a su manera, como de pasada, como a bote pronto, como si se le acabara de ocurrir en el fragor del debate. Y convendría que su alusión no quedara suspendida en un estado de ingravidez, de apostilla insustancial, de anotación secundaria, porque precisamente en lo que se le dijo y en lo que quedó por decirle en la misma línea al dirigente ecosocialista, se encuentra un factor central de nuestro debate político.
Y es que Rubalcaba podía haberle soltado al  “compañero” Herrera   algunas otras cosas, como la que le hizo saber a Coscubiela al hablar de la identidad nacional, confundida con un recurso exclusivo y con una lastimosa peculiaridad que quiere atribuirse a quienes vivimos, trabajamos o sufrimos el paro en Catalunya –“vayan ustedes a hablar de identidad a los trabajadores de Mieres o de Puente Genil”-. También le podía haber dicho Rubalcaba al máximo dirigente de ICV, quizás elevando el tono como hizo en momentos en que la gravedad del tema obligaba a una tranquila solemnidad, que le resultaba amargo ver a una formación de izquierdas deambulando con esas compañías. Podía haberle dicho que le sorprendía, en especial, porque Iniciativa per Catalunya se empeña en presentarse como continuidad política del PSUC, sin que se plantee ya siquiera aquellas ocurrencias de su fundador,  que no dudó en hablar de “tall conceptual” para abandonar el comunismo, sin pagar derechos de autor a Althusser y su teoría de la “ruptura epistemológica” entre el joven y el viejo Marx. Podía habérselo dicho porque, siendo capaz de conciliar a Heráclito y Parménides, la formación ecosocialista insiste en creer que el Ser de la “esquerra de debò”, es inmutable, mientras afirma que no piensa bañarse dos veces, ni siquiera dos, en el río donde fluyen sin cesar la moda tacticista y las efímeras vigencias de la imagen.  Podría habérselo propinado porque ICV no deja pasar ocasión alguna para marcar paquete histórico, recordando las siglas y el emblema del PSUC de la Transición en ocasiones que parecen hechas a la medida de sus actuales relaciones con la tradición comunista catalana: los homenajes póstumos, las presentaciones de libros de memorias, los obituarios que dan cuenta del fallecimiento de los viejos luchadores.
Por esa relación que ICV desea mantener con la izquierda socialista y obrera catalana,  tan lejos de la política y de la ideología, pero tan cerca de la apropiación simbólica y del saqueo de la memoria, Rubalcaba podría haberle soltado a Joan Herrera las cosas con mayor claridad, aprovechando incluso ese garbo con el que el dirigente ecologista trató de colar el gato del tuteo – “¡Alfredo, hombre!”- por la liebre de la complicidad ideológica.  Habríamos agradecido que le dijera que, gracias a ICV, había podido constituirse una apariencia de frente nacional, cubriendo el flanco “socialista” y “obrerista” del proyecto liderado por Mas y por Junqueras. Que, sin la participación de su formación política –a la que se sumó Esquerra Unida i Alternativa, incapaz de superar su vocación apendicular-, el frente nacional no se concretaba en nada que fuera políticamente viable. Que, sin esa innecesaria y gratuita colaboración, CiU y ERC se habrían limitado a llegar a un acuerdo como el que ya tienen desde hace tiempo en esa bochornosa mezcla de gobierno y oposición que se permiten fingir todos los días. Que, de no haber firmado,  se habría mantenido abierto un debate que no habría permitido tomar impulso al nacionalismo catalán a costa del bloqueo, desconcierto y problemas graves introducidos en el campo de la izquierda. De momento, en el PSC, pero en un futuro muy cercano en la coalición ICV-EUiA, y en cada uno de sus componentes a no tardar.

Quizás cuando el “proceso” haya desgastado aún más la calidad democrática de Catalunya y haya desperdiciado la posibilidad de construir una propuesta federal identificada exclusivamente con la izquierda, ICV podrá respondernos que sabía perfectamente a dónde iba. A cumplir con su sueño antisistema, a tratar de convertir la movilización nacionalista en una triste dúplica de la lucha contra la crisis, en un espejo deforme de la agitación social contra la casta  que ha generado y está gestionando un sufrimiento social inaudito


Quizás la exhortación no habría tenido efecto en la persona a la que iba dirigida, siempre tan segura de sí misma, y siempre con el aspecto de estar al frente de una gran organización de masas, que presenta como virtud, y no como defecto, que en su interior se manifiesten todas las actitudes que en estos momentos enfrentan a los catalanes en torno a la propuesta de independencia. Porque, para ICV, es ejemplar, y no vergonzoso, que su absoluta carencia de definición también en este campo permita que en ella convivan federalistas de variada calidad, nacionalistas de diverso tono, independentistas de distintas opciones tácticas, e incluso autonomistas que quizás no se han atrevido a proclamar que la autonomía fue, precisamente, la solución que el PSUC dio en otro tiempo a su análisis de España como Estado multinacional. Porque tiene guasa que quienes ahora critican a Pere Navarro por reunirse con los dirigentes del PP para celebrar el día de la Constitución, olviden lo disciplinados que fueron los militantes del PSUC, que en 1978 votaron un texto en el que quizás no se sentían muy cómodos, pero que había sido presentado como conquista de los trabajadores, como objetivo cubierto de la lucha por el Estatuto, y no como resignada aceptación de la derrota frente a un continuismo conservador y españolista más potente.
En realidad, de lo que se trataba era de decirle a Joan Herrera que la inversión de la frase de Alfonso Guerra es de tan mal gusto como su formulación original. “Quien no se mueve, sale en la foto”. En efecto, quien no está dispuesto a poner en quiebra la hegemonía del nacionalismo conservador en Catalunya, quien no se moviliza contra ello, podría no salir en la foto. Y quizás nos equivocamos cuando afirmamos que Iniciativa estuvo ahí a cambio de nada. Porque salir en esa imagen era una finalidad en sí misma. Estar en el escenario y protagonizar la magnitud de la comedia bien valió saber que se aprobarían nuevos presupuestos socialmente radioactivos, dañinos para esa cohesión social que, evidentemente, no se genera ni se encuentra solamente en la inmersión lingüística, cuyo éxito en términos puramente escolares pudimos ver en la fluidez verbal de Marta Rovira. La política es estética, y lo que prima es ese gran teatro de las Cortes españolas,  en el que dirigentes de tres grupos parlamentarios del Parlament pretenden representar a Catalunya entera, a la verdadera Catalunya consciente y honesta, como si quienes votaron al PSC y al PP, quienes pusieron más escaños socialistas y populares en las Cortes que los obtenidos por los grupos de los tres comisionados,  dejaran de ser actores de reparto para convertirse en público, obligado a tragarse la representación nacionalista. Lo que importaba era el efecto visual, acompañado de palabras livianas, propias de esa cancioncilla irritante de verano que vamos a escuchar durante unos meses, y en el que la letra importa menos que el pegadizo aire musical a cuyo ritmo vamos a bailar hasta el mes de noviembre.
Habríamos agradecido que Rubalcaba le preguntara a ICV si sabía con quién iba, para entender en dónde íbamos a acabar quienes llevamos más de treinta años definiendo nuestra posición política en el lugar más alejado posible de lo que se le ocurra al pujolismo, en cualquiera de sus trances. Quizás, dentro de muy pocas semanas, cuando el “proceso” haya desgastado aún más la calidad democrática de Catalunya y haya desperdiciado la posibilidad de construir una propuesta federal identificada exclusivamente con la izquierda, ICV podrá respondernos que sabía perfectamente a dónde iba. A cumplir con su sueño antisistema, a tratar de convertir la movilización nacionalista en una triste dúplica de la lucha contra la crisis, en un espejo deforme de la agitación social contra la casta  que ha generado y está gestionando un sufrimiento social inaudito. A enlazar las manos en otra cartografía sentimental el próximo 11 de septiembre, abrazándose a quienes en todo se diferencian de las culturas de izquierda desde 1980, cuando los socialistas del PSC-PSOE y los comunistas del PSUC fuimos vencidos por el gran acuerdo de la derecha española y catalana, ejercido por CiU y apoyado por ERC y UCD. A  crear un escenario de conflicto con la izquierda española y de reconciliación con la derecha catalana en un nuevo día festivo. A salir a la calle. A participar en la marcha. A tirar de la cadena.

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