Hace tiempo que en este país, el recuento de manifestantes de las grandes citas adopta la forma moderna de la parábola bíblica de los panes y los peces: nunca, en ningún caso, se acepta menos de un millón de participantes
Hace tiempo que en este país (España, Cataluña: elija el
lector) el recuento de manifestantes en las grandes citas es la forma moderna
que adopta la parábola bíblica de los panes y los peces. Desde el glorioso Caudillo
que reunía un millón de personas en sus performances de la Plaza de
Oriente hasta la espectacular V de este 11-S, los ejemplos son incontables y de
todos los colores. Con una característica común: nunca, en ningún caso, se
acepta menos de un millón de participantes. Así podemos ir desde el mítico 11
de septiembre de 1977 hasta las colosales manifestaciones del PP y la Conferencia
Episcopal contra Zapatero en la
plaza de Colón de Madrid (aquí la cifra mágica eran dos millones), pasando por
la gran demostración de Barcelona contra la guerra de Irak (otro millón) y
acabando con las manifestaciones y vías patrióticas de 2010, 2012, 2013 y 2014
que ha organizado la Assemblea Nacional Catalana
(sin apoyo institucional, mediático ni partidista alguno, como todo el mundo
sabe), cada una de ellas mayor que la anterior, según se han encargado de
señalar los organizadores, las neutrales
policías encargadas del orden y esos expertos en contar con detalle lo que
hacen los otros y en hinchar lo que organizan los propios.
Que hay una gran cantidad de independentistas movilizados es algo que ya sabíamos. Que a Mariano Rajoy eso parece traerle sin cuidado, también. Que Artur Mas no pondrá las urnas en condiciones de poder hacer una consulta mínimanente útil para saber dónde estamos (no digamos ya, para zanjar la cuestión) es evidente. Que tenemos un problema descomunal lo ve hasta el más tonto
Todas esas manifestaciones y concentraciones (incluyendo las
del NO-DO) fueron de grandes dimensiones. Algunas, estratosféricas. Pero todas,
sin excepción, con una participación muy por debajo de lo que la propaganda
correspondiente quiso hacernos creer. Por la sencilla razón de que ni en la
Plaza de Oriente ni en la de Colón (y zonas adyacentes) ni en el Passeig de Gràcia
cabe (ni de lejos) un millón de personas; en realidad, sus capacidades
respectivas quedan muy lejos de esa cifra. Es lo que tienen las matemáticas:
calculas el largo y el ancho, los multiplicas; (en según que casos) al
resultado le quitas un 10% de zonas no ocupables (mobiliario urbano, árboles y
similares), y lo que queda lo multiplicas por un factor que en caso de altísima
densidad podría ser 4 (personas por metro cuadrado), y en caso de gran
participación, pero no de masa compactada, podría ser 3, y se obtiene un
resultado bastante aproximado de la gente que ha podido asistir.
Solo los dispuestos a tragarse lo que sea pueden creerse que en una superficie
que la propia organización había fijado en 200.000 metros cuadrados puedan
haberse juntado un millón ochocientas mil personas (9 manifestantes por metro
cuadrado). Las imágenes de TV de la concentración del pasado jueves permitían
hacerse una idea del tamaño de la misma: los once kilómetros previstos estaban
cubiertos, pero lo estaban con una anchura que oscilaba bastante de unas zonas
a otras y que podría situarse, siendo generosos, en unos 25 metros de media, y
con una densidad alta pero que no era la de una masa compacta, como lo mostraba el que en gran parte de las tomas
televisivas pudiese verse a la gente desplazarse sin mayores problemas entre
las personas que formaban la V.
Con esa información en la mano [unos 275.000 metros
cuadrados ocupados y unas 3 personas por metro cuadrado], podía hacerse un cálculo,
aproximado pero con fundamento, que situaba la participación en la V entre tres
cuartos y (como mucho, muchísimo) un millón de personas. Al día siguiente del
acontecimiento, un grupo de investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona,
que había preparado un mecanismo de cómputo sobre el terreno, dio la cifra de 900.000participantes.
Una muchedumbre
de impresión, claro, pero la mitad de lo que (¿alguien lo duda?) la propaganda
nacionalista fijará como cifra para la historia. Se podrá aducir que el número
es lo de menos, que lo que cuenta es el carácter masivo de la V. Y en parte, es
verdad. Sin embargo, que el número más o menos exacto es
relevante lo prueba el que los organizadores se hayan apresurado a doblarlo
(impensable quedar tan lejos de la marca oficialmente registrada en 2013). Pero
más importante aún es que quienes analizan a fondo las tendencias de la
sociedad catalana sepan de qué y de cuánta gente exactamente estamos hablando.
Las estrategias políticas acertarán o se equivocarán en función de que tengan
en cuenta, o no, la realidad “real” (permítanme la redundancia) en vez de la
virtual.
Quien corresponda debería tomar buena nota de lo que ha pasado y empezar a pensar en alternativas políticas viables que permitan encauzar el problema que el Estado tiene planteado y que hasta ahora algunos pensaban que se solucionaría simplemente esperando a que el soufflé bajase
Lejos de mi intención minusvalorar la participación
ciudadana en la V. Todo lo contrario. Creo que a quien corresponda debería
tomar buena nota de lo que ha pasado y empezar a pensar en alternativas
políticas viables que permitan encauzar el problema que el Estado tiene
planteado y que hasta ahora algunos pensaban que se solucionaría simplemente
esperando a que el soufflé bajase.
Bien, pues no ha bajado, ni nada hace pensar que vaya a bajar en un futuro
próximo. Ahora bien, se equivocará igualmente quien piense que la V es el punto
de inflexión en la situación política que vivimos, y que hará el camino a la
consulta (y con ella, a la independencia) imparable.
Que hay una gran cantidad de independentistas movilizados es
algo que ya sabíamos y que este 11-S solo ha vuelto a confirmar. Que a Mariano Rajoy
eso parece traerle sin cuidado, también lo sabíamos. Que Artur Mas no pondrá
las urnas en condiciones de poder hacer una consulta mínimanente útil para
saber dónde estamos (no digamos ya, para zanjar la cuestión) es evidente. Que
tenemos un problema descomunal lo ve hasta el más tonto. Que esto es una cosa
que de revolución tiene poco, también. Que cierta izquierda viva todo esto,
como dice el Mas de Polònia, amb il·lusió y con la sensación de que
pasado mañana asaltará el Palacio de Invierno al frente de las masas
roji-amarillas es algo que escapa a mi comprensión (pero eso no es grave
porque, indudablemente, mi comprensión debe de ser muy limitada).
En cualquier caso, la V no ha sido el inicio de nada sino el final de la fase de movilización festiva y familiar que ha caracterizado al movimiento independentista durante estos dos últimos años. Ahora empieza el conflicto de verdad, con cada vez menos espacio para las ambigüedades, los juegos florales y los errores tácticos. El frente “consultista” se autoimpuso una fecha límite. Estamos a menos de dos meses de que se cumpla. Más de uno de los que están al mando siente ya el vértigo de las alturas a las que se ha subido sin que esté clara la forma en que se puede bajar de ellas. Ojalá que no sea con un gran batacazo colectivo, pase lo que pase el 9N.
En cualquier caso, la V no ha sido el inicio de nada sino el final de la fase de movilización festiva y familiar que ha caracterizado al movimiento independentista durante estos dos últimos años. Ahora empieza el conflicto de verdad, con cada vez menos espacio para las ambigüedades, los juegos florales y los errores tácticos. El frente “consultista” se autoimpuso una fecha límite. Estamos a menos de dos meses de que se cumpla. Más de uno de los que están al mando siente ya el vértigo de las alturas a las que se ha subido sin que esté clara la forma en que se puede bajar de ellas. Ojalá que no sea con un gran batacazo colectivo, pase lo que pase el 9N.
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