lunes, 26 de febrero de 2018

Cataluña, día tras día en la oscuridad (por Ricardo Fernández Aguilà)

Día de hoy no tenemos solución, aunque tal vez esa sea la preferencia de un sector de Cataluña: seguir el tiempo que haga falta con la herida de la división sangrando, enfrentados pero movilizados, en tensión política, hasta debilitar y llegar a vencer algún día al contrario




Ser catalán hoy, cualesquiera que sean las ideas políticas, es estar aturdido. Así de claro lo veo desde mi propio aturdimiento. Pero bastantes catalanes me replicarían que nada de eso, que tienen las cosas muy claras y que tarde o temprano se alcanzará el gran objetivo. Dos visiones. Dos mundos. De este panorama trata lo que viene a continuación.
No me referiré de entrada a la alta política, que por desgracia no conoce jornada de descanso: es un ejemplo demasiado evidente de bloqueo, sobresaltos, confusión e improvisación constantes, y ya hay bastantes analistas que cada día abordan esta parte de nuestra desdichada vida colectiva. Quiero hablar, en primer lugar, de cosas que nos ocurren a gente que no hemos trasladado nuestra sede fuera de Cataluña y que indican la profundidad del desgarrón en que vivimos. Tres ejemplos.
Uno. Comes con un amigo en un restaurante. La conversación deriva (¡vaya novedad!) hacia el conflicto político. El amigo no habla ni alto ni bajo, pero la pareja de la mesa de al lado ha puesto las antenas justo en esa parte de la charla privada. Y por las caras parece que no les gusta nada lo que oyen. Tú bajas aún más la voz a ver si tu amigo hace lo mismo y los oyentes vuelven a sus cosas, pero las miradas son constantes. Ganas de dar por acabada la tertulia.
Dos. Perteneces a los que no quieren la independencia pero sí consideran necesarias reformas políticas. Dicen que esto se llama tercera vía. El caso es que un diputado independentista, en vísperas de las elecciones de este diciembre 2017, compara a quienes así pensamos con los judíos que apoyaron a los nazis. Puede uno añadir en este párrafo ingrato que hace tres meses, por acudir a manifestaciones legales y pacíficas a favor de continuar juntos con el resto de España, se tildó a los manifestantes de franquistas. Lo han dicho personas, y es ejemplo bien real, que últimamente visitaron la cárcel Modelo, ahora que está vacía. Pero resulta que algunos de los insultados podrían organizar visitas guiadas por aquel recinto de represión franquista, dando detalles de galerías, economato, colas para el vaso de vino, convivencia con presos comunes y más maravillas, todo lo cual avivaría la curiosidad de algunos insultantes de hoy. Rabia contenida.
Tres. Una carta al director de La Vanguardia. Su autora se dirige a un amigo independentista y lamenta que hace tiempo ya no pueden hablar de política, aunque ella siempre ha estado a su lado pese a no compartir sus ideas. Pero ahora se ha producido la ruptura pues su amigo ha optado por el enfrentamiento. Tristeza de tiempos recientes.
Tres ejemplos que son tres figuras de nuestra vida cotidiana: incomunicación, insulto, ruptura. Podría añadir más ejemplos que confirmarían que no son hechos aislados y, cuando se me acabaran las fuerzas, otros ciudadanos podrían ocupar mi lugar con experiencias muy parecidas. Cataluña no habrá conseguido ser un nuevo estado, pero el estado de las cosas en Cataluña ha cambiado y de qué manera.
Y al llegar a este punto oigo voces que me recriminan. ¿No se me ocurre nada más para retratar la Cataluña actual? ¿No podría dedicar un par de líneas a los porrazos del referéndum del 1 de octubre? ¿O a los políticos a los que tras meses en prisión se les niega la libertad provisional? Y les daría la razón. En este esbozo incompleto de los desastres de Cataluña han de aparecer también estos hechos. Pero si uno se distancia de sus enfados y se para a contemplar la evolución de la sociedad catalana, ¿no es para estar aturdido por el desmoronamiento de este país? ¿Todo esto es el camino hacia una sociedad mejor?
Cuando arrancó el proceso de independencia, uno de sus líderes cedió a la seducción de las metáforas y anunció triunfalmente que Catalunya iniciaba su viaje a Ítaca. La metáfora tenía su consistencia. Ulises, que se había ido a luchar al quinto pino tal como funcionaban entonces las comunicaciones, emprendía en la Odisea, tras la guerra de Troya, un largo viaje incierto, difícil, hacia una nueva vida en su anhelada patria Ítaca. Y el hecho es que todos los catalanes, con ilusión o con rechazo, los dos mundos enfrentados, nos hemos visto embarcados, quieras o no quieras, en un viaje hacia algo distinto. Ya no estábamos en el territorio de siempre; todo se movía o se rompía. En la travesía había miradas que empezaban a dar miedo y también caras ilusionadas. Había quien se daba la espalda y también quien quería detener la nave. Pero por los altavoces se nos decía que aquello era imparable.
Ahora, en el arranque del año 2018, estamos en alta mar pero a la deriva. Al buque del procés se le ha roto el timón y algo grave se estropeó en la sala de máquinas, porque se ha quedado a oscuras. Cataluña no tiene rumbo. Somos la nueva versión del barco fantasma. Los acontecimientos políticos, casi siempre imprevistos horas antes de que sucedan, van llevando la nave un poco al este hoy, un poco al oeste mañana, quién sabe dónde dentro de unos días.
Pero el problema principal, a mi entender, no es la gran avería política y moral en que nos encontramos, sino su ocultación. Nadie sabe cómo se sale de esto, pero ¿quién lo dice claramente? Y no será porque hayamos enmudecido. Se habla, se escribe, se proclama sin parar. Pero no se dice lo esencial: para el gran problema en que Cataluña se ha convertido, no hay solución. A día de hoy, y quién sabe hasta cuándo, no hay solución.
Porque si una palabra define año tras año nuestra catalana existencia, esa es la palabra “división”. Electoralmente, se acaba de confirmar que el país está partido por la mitad. ¿Hay remedio para este agrio alejamiento entre las dos partes? De forma creciente unos y otros cada vez nos hablamos menos, o ya no nos hablamos, o directamente nos detestamos. Por otro lado, proyectos de reformas sociales de amplios consensos no se ven por ningún lado en este inicio de 2018, aunque asuntos por abordar los haya a montones (paro, educación, sanidad, dependencia, empleos precarios, pobreza, vivienda…). Nadie sabe qué hacer ahora mismo con Cataluña, pero no solo no se reconoce sino que algunos aseguran tener su solución. Veamos si es así.
La primera y principal propuesta es volver a poner en marcha el camino de la secesión, por fuerza a un ritmo más lento, pero con los mismos líderes que han protagonizado la expedición a Ítaca, hoy convertida en naufragio. No hace falta ser muy constitucionalista para darse cuenta de que este plan de ir al pasado, al mes de octubre con su momento republicano, de solución no tiene nada. Pero para fabricar nuevos conflictos, sí funcionará. ¿Es eso lo que se pretende?
Desde otras sensibilidades políticas se apunta que hay que refundar el catalanismo. Más amplio, más transversal, no buscando la separación sino la reforma del conjunto español. ¿Cómo se hace eso? ¿Con qué argumentos se convence a los catalanistas de hoy para que dejen de ser independentistas y a los no catalanistas para que se sumen a una nueva versión del catalanismo?
Otros hablan de reconciliación. De perdón, incluso. De poner sobre la mesa lo que nos une. Son buenas y necesarias ideas. No hace tanto éramos así los catalanes, en general. Pero se puso en marcha la centrifugadora ideológica y emocional y la lejanía se ha instalado en el corazón de esta tierra. ¿Cuánta gente cree hoy que es mejor acercarse a los que piensan diferente que mantenerse alejado de ellos?
Una reforma de la Constitución. Idea interesante en principio. Ahora bien, el movimiento independentista no quiere ni oír hablar y al partido en el Gobierno de España no le hace ninguna gracia y, aunque no dice que no, nunca dice que sí. ¿Se puede emprender en breve y en tales circunstancias este camino?
Hay también quien volverá a asegurar que todo se arreglaría si a los catalanes nos contaran. Un recuento pactado, legal, binario: nos queremos ir o no nos queremos ir. Y ya está. Fin de la historia. Los que hubieran vencido podrían desarrollar su proyecto de sociedad, que casi la mitad de los votantes no habría querido, según todos los datos actuales. Unos estarían dando saltos por las calles y los otros, en este futuro imaginado, resignados y dispuestos a acatar las nuevas órdenes. ¿Es eso lo que realmente ocurriría? Si lo que se pretende es ganar momentáneamente al otro, aunque sea por la mínima, con un país partido en dos de un tajo profundo, tal vez sea un camino útil. Si lo que se pretende es reconstruir, crear un futuro con mayorías de cierta amplitud, desde luego que no.
He de insistir en que a día de hoy no tenemos solución, aunque tal vez esa sea la preferencia de un sector de Cataluña: seguir el tiempo que haga falta con la herida de la división sangrando, enfrentados pero movilizados, en tensión política, hasta debilitar y llegar a vencer algún día al contrario. O, de otra manera, no intentar ahora ningún arreglo, ningún nuevo consenso en la sociedad catalana, sino seguir manteniendo vivo el conflicto para traspasarlo como algo natural a los adolescentes de hoy,  votantes en un mañana que se va acercando.
Pero para quien desee una política de coincidencias, de reconstrucción, que incluyera a buena parte de las dos mitades en que el país se ha convertido, el panorama es de oscuridad. Divididos en dos bloques, lo que convence a unos suele provocar rechazo en los otros. Porque, además, para comenzar cualquier proyecto de renovación basado en nuevos acuerdos, habría que compartir algunos contenidos esenciales de las causas que nos han traído hasta aquí. Podríamos muchos coincidir en errores de la política española: el acoso y derribo parcial del Estatut, la problemática de la financiación, la falta de iniciativa del Gobierno durante años, la actuación policial del 1 de octubre…Ya se han repetido estas consideraciones por parte de ciudadanos que estamos a favor de seguir juntos con el resto de España. Pero la sorpresa viene cuando se da la palabra al mundo de la bandera estelada: no acepta ninguna responsabilidad en los males que nos aquejan. La patente del proceso a la independencia, el núcleo de la vida catalana en estos seis años, pertenece a este movimiento, pero nada han hecho mal. Con esta ceguera la vía del diálogo es, ahora mismo, intransitable.
En fin, uno comprende que sería duro ponerse ante los micrófonos de las instituciones políticas o de las tertulias o al escribir la columna habitual, fuera la que fuera la ideología política, y comunicar a los ciudadanos que nadie sabe ahora mismo qué se puede hacer, aunque se persista en la búsqueda de soluciones. Uno comprende que sería duro informar al país que estamos bloqueados, política y emocionalmente, y que no somos tan listos como pudimos creer. Pero ese reconocimiento de que Cataluña se nos ha ido de las manos a los catalanes, ¿no podría ser el punto de partida que nos uniera un poco? (Si se considerara demasiado inocente esta pregunta, creo que se confirmaría que nos estamos acostumbrando a la oscuridad).  
Tal vez al declarar este estado de no solución en que estamos hundidos, se haría más evidente que lo nuestro es muy grave y que ya no basta ni con ideas fijas, ni con enfados constantes, ni con el calor de la propia tribu, ni con soñar en la victoria sobre los otros. Tal vez así nos veríamos como un colectivo lamentablemente muy desorientado que precisa imaginar un renacimiento aceptable para una gran mayoría. Es verdad que hay más países en el mundo con el rumbo perdido, pero tan poco conscientes como el nuestro, me parece que hay pocos.
Y puede ser que todo esto nos esté ocurriendo, en parte, porque superar esta época de conflicto interno no nos corre prisa. Estaría bien, pero no es urgente. Se suspendió el autogobierno pero las calles han estado en general tranquilas, como siempre. Se trabaja, se llenan los restaurantes y la pasión por el fútbol no decae, como siempre. Se compran regalos y se festejan las fiestas, como siempre. Sólo van muy torcidas las cosas para quienes viven al borde del sistema de bienestar, donde todo parece indicar que seguirán al paso que vamos con nuestra ofuscación política. En algo podríamos estar de acuerdo: la superficie de la vida en Cataluña, en estos meses, no refleja todo el deterioro de los cimientos.
Pero por muy aturdido que se esté, como decía al principio, uno no deja de constatar otra evidencia: esta herida interna entre catalanes está  muy conectada con el resto de España. Con las decisiones políticas de las instituciones (Gobierno, jueces, partidos…) y con las actitudes del resto de ciudadanos. Con las excepciones obligadas en toda generalización, no se ve mucha más voluntad y claridad para reconstruir ahí que aquí, por el momento.
En el futuro, estos años del procés se valorarán más por la herencia que habremos dejado en las conciencias de mayores y de jóvenes, que por el palabreo y los gestos efímeros de cada día. Por cómo se puedan haber modificado, ahí y aquí, las palabras “español” y “catalán”, o “ley” y “diversidad”, entre otras. Y esta herencia podrá ser la del coraje y la imaginación para dar con un camino de superación de este conflicto o bien la de la dejadez y el agravamiento sin solución del mismo.
         No hace falta alargarse más. Constato, al ir acabando, que tal vez he concretado poco en este intento de reflejar la enfermedad de un país sin cura. Casi nada he dicho de empresas que se largan, de prisiones provisionales que se alargan o de datos económicos que se acortan. Todo ello está disuelto en el río de nuestra vida cotidiana, que a menudo fluye ruidoso y, en algunos tramos, como enloquecido. Cuando uno mira sus aguas turbias, sabe que esos problemas se están vertiendo cada día en su corriente. Pero cuando el río se remansa un poco y uno insiste en contemplar su fondo, aparece nuestro propio rostro. Dentro y fuera de su oscuro caudal. 

jueves, 8 de febrero de 2018

Soy federalista porque soy internacionalista (por Maria Comín)

Catalunya será charnega, “choni”, “quilla”, gitana, “sudaca”, “machupichu”, “paki”, mora, china, rumana, o no será, será mestiza o no será

(Intervención en el debate Puente en la Palabra de Radio Rebelde Republicana celebrado el 26 de enero de 2018 en Calabria 66)



Agradecer a Javier y al Programa Federal 3R de Radio Rebelde Republicana, la organización de los debates Puente en la Palabra, estas conversaciones desde la mirada coral del federalismo y la invitación a participar en este debate con esta compañía de lujo.
Quiero empezar recordando a dos mujeres y a un hombre que nos han dejado esta semana. La escritora nicaragüense Claribel Alegría, nos dejó ayer, amiga entrañable, madre y suegra de mi gran amiga y mi gran amigo de Nicaragua, conversadora y luchadora incansable. A Naomi Parker Fraley icono del poster “Podemos hacerlo!” (We Cant Do It!”). Y al poeta chileno Nicanor Parra.
Y entro en el tema del debate. Por qué federalismo?  Como dije el día que me presenté cuando me invitaron a participar en el grupo federal de ICV y de Catalunya en Comú, soy federalista porque soy internacionalista. Y porque todas la sociedades son mestizas (a menos que seamos cuáqueros o amish) y estamos destinados a tener que entendernos. Si entendemos federalismo como el pacto o la alianza entre realidades diferentes, ya sean pueblos, comunidades…. preservando la identidad de cada uno, es decir, unión y pluralidad, unión y diversidad, fraternidad, dentro de un marco de confianza, creo que es la mejor forma de organizar sensibilidades y procedencias diversas y de garantizar la democracia.  Democracia entendida como el acuerdo entre diferentes partes, con unas reglas del juego comunes aceptadas y respetadas por todas las partes, para llegar a una propuesta común, no entendida como el triunfo de una parte (la mayoría), sobre la otra u otras partes (minoría).
Este mes de Diciembre e inicios de Enero he tenido la oportunidad de cruzar la Península de Este a Oeste, y de Norte a Sur; desde Barcelona hasta el Bierzo leonés, pasando por Aragón, la Rioja y tierras castellanas;  y luego viajar desde Barcelona hasta Málaga y Cádiz bajando por el Levante, y de regreso  cruzando la Andalucía interior y la Meseta haciendo parada unos días en Zaragoza, para llegar de nuevo a Barcelona. En todas las visitas no ha habido un solo día en que no hayamos conversado con alguien que tenga familia en Catalunya o que haya vivido en Catalunya. Catalunya tierra mestiza desde sus orígenes, griegos, romanos, fenicios, árabes…, con intercambios constantes con Aragón por su vecindad y proximidad. Y si nos acercamos al siglo XX, la Catalunya actual la levantaron junto a los catalanes de nacimiento la masiva llegada de emigrantes de toda la Península, especialmente de Andalucía, estos andaluces a los que Miguel Hernández les dedicaba estos versos:  
“Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,”

La Cançó de Bressol de Joan Manuel Serrat sintetiza muy bien esta mezcla, este mestizaje de la Catalunya del siglo XX:
"Por la mañana rocío,
al mediodía calor,
por la tarde los mosquitos:
no quiero ser labrador".

Cançó de bressol que llavors ja em parlava
del meu avi que dorm en el fons d'un barranc,
d'un camí ple de pols, d'un cementiri blanc,
i de camps de raïms, de blats i d'oliveres.
D'una verge en un cim, de camins i dreceres,
de tots els teus germans que van morir a la guerra.”
Y posteriormente la emigración procedente de otros regiones y países del mundo, América Latina, el Magreb, Oriente Próximo, África, Ásia, Europa del este. De manera que somos una amalgama de culturas, identidades, orígenes y procedencias. Najat Elhachmi en uno de sus brillantes artículos decía: En la escuela me enseñaron que no era gente ni pueblo ni identidad ni nación ni ninguna etiqueta que me quisieran atribuir, en la escuela catalana a la que fui me enseñaron que era ciudadana”. Es evidente pues que hay unos vínculos históricos, familiares, que entrecruzan Catalunya con el resto de pueblos de España y ahora del mundo. Tanto es así que en Noviembre de 2015, después de visitar la Alhambra y el Generalife en Granada, subimos al Albaicín, había una puesta de sol magnífica y unos gitanos tocaban la guitarra y daban palmas, Bruna,  nuestra hija, entró en éxtasis, realmente el espectáculo era de una belleza inmensa, con la Alhambra al fondo y el cielo de un rojizo y anaranjados intensos y el Cante inundando el ambiente. El amigo malagueño que nos acompañaba, le dijo: “pero Bruna, si el mejor Cante y el mejor flamenco ahora lo tenéis en Catalunya”.
Yo misma, de madre catalana y padre aragonés, primera infancia andaluza, y después catalana, con el paraíso infantil en el Pirineo,  la Vall Fosca, origen de mi familia materna, veranos en el Moianés y después Alt Empordá, juventud latinoamericana, y el corazón desde pequeña en Vietnam, Sudáfrica, Palestina y las revoluciones latinoamericanas. Se me hace difícil pensar, pues, en levantar una frontera y en separarnos de la luz y el mar de Málaga y Cádiz, de los pueblos blancos andaluces, de la belleza de El Bierzo, y de Aragón. Quienes reivindican más autogobierno para las llamadas comunidades históricas, olvidan o desconocen que los Comuneros de Castilla, los Comuneros de Villalar, fueron los primeros en levantarse con conciencia de territorio el año 1520-1521, y de ahí procede el color morado de la Bandera Republicana. O que cuando estalló la guerra civil, la II República estaba a punto de aprobar los Estatutos de Autonomía de Andalucía y Aragón. De manera que si recurrimos a la historia para remarcar las diferencias, hagámoslo sin olvidos ni vacíos. Pero más que de diferencias me gusta hablar de diversidad, de identidades múltiples y de acuerdo, de puntos de encuentro, de fraternidad, respetando y salvaguardando, esta diversidad, más que remarcando la diferencia. Creo que cuando hablamos de diferencia podemos caer en cierto supremacismo, pues es fácil sobreponer unos a otros. En Catalunya estamos viendo como en estos últimos años y especialmente últimos meses el remarcar las diferencias nos está llevando a un etnicismo, clasismo y racismo excluyentes, cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles. Sin ir más lejos, ayer las juventudes de Arran asaltaron por cuarta vez la sede del diario digital “Crónica global” y además se vanagloriaron de ello en un twitt, en nombre de combatir el fascismo.
Si queremos superar el conflicto creado hay que tender puentes y construir, ni Catalunya, ni España, ni Europa, no puede construirse a base de demandas identitarias, como decía esta semana la profesoras danesa Marlene Wind: “Europa no creo que pueda construirse sobre la base de demandas identitarias : me parece una idea de otro siglo. Este tipo de movimientos conducen al lugar equivocado: a una balcanización que debería asustarnos. Hay que tender puentes y construir. Es necesario una desescalada del conflicto”.
Creo que hay que retomar el catalanismo del que se ocupa en parte el profesor Aristu en su libro El oficio de resistir. Miradas de izquierda en Andalucía durante los años 60, lo que él identifica como la propuesta de Alfonso Comín y Jordi Solé Tura en la que “se propugnaba una síntesis de identidades andaluzas (y de otras regiones) de la inmigración con la catalana oriunda en un proyecto social, político y cultural integrador en una “nueva“ Catalunya, se consiguió a finales de los años 60 y primeros 70 y supuso el gran proyecto alternativo al de la burguesía catalana”.
Y por qué ahora el federalismo?
Pues porque pienso que hemos llegado al final de una etapa, que tiene un momento de inflexión no sólo aquí sino a nivel mundial con el movimiento de los indignados y que aquí se expresó con el 15M. Pero quienes hablan del “Régimen del 78” y desprecian la Constitución, creo que caen en un error. Visto lo visto y el punto en el que nos hallamos ahora, no se podían hacer las cosas de otra manera para acabar con el franquismo y reconozco la grandeza de quienes hicieron renuncias para llegar a acuerdos. Como nos decía en Nicaragua el gran maestro Xabier Gorostiaga no hay que ser principistas, que no quiere decir renunciar a los principios. Seguramente la Constitución ha quedado pequeña, por suerte, quiere decir que hemos crecido, como el niño al que los pantalones le llegan por encima del tobillo y las mangas del jersey por los codos. Hay 3 opciones, tirar los pantalones y el jersey, seguir querer metiéndose en él a la fuerza como un embutido, o alargar las piernas del pantalón y las mangas del jersey adaptándolo a la nueva realidad. Yo opto por la tercera. 
Efectivamente vivimos una crisis social, económica, política…  que es de alcance mundial: crisis de los refugiados y personas migrantes, problemas ambientales gravísimos y de difícil solución, diferencias salariales por género, por edad, por procedencia u origen, aumento de la pobreza infantil, por citar algunos de ellos, han hecho saltar por los aires el cierto bienestar que había en determinadas regiones del mundo como Europa, cierto, pues no era para todo el mundo igual. Ante esta situación de crisis y malestar generalizado, el nacionalismo soberanista, “procesista” e independentista catalán,  Converència/PedeCat , aprovecha la situación y tapa sus déficits como la corrupción y los recortes en políticas sociales para hacer un discurso quimérico que aparenta tener la solución a la crisis y prende en el descontento. Y ERC y la CUP le acompañan en este viaje y utilizan el “procés” como el elemento de cohesión social. Se han apropiado de Catalunya, nos hablan “del poble”, “d’un sol poble” y cuidado que esto nos lleva a viajes peligrosos y han convertido en hegemónico su discurso. Pero igual que la DUI “fake”, su quimera no existe, es un espejismo, dónde está su República?, sus logros?. Sus logros un pueblo fracturado y dividido y un país más empobrecido.
Desde cuando el nacionalismo ha sido de izquierdas o ha defendido los intereses de las clases populares y trabajadoras? Si miramos la historia de Europa se ha servido de estas clases trabajadoras para nutrir los ejércitos y los ha enviado a morir, caso de la I y II Guerra Mundial. En la situación actual, como un carlismo del siglo XXI, la burguesía dominante en el poder, ha utilizado esta quimera de la “Catalunya “lliure i independent” para establecer alianzas con la clase media y con sectores de las clases populares no metropolitanas precarizadas, amenazadas y descontentas, la menestralía, para tirar adelante el “procés”, vendiéndolo como una revolución, y el inicio de la revolución mundial, cuando se trata de una contra revolución burguesa o a lo sumo de una revuelta, ya que aquí no se está subvirtiendo ninguna estructura, y menos la capitalista, ni se está rompiendo con el poder, lo único que se está fracturando es la sociedad catalana.
Pero en Catalunya y en España nos hemos dejado llevar por otro espejismo, el antifranquismo era todo de izquierdas, por lo tanto los nacionalismos catalán y vasco son de izquierdas. Nada más lejos de la verdad. En la lucha antifranquista se encontraron personas y partidos de ideologías diferentes e incluso opuestas. El Franquismo entre muchas otras cosas colaboró en esta percepción equivocada al perseguir y prohibir todo lo que no fuera la cultura española elegida por él y malogrando la cultura de lengua castellana, desde el flamenco andaluz hasta la jota aragonesa, para poner algunos ejemplos.
Retomemos el eje de la lucha de clases, que a pesar de lo que algunos nos quieren hacer creer, sí existe, y el eje izquierda-derecha. Al menos esta es mi guía para intentar analizar y entender esta maraña creada, la telaraña “procesista”. La Catalunya y Euskadi desarrolladas y crecidas en gran medida durante el franquismo, además de nutrirse de la emigración del resto de España, sus burguesías se lucraron, se nutrieron y colaboraron con el régimen franquista, igual que los señoritos andaluces. Y más recientemente CiU no ha sido quién ha apoyado leyes y decretos del PP, cuando ICV e IU y más recientemente Unidos-Podemos-En Marea y Compromís parecían el Llanero Solitario en el Congreso de los Diputados?. Regresando a la lucha de clases, ¿las necesidades de las clases populares no son las misma en Cataunya que en Andalucía, Aragón o León.?  La precarización, la dificultad de acceso a la vivienda, la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, el deterioro del medio, la degradación de la sanidad y la educación…. Pero como es que ha prendido en la clase media y en ciertos sectores populares, los menestrales de la Cataunya no metropolitana, el mensaje “procesista” e independentista de cariz fundamentalista? Había un sustrato que por una parte tiene un origen, una explicación histórico identitaria, en esta Catalunya que desde hace siglos se siente agraviada y víctima y que sitúa el arranque en lo que sucedió tres siglos atrás, en 1714, y que ha ido transmitiendo de padres a hijos este relato victimista, acompañado de una visión determinada de la historia de Catalunya, España y Europa, que muchas veces es más leyenda que realidad. Es necesario recuperar los significados y los significantes, las palabras y los símbolos, la historia; se ha actuado falseando el imaginario colectivo y pervirtiendo el lenguaje. Un victimismo que a su vez es supremacista, porque surge de sentirse diferente, mejor y no reconocido. Por otra parte este sustrato tiene su cultivo en los años de “pujolismo”, en los que se potenció determinada cultura catalana y se marginó y ninguneó otra, se malogró la inserción lingüística, que en los primeros años había sido ejemplar, y se explicó una Catalunya excluyente y exclusiva. Estos dos elementos han sido el sustrato donde ha prendido el “procesisimo” “identitario” fundamentalista que asocia España al PP y al franquismo y han creado el espejismo de la quimera del “procés”. Y que además se ha presentado como el inicio de la revolución mundial. Cómo vamos a levantar una nueva frontera si lo que hay que hacer es derrumbar fronteras, no sólo son inevitables los flujos de capital, también lo son los de personas, levantar fronteras en este mundo es como poner puertas al  campo.
Pero estos problemas y crisis, sociales, humanos y económicos que son de alcance mundial, vivimos nos guste o no en este mundo globalizado, solamente encontrarán respuesta si buscamos soluciones globales e interconectadas. El aislamiento y la separación no son soluciones, es inevitable imprescindible ponerse de acuerdo. La Catalunya “trabucaire”-anarco-carlista milenarista e identitaria está destinada a entenderse con la Catalunya mestiza, de origen migrante y con la Catalunya urbana metropolitana. De ahí la gran actualidad y necesidad de encontrar una propuesta federal tanto en el marco de España como de Europa.

Y ya para finalizar, solamente decir que Catalunya será charnega, “choni”, “quilla”, gitana, “sudaca”, “machupichu”, “paki”, mora, china, rumana, o no será, será mestiza o no será.