(Borrador para los amigos)
Mucho se ha escrito sobre las diferencias que, a lo largo del siglo pasado, han distinguido a las diversas izquierdas europeas. Bruno Trentin, en su obra canónica La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo nos propone una investigación original y, se diría, a ras de tierra. El autor, en este caso, se esfuerza en documentar minuciosa y argumentadamente las similitudes que negativamente las han caracterizado. En mi opinión el pluriverso federalista debería tomar buena nota de ello para, precisamente, alejarse de esos modelos de las izquierdas del siglo XX, aquellas que el autor denomina «la sinistra vincente».
Mucho se ha escrito sobre las diferencias que, a lo largo del siglo pasado, han distinguido a las diversas izquierdas europeas. Bruno Trentin, en su obra canónica La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo nos propone una investigación original y, se diría, a ras de tierra. El autor, en este caso, se esfuerza en documentar minuciosa y argumentadamente las similitudes que negativamente las han caracterizado. En mi opinión el pluriverso federalista debería tomar buena nota de ello para, precisamente, alejarse de esos modelos de las izquierdas del siglo XX, aquellas que el autor denomina «la sinistra vincente».
Trentin destaca
una serie de principales elementos, todos ellos bien presentes en las
formaciones que lideraron desde Ferdinand Lasalle y Auguste Bebel a Felipe González
pasando por Togliatti y Miterrand, Willy Brand y Enrico Berlinguer, aunque
pueda ser piedra de escándalo para algunos. Cierto, todos ellos diversos entre
sí, pero con una matriz común: el carácter lassalleano del partido y las
consecuencias que se extraen de ese troquel. Un carácter que expresa la
autolegitimación del partido (socialista o comunista, tanto monta) que de
instrumento transitorio de análisis y mediación pasa a ser un agente histórico
autónomo, capaz de forzar el curso de la historia mediante la conquista del
Estado.
Ello que implica
algunas consecuencias de tono mayor: 1) la separación entre «la política» y las vicisitudes de la sociedad y, especialmente, del
trabajo heterodigirido. O, lo que es lo mismo: se ponen las basas para el
divorcio entre la política y la sociedad civil. 2) El partido (socialista o
comunista, monta tanto) es el principal guía de las transformaciones; de ahí
que el conjunto de sujetos críticos (por ejemplo, el sindicalismo) son la prótesis
de papá-partido, bajo la siguiente regla: la política, en tanto que tal, es –sólo
y solamente-- tarea del partido «de
la clase»; en esa sintaxis, los adjetivos quedan reservados (siempre bajo la
vigilancia del deus ex machina) al sindicalismo y los
movimientos sociales. 3) Y comoquiera que el partido adopta acríticamente el
sistema de organización del trabajo del ingeniero Taylor (que atraviesa culturalmente
el conjunto de la sociedad) impone a su correa de transmisión ese modelo
autoritario como definitivamente dado. Así las cosas, esa izquierda lassalleana
estaba incapacitada para aprehender la semilla del federalismo, dado el carácter
centralizador del partido lassalleano en el contexto del Estado-nación, la
centralidad del partido con relación a sus adjetivos y del núcleo centralizante
de la producción fordista. Dicho castizamente: de aquellos polvos de antaño
vinieron estos lodos de hogaño.
¿Cuáles son las
novedades de un tiempo a esta parte?:
la práctica desaparición del sistema fordista; la crisis del Estado-nación
en el marco de la globalización; y la ruptura de las tradicionales relaciones
entre los sujetos sociales y las izquierdas políticas (léase la llamada correa
de transmisión). Que explican aproximadamente la crisis de la política y, por
supuesto, de las izquierdas. Porque las izquierdas se empeñan en reproducir los
esquemas arcaizantes como si siguiera vivo el fordismo y el Estado-nación
estuviera en plena forma. De ahí
viene, a mi juicio, la desubicación de la izquierda del actual paradigma y,
como consecuencia, su distancia de la sociedad.
Esos rasgos negativos que han
caracterizado a las izquierdas políticas y sociales del siglo XX no deben
contagiar al federalismo. La acción federalista debe encuadrarse en el nuevo
paradigma que, por comodidad expositiva, llamaremos postfordista. Debe ser, al
mismo tiempo, postnacionalista. Tiene que establecer relaciones de igualdad en
la diversidad con todos los movimientos sociales a través de la independencia y
autonomía de ambas.
Una última
consideración: el federalismo (especialmente el de izquierdas) debe considerar
que, más allá de la sinistra vincente
hay vida, hay semillas para iniciar un nuevo itinerario. Una lectura atenta del
libro de Bruno Trentin nos ilustra hasta qué punto hubo prácticas (dispersas,
ciertamente) a lo largo del siglo XX y un potente almacén teórico en base a
tales prácticas que estuvo atrapado --y ahogado posteriormente-- por las izquierdas (socialista y
comunista). En ese sentido, la detallada exposición de Bruno Trentin en La ciudad del trabajo de personalidades
como Simone Weil y Karl Polanyi, el mismo padre del autor (Silvio Trentin, un
federalista de gran formato), entre otros no menos distinguidos, ilustra un
elenco de grandes pensadores y gentes de acción que pueden ser muy tenidos en
cuenta en este nuevo itinerario social, cultura y político que hemos emprendido
en Federalistes d'Esquerres y sus amigos, conocidos y saludados.