Podemos defender que en un estado compuesto la soberanía originaria, la capacidad de constituirse en sujeto político, reside tanto en los ciudadanos como en las regiones que componen el estado. Esto se traduce en que los ciudadanos de cada territorio toman la decisión de unirse en lo que los politólogos llaman momento federalizante. Una nación política de naciones políticas, así entendida, es una de las formas que puede tomar un estado federal en España
España es una nación de naciones, era una frase que repetía mucho el ex presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La frase no era suya y tampoco
tengo claro que el ex presidente supiese bien lo que quería decir con ella.
Porque el término ‘nación’ se puede emplear para aludir a cosas distintas,
aunque mucha gente no parece ser consciente de este hecho. Por ejemplo, la
frase de la que hablamos se puede leer como que España es una nación política,
esto es, un sujeto de soberanía, compuesta de unas naciones jurídicas, esto es,
territorios con un autogobierno. Así interpretada, la frase lo que hace es
describir muy sintéticamente un hecho, el de la actual arquitectura
constitucional de España. La España de las autonomías es una nación de
naciones.
Podría ser que este fuese el sentido que el presidente Zapatero
quería dar a la frase, pero me queda la impresión de que de hecho quería profundizar
más. No sé si merece mucho la pena hacer exégesis del discurso de nuestros políticos,
pero sí es interesante ver las distintas acepciones que se pueden dar al término
‘nación’ en un contexto político. Aparte de las que veíamos más arriba, la nación
política y la nación jurídica, cabe por lo menos mencionar una tercera, la nación
cultural. Una nación cultural, como su nombre indica, es un grupo de personas,
que por lo general comparten un territorio y una historia, que tienen rasgos
culturales comunes. No hará falta decir que decidir qué rasgos en concreto son
relevantes a la hora de definir una nación cultural, y cuáles no, no es una tarea
trivial. Sea como sea, con estas tres acepciones, y haciendo un ejercicio
simple de combinatoria, podemos obtener nueve versiones de la frase que
comentamos. Curiosamente, ninguna de ellas resulta absurda. Por ejemplo, muchos
considerarían que “España es una nación (jurídica) de naciones (jurídicas)"
es una buena descripción de nuestro país actualmente, al menos desde que
nuestra soberanía se evaporó y nos despertamos convertidos en un protectorado
económico del BCE, del FMI y de otras siglas, como, por ejemplo, la RFA. Otra posibilidad
empleada comúnmente es “España es una nación (jurídica) de naciones (políticas)”.
Si se tiene en cuenta que esa España jurídica
es a lo que se refieren (aunque no sean conscientes de ello) los que por no
decir ‘España’ hablan del Estado Español,
es fácil reconocer quiénes suscribirían esta opción. Pero hay otras combinaciones
que son también interesantes.
Veamos primero las que parten de asumir que España es una nación
cultural. Pues bien, para empezar, ¿cabe hablar de España en este sentido? Si
la respuesta es que no nos habremos quitado de golpe tres opciones, ¿pero no es
esto un poco apresurado? De hecho, la respuesta afirmativa es muy común, aunque
con matices radicalmente opuestos según quien la sostenga. Tanto la derecha
españolista más rancia como los nacionalistas periféricos reconocen sin ningún
problema la existencia de una identidad cultural española, aunque los últimos
solo sea para dejar muy claro que no es la suya. Pero la cultura española de
los primeros tiene un fondo totalitario, y la de los segundos atufa a racismo; ¿no
es posible una definición de la cultura española que no caiga en estas
simplezas? ¿Cabe definir una cultura común en un conjunto tan diverso como el
español? Es una cuestión crucial, también, por cierto, para los
independentistas. Por ejemplo, ¿si esa cultura española existe, y está presente
en sus territorios, qué hacer con ella tras una hipotética independencia? ¿Es
el futuro de España ser una nación (cultural) de naciones (políticas), algo así
como se veían a sí mismos los italianos o los alemanes antes de la unificación,
por paradójico que resulte? Pero los independentistas, en especial los catalanes,
insisten en que su objetivo es la disolución de su tan reclamada soberanía en
una Europa unida; ¿acabará siendo España una nación (cultural) de naciones (jurídicas),
como por ejemplo, y salvando las distancias, lo es ahora Castilla, dividida dentro
de España en cinco comunidades autónomas?
Hay una última opción en esta línea, hipotética pero sugestiva:
España como nación (cultural) de naciones (culturales). Por rara que pueda
parecer, esta combinación era la más común antes de que se empezase a hablar de
soberanía y de ciudadanos. Pensemos de nuevo en Alemania, aunque remontándonos
a antes del s. XVIII. ¿Es un horizonte como éste, en el que la soberanía
nacional española haya desparecido, y en el que las todas las instituciones
sean supranacionales, el que nos espera como país? ¿Y si es así, llegaremos a él
como final de un feliz proceso de integración voluntaria y pactada de países
soberanos, o será el resultado de la pérdida de poder de los estados en un
mundo globalizado gobernado por empresas transnacionales que solo responden
ante sus accionistas?
Veamos ahora las dos combinaciones que nos quedan con España
como nación política. Una primera opción, fácil de identificar, es la de una
nación política de naciones culturales. Se admiten las peculiaridades
culturales de cada parte del país, pero esto no se vincula a ningún tipo de
reconocimiento político, ni siquiera institucional, de las mismas. Esta España de
soberanía centralizada y casas regionales ya no es posible, mal que les pese a
algunos. Por otro lado, ¿qué sentido tiene decir que España es una nación política
de naciones políticas? ¿No es esta una opción contradictoria? ¿Si la nación política
se asocia a la idea de soberanía, cómo puede coexistir una soberanía común de
todos los españoles con una soberanía en cada una de las regiones? La
contradicción se resuelve, según lo veo yo, echando mano de la idea de soberanía originaria. Se puede defender
que en un estado compuesto la soberanía originaria, la capacidad de
constituirse en sujeto político, reside tanto en los ciudadanos como en las regiones
que componen el estado. Esto se traduce en que los ciudadanos de cada
territorio toman la decisión de unirse en lo que los politólogos llaman momento federalizante. Esta soberanía
partida deja de ser efectiva tras la constitución del estado, pero sigue
estando allí, si se quiere como concepto límite, como garantía de la existencia
de cada una de las partes federadas, o incluso como situación a la que retornar
si la unión se disuelve. Una nación política de naciones políticas, así
entendida, no es ni más ni menos que una de las formas que puede tomar un
estado federal.
¿Por qué nación de naciones debemos optar? ¿Está en nuestras
manos, me refiero a las de todos los españoles, elegir, o nos vendrá impuesta,
ya sea por una de las partes del país unilateralmente, ya desde fuera? Sea como
sea, es necesario que seamos conscientes de las posibilidades que se nos
presentan, de las implicaciones de cada una, y del margen de elección real del
que disponemos. Porque el riesgo de dejar estos asuntos en manos de unos pocos
es que acabemos siendo la única combinación que no he evaluado antes: una nación
jurídica de naciones culturales. Un mero gestor de diversidades regionales, sin
verdadera soberanía, ni en el conjunto ni en cada una de las partes del país. Una
especie de UNESCO ibérica, un administrador de instancias sin poder. Un enorme
museo histórico y etnográfico a escala real.
*Pedro J. Sánchez Gómez es profesor del Departamento de
Didáctica de las Ciencias Experimentales de la Universidad Complutense de
Madrid