Hace cien años fue asesinado el político socialista Jean Jaurès. Creía que los proletarios debían negarse a masacrar a sus camaradas extranjeros en nombre de la nación y proponía detener el estallido de la Primera Guerra Mundial con una huelga general. El libro de Max Gallo 1914, el destino del mundo nos recuerda día a día los meses que precedieron al conflicto y al hombre que no se dejó tentar por el nacionalismo
Un 31 de julio como
hoy, hace cien años, el político socialista francés Jean Jaurès cayó asesinado por
un tiro en la cabeza mientras cenaba en un restaurante de París. Su oposición
militante a la guerra y su lucha de diez años para conseguir una reconciliación
entre franceses y alemanes le habían hecho ganarse el odio de los
nacionalistas.
Un día después, el sábado
1 de agosto de 1914, Alemania declaró la guerra a Rusia, aliada de Francia e
Inglaterra. El imperio austro-húngaro ya estaba en guerra con Serbia desde
hacía cuatro días y el engranaje de las alianzas arrastró en pocas horas a las
naciones de Europa a lo que ellos bautizaron como la Gran Guerra y que se
conocería más tarde como la Primera Guerra Mundial.
Millones de hombres
se prepararon jubilosos para vestir el uniforme sin imaginar que se acumularían
diez millones de cadáveres hasta noviembre de 1918. Y que a éstos habría que
sumar los cincuenta millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, hija de
la Primera.
La guerra debía ser breve y local pero se prologó durante cincuenta y tres meses y se convirtió en una guerra civil europea. En 1919 el tratado de Versalles no consiguió reconciliar a los adversarios ni reforzar la democracia. La Primera Guerra incubaba la Segunda
El infierno del
siglo XX se forjó durante 1914, doce meses que el historiador francés Max Gallo
revive día a día en su libro 1914. El destino del mundo donde intentar
mostrar en el centenario de la Gran Guerra como la herida abierta en esos meses
decisivos no se cerró hasta los Balcanes en 1991.
En la crónica
destaca la figura de Jean Jaurès: cómo su muerte representó el
fracaso del internacionalismo socialista contra la guerra y despejó el camino
para que los obreros de izquierda franceses y alemanes terminaran por
integrarse en las “uniones sagradas”, grandes coaliciones políticas para
enfrentarse en el conflicto.
En las 300 páginas
del libro destaca el análisis lúcido y visionario de Jaurès. “De la guerra europea
puede surgir un largo período de crisis contrarrevolucionarias, de reacción
furiosa del nacionalismo exasperado, de dictaduras asfixiantes, de militarismo
monstruoso, una larga cadena de violencia retrógrada y de odios mezquinos, de
represalias y de servidumbres”, dice desde el diario que él mismo fundó, L’Humanité, donde anuncia lo que será el
siglo XX tras la guerra: bolchevismo, fascismo, nazismo, exterminio y
destrucción.
Jaurès profetiza también que la
guerra que se acerca. “Será el holocausto más terrible tras la guerra de los
Treinta Años”, dice y añade después: “El capitalismo no quiere la guerra pero es demasiado
anárquico para conseguirla. Sólo existe una fuerza profunda de solidaridad y
unidad: el proletariado internacional”.
En esto Jaurès se
equivocó. Su utopía internacionalista no se hizo realidad porque, como Max
Gallo recuerda, los pueblos y los proletarios terminaron vistiendo el uniforme
de su nación y defendiendo el suelo sagrado de la patria.
La utopía internacionalista de Jaurès no se hizo realidad porque los pueblos y los proletarios terminaron vistiendo en la Primera Guerra Mundial el uniforme de su nación y defendiendo el suelo sagrado de la patria. Jaurès fue acusado de no ser un “patriota"
Los grandes
periódicos como Le Petit Parisien y Le Figaro, y los diarios católicos como La Croix y Le Pèlerin, no se cansaron de repetir esos días que Jaurès no era
un “patriota” y que su condena al nacionalismo no era más que una cortina de
humo tras la que se encontraban oscuros acuerdos con Alemania en detrimento de
Francia.
Unas horas antes de
la muerte de Jaurès, ya nadie dudaba que la guerra había atravesado por la
puerta y se había instalado en los espíritus. Para los pacifistas y la
izquierda que habían creído que pararían el conflicto con una huelga general,
que los proletarios se negarían a masacrar a sus camaradas extranjeros en nombre
de “La internacional”, fue un día de derrota.
Jean Jaurès entró en
el café del Croissant, en la rue Montmartre de París, y se instaló en una mesa
de espalda a la calle. Nadie se dio cuenta que un sujeto se acercaba al otro
lado de la ventana, levantaba la cortina y apuntaba con un revolver a la cabeza
de Jaurès. Eran las 21.40 del 31 de julio.
“Ya no hay opositores; hay tan sólo franceses” dijo
uno de sus adversarios en el Parlamento el día de su entierro. Lo
recuerda Margaret MacMillan en su libro 1914 De la paz a la guerra donde apunta que a continuación los diputados prorrumpieron en prolongados gritos de “¡Vive
la France!”.
La guerra debía ser
breve y local pero se prologó durante cincuenta y tres meses y se convirtió en
una guerra civil europea. En 1919 el tratado de Versalles no consiguió
reconciliar a los adversarios ni reforzar la democracia. La Primera Guerra
incubaba la Segunda.
Mas Gallo recuerda
que habría que esperar a 1989, con la caída del Muro de Berlín, y la disolución
de la Unión Soviética en 1991, para que la Primera Guerra Mundial cerrara su
última puerta: la guerra de los Balcanes. Los serbios asedian Sarajevo.
Belgrado es bombardeada. En el mismo lugar en que fue asesinado el archiduque
Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 se cierra el ciclo abierto por la
Primera Guerra Mundial en un año que marcó para siempre el destino del mundo.