jueves, 16 de octubre de 2014

El eterno retorno (por Anna Estany)

La “cuestión del catalán” está siempre latente y de vez en cuando salta la chispa. La solución no pasa por imponer una proporción del 25%, sea en la lengua que sea. La cuestión real y lo que está en juego es el monolingüismo Es necesario fijar un marco y unas líneas generales. Necesitamos un acuerdo general en Catalunya  sobre la política lingüística en la escuela y no dejarla a decisiones individuales o partidistas


El título no es baladí sino que refleja fielmente lo que sucede con la “cuestión del catalán”. Está siempre latente y de vez en cuando salta la chispa. Las razones de dichas reactivaciones pueden ser múltiples pero acostumbran a estar relacionadas con alguna sentencia judicial, normativa del gobierno central o una nueva ley de política lingüística de la Generalitat de Catalunya. Por poner sólo algunos ejemplos, en el 2008 surgió  la polémica a raíz de las tercera hora del castellano y ahora por la ley de educación, llamada ‘ley Wert’ en referencia al ministro del ramo; y en la actualidad, más concretamente, por la sentencia del Tribunal de Justicia de Catalunya que obliga a un 25% de enseñanza en castellano en las aulas en las que haya algún alumno, en realidad algún padre o madre, que lo solicite.



Dicha sentencia es inviable de llevarla a la práctica. Es también insostenible económicamente e irracional pedagógicamente puesto que queda al arbitrio de las peticiones de los padres. Los conflictos que generaría al primer intento de ponerla en la práctica serían múltiples y de difícil, por no decir imposible, solución. El primer problema surgiría en el caso de que algún(os) padre(s) de alumnos de las aulas que hubieran pedido más horas de castellano no estuvieran de acuerdo con la medida. El centro podría argumentar que se trata de una sentencia del TJC y que las leyes están para cumplirlas. Como consecuencia es posible que dichos padres pusieran un recurso a un tribunal de orden superior o ir al “Sindic de Greuges” de Catalunya o al “Defensor del pueblo” de España.  El centro educativo quedaría en la disyuntiva de hacer  caso omiso del TJC o aplicar la sentencia. Cualquiera que fuera la decisión, la situación de desconcierto sería evidente.
En el caso de que se optara por aplicar la sentencia desde el primer momento, el problema redundaría en la organización académica del centro. Supongamos un centro con más de un grupo de un mismo nivel de primaria, podría darse el caso de que en uno de los grupos se diera el 25% de las clases en castellano y en otro todo en catalán. En esta situación, los padres que no estuvieran de acuerdo podrían solicitar a la escuela que cambien sus hijos de grupo y los incluyan en aquellos en que no haya ningún alumno que haya solicitado un 25% de clases en castellano. Llegado a este punto, ¿alguien ha pensado lo que todo este embrollo puede significar para los alumnos, para la organización del centro, ratio de alumnos/profesor, horarios, distribución del profesorado?
De entrada podemos afirmar que la solución no pasa por imponer una proporción del 25%, sea en la lengua que sea. A su vez hay que  dejar claro desde el principio que el problema no es que un 25% de las clases sean en castellano, ya que de ninguna manera cuestiona el modelo de inmersión lingüística. La cuestión real y lo que está en juego es el monolingüismo, como muy bien lo explican Victoria Camps (El País, 11-2-2014) y Mercè Vilarrubias (El País, 1-3-2014). ¿Hay solución? por supuesto que la hay y, además, se está llevando a cabo en muchas escuelas sin ruido, sin grandes declamaciones y adaptándose a la realidad.
La premisa general de una solución no puede quedar al arbitrio de cada escuela ni de los padres para una decisión de este tipo. No cabe duda que escuela y padres tienen que tener un papel en la aplicación de la política lingüística en el ámbito de la escuela pero es necesario fijar un marco y unas líneas generales. Es de necesidad, por tanto, un acuerdo general en Catalunya  sobre la política lingüística en la escuela y no dejarla a decisiones individuales o partidistas.
Se puede objetar que ya hay un pacto en Catalunya sobre tal cuestión ya que todos los partidos excepto PP y C’s están de acuerdo con la política lingüística vigente. Sin embargo, un análisis de la realidad muestra que en la práctica no es el caso si nos atenemos a las opciones personales. En primer lugar, nos podemos preguntar si todos los votantes, o incluso los militantes, de los partidos que forman parte del pacto (PSC, CiU, ERC, ICV) aceptan dicha política a la hora concreta de elegir la escuela de sus hijos. 

En la cuestión del catalán en la escuela posiblemente haya cierta incoherencia e hipocresía, tanto por parte de los que forman parte del pacto como por los que cuestionan la inmersión lingüística


La libertad individual en este tema y en otros muchos es indiscutible, sin embargo, quizás podríamos reflexionar si la política lingüística oficial de monolingüismo en catalán es la que consideran más adecuada para sus hijos. Por ejemplo, hay muchas escuelas en que el castellano tiene más presencia que las dos horas semanales que marca la ley. Además, en Barcelona hay una serie de escuelas extranjeras como el Liceo francés, el Colegio alemán, la Escuela suiza, el Liceo italiano, o algunas de las escuelas en las que el idioma vehicular es el inglés, en las que el catalán queda relegado a no más de dos horas semanales. ¿Podemos concluir que todos los alumnos de estas escuelas acogen sólo hijos de votantes del PP y C’s? Parece improbable, aunque no hay datos al respecto. Por otro lado, es probable que haya votantes y militantes del PP y C’s que elijan para sus hijos escuelas en las que rige el monolingüismo y, por supuesto, la inmersión, sin que pongan ningún problema. 
La conclusión a la que podemos llegar es que en la cuestión del catalán en la escuela posiblemente haya cierta incoherencia e hipocresía, tanto por parte de los que forman parte del pacto como por los que cuestionan la inmersión lingüística. Necesitamos, por tanto, una alternativa coherente y fruto del consenso entre las diversas propuestas surgidas en Catalunya.
El punto de partida sería la inmersión en el catalán con la condición de no separar los alumnos en función de la lengua elegida por los padres (catalán o castellano). Lo cual no es óbice para que puntualmente en una franja horaria se pudiera dividir la clase en función de la lengua que necesita refuerzo a causa de factores diversos, desde la lengua predominante en el ámbito familiar hasta hábitos culturales que hacen que los alumnos puedan ser más competentes en una lengua que en otra.
Todo lo dicho hasta ahora tiene especial relevancia para la enseñanza primaria, por tanto, hasta los 12 años. Cuando se entra en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), una etapa en la que hay más contenidos y asignaturas concretas, podría introducirse cada año alguna materia en castellano (física, matemáticas, biología, etc.). El objetivo es que los alumnos se familiaricen con los términos específicos en las dos lenguas.
En la etapa del bachillerato se seguiría la misma línea que en la ESO. Dado el nivel de las materias, aún es más importante el conocimiento de la terminología en las dos lenguas. Pero el objetivo no es sólo el conocimiento de los términos científicos sino la capacidad de expresarse y comunicar conocimientos adquiridos, tanto en catalán como en castellano.
Respecto al inglés hay que ser realista y, sin olvidar que es una asignatura pendiente de la educación en nuestro país, hay que reconocer que por el momento no hay docentes preparados para impartir las materias de contenido (física, sociales, biología, matemáticas, etc.) en inglés. Otra cuestión es el aprendizaje del inglés como lengua extranjera, que debería tener un peso y una dedicación mucho mayor de la que tiene en estos momentos.
Una reflexión final, creo que es posible llegar a este pacto, sólo hace falta sentido común y buena voluntad. Todos saldríamos ganando pero sobre todo los alumnos y los docentes que merecen un reconocimiento que a veces la sociedad no les concede suficientemente.

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