¿Se siente usted tan catalán como español?¿Más español que catalán?¿Más catalán que español? Muchas de las encuestas intentan encasillar a los ciudadanos en unas categorías que no responden a una realidad que se asemeja cada vez más a la retratada por Claudio Magris en El Danubio: una mezcla inseparable de etnias, lenguas y culturas
¿Se siente usted tan
catalán como español?¿Más español que catalán?¿Más catalán que español? Muchas
de las encuestas que se hacen en Cataluña y en España intentan encasillar a los
ciudadanos en unas categorías que cada vez responden menos a nuestra realidad
social.
¿Qué tienen que
contestar aquellas personas que han nacido en Cataluña pero tienen padres de
otros lugares de España, lugares que visitan regularmente, con los que mantienen vínculos y que se
sienten también un poco andaluces, vascos o extremeños? Ser ‘español' no es equivalente a
ser parte de alguna de estas identidades que en cada una de sus variantes tienen
sus propias especificidades y su valor añadido.
¿Qué sucede con los
miles de inmigrantes que no han nacido ni en España ni en Cataluña pero han
construido sus vidas aquí? Europeos, latinoamericanos, asiáticos o africanos
que se han adaptado a las costumbres locales, que aprecian su cocina, que han
aprendido las lenguas que se hablan en Cataluña y han hecho de esta tierra su
hogar ¿Qué son todas estas personas?¿Qué serán sus hijos que comparten
distintas herencias culturales?¿Y los catalanes que han emigrado a otros lugares?¿O los hijos de los que se vieron forzados al exilio y han regresado hablando el catalán con acento extranjero?
¿Qué
tendríamos que contestar en estas encuestas los que no nos encontramos en
ninguna de estas categorías o lo estamos sólo en parte?
Vivimos en un mundo
en que las fronteras cada vez marcan menos la identidad de las personas. La
globalización ha tenido como consecuencia que el mundo sea más accesible y que
las personas se muevan con mucha más facilidad que hace unas décadas.
Si a mediados del
siglo XX ya era imposible poner en Europa unas fronteras que separaran las
comunidades que compartían una etnia, una cultura, y una lengua, como
magistralmente explica Claudio Magris en su libro El Danubio en el que disecciona
la civilización centroeuropea y el peso de las minorías étnicas ¿Es posible
hacerlo en pleno siglo XXI?
Magris convierte el río El Danubio en un símbolo de una aspiración pluralista de convivencia entre pueblos
en contraposición al exclusivismo del nacionalismo alemán que se siente
representado por el Rin. El libro transmite la admiración del autor por la
cultura germánica- ‘los alemanes han sido los romanos de Mitteleuropa’, afirma-
pero también está impregnado de recelo ante la idealización de los
particularismos que luego se convierten en bandera de lucha y que estos días
vuelven a hacerse presentes en la proliferación de toda clase de movimientos nacionalistas y xenófobos.
La realidad es que
cada vez más territorios dentro y fuera de Europa son el Danubio, una mezcla de
etnias, culturas y lenguas que comparten sus tradiciones y enriquecen las
sociedades haciéndolas más interesantes, complejas y, por qué no decirlo,
más divertidas. La noción de pueblo uniforme no tiene sentido en sociedades que
son esencialmente heterogéneas en origen, intereses, creencias y costumbres como nos
recuerda Toni Sitges-Serra en un artículo publicado esta semana en El Periódico.
Todas estas
encuestas que escarban en la identidad de las personas acaban con una opción anodina, la de ‘no
sabe/no contesta’, que es probablemente en la que nos situamos una gran mayoría de
ciudadanos que vivimos en Cataluña: no sabemos/no contestamos.
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