Se ha convertido en algo habitual en las ondas, los diarios y, sobre todo, en la prensa digital, tachar al Partido Popular de franquista, o afirmar, con la seriedad del connaisseur, que UPyD es la nueva Falange. ¿Es eso muy diferente de afirmar que ERC es nazi?
Uno de los argumentos más recurrentes y queridos de nuestros secesionistas es la supuesta falta, al otro lado del Ebro, de cualquier tipo de sensibilidad hacia la pluralidad cultural, lingüística y política de España; o más extensamente aún, la inexistencia de una auténtica fibra democrática entre los españoles, con alguna honrosa excepción que siempre se cita pero que, como quiere el dicho, solo vendría a confirmar la regla. Nada que ver, por supuesto, con el talante milenariamente democrático de los catalanes, que no hemos roto un plato en nuestra vida.
A mí me ha parecido siempre que ese punto de vista esconde
una actitud prepotente y perdonavidas, por decir lo menos, puesto que lo que
hay tras él no es sino la convicción de una superioridad moral, política e
incluso intelectual que sería la base real de nuestra diferencia. La certeza,
en definitiva, de que nosotros nunca haríamos lo que esa banda de antidemócratas
que pueblan España perpetra a diario contra Cataluña. Esta forma de ver las
cosas se extiende a las esferas más diversas de la existencia (no solo, pues, a
la política) y se aplica a cuestiones tanto generales (la actitud ante la
democracia, por ejemplo) como muy específicas, con una muy preocupante falta de
reflejos para reflexionar sobre si quien así actúa está a salvo de ser acusado
de aquello mismo que está denunciando. Veamos un ejemplo reciente sobre un tema
de rabiosa actualidad.
Es bien conocido que en determinados círculos mediáticos
madrileños (eso que algunos llaman el tdt
party) es habitual la aparición de tertulianos, algunos de ellos de cierta
relevancia por su condición de colaboradores habituales en destacados
periódicos de la derecha, que se despachan a gusto contra los nacionalistas catalanes.
No ha sido infrecuente que esos energúmenos equiparen al nacionalismo catalán
con el nazismo, y a la situación que se vive en Cataluña con la que existía en
la Alemania del Tercer Reich. No hay ni que decir que tales aseveraciones no
solo son del todo falsas desde un punto de vista histórico, sino que resultan
directamente repugnantes.
Desde su programa matinal en RAC-1, Jordi Basté, líder en
las ondas catalanas en esa franja horaria, ha sido un denunciador infatigable
de tales actitudes. A mí siempre me ha parecido que hacía lo correcto. La
mañana del pasado martes, sin embargo, las cosas fueron algo diferentes.
Comentaban sus tertulianos -Xavier Sala i Martin, José Antich y Rafael Nadal- la
actualidad, y más concretamente la orientación fuertemente recentralizadora del
gobierno español (Un despropósito, sin duda; para quienes defendemos un estado
federal, una apuesta de ese tipo no puede parecernos sino una política gravemente
equivocada y que debe ser combatida con todas las armas democráticas a nuestro
alcance). En un momento del debate, Sala i Martin afirmó que
esa política era la muestra de la “deriva franquista” del gobierno del Partido
Popular. Por si no nos había quedado claro a los oyentes, un par de minutos más
tarde reiteró la afirmación, añadiendo esta vez que utilizaba el término muy
conscientemente. Que no era un lapsus, vamos. Un poco después remató la faena
diciendo que lo único que España tiene que ofrecer a Cataluña en estos momentos
es la vuelta al franquismo. Y se quedó tan ancho.
Uno esperaba la correspondiente puntualización de alguno de
los otros participantes en la tertulia. Ninguno de los tres, sin embargo, dijo
ni mú. Les debió de parecer lo más natural del mundo lo que acababa de afirmar
Sala i Martin. Jordi Basté, tan atento a otras comparaciones con el fascismo, no
consideró que hubiera nada reprochable en las palabras de su invitado.
“Es una manipulación de la realidad afirmar que lo único que tiene que ofrecer España a Cataluña es la vuelta al franquismo y no se corresponde con la posición que tienen la mayoría de los españoles"
No es un ejemplo aislado, aunque, por el medio y el programa donde se produjo, sí especialmente llamativo. Lo más preocupante, sin embargo, es que esa forma de ver a, cuando menos, una parte muy importante de los españoles de fuera de Cataluña, sin pararse a pensar si se está libre de culpa para lanzar la piedra, se ha extendido capilarmente más allá del campo estrictamente independentista y está comenzando a ser algo relativamente común entre personas y colectivos que no necesariamente tienen por qué defender la ruptura con España.
Véase, por ejemplo, este otro caso, no irrelevante por más que
pueda parecernos más o menos anecdótico. No hace muchos más días, en una
tertulia futbolística en SER Catalunya, uno de los periodistas participantes,
indignado por las maniobras de la prensa deportiva madrileña a favor de Ronaldo
en su pugna por el balón de oro, afirmó que los periodistas de esos medios eran
unos fascistas. Así, tal cual. En honor a la verdad, el moderador de la
tertulia le recriminó el uso del término, pero el descubridor de fascistas
emboscados en el Marca se reafirmó –y
en un tono de voz que uno identificaría fácilmente con un grito- en su aserto
inicial. Y no una, sino varias veces.
No resultaría difícil encontrar otros muchos ejemplos
similares en las ondas, los diarios y, sobre todo, en la prensa digital del
universo independentista, donde se vierten a diario estupideces semejantes, y
donde instituciones, grupos políticos o actitudes de personajes que nada tienen
que ver con el fascismo son tildados de franquistas, fascistas o, sí, incluso
nazis. Se ha convertido en algo habitual tachar al Partido Popular de
franquista, o afirmar, con la seriedad del connaisseur,
que UPyD es la nueva Falange. ¿Es eso muy diferente de afirmar que ERC es
nazi?. Y todo ello ocurre sin que quienes (asociaciones diversas, colegios
profesionales, partidos) se rasgan las vestiduras cuando se rebuzna en Madrid
hayan dicho esta boca es mía en un solo caso de los que se dan aquí.
Al final estas cosas tienen la importancia que se les quiera
dar. Lo que hacen algunas cadenas de televisión madrileñas (con audiencias muy pequeñas,
hay que recordar) es deleznable, pero si se eleva a la categoría de asunto de
referencia, tendríamos que aplicar en casa la misma vara de medir.
"Quienes con toda razón denuncian la equiparación de nacionalismo catalán y nazismo deberían saber que el franquismo fue la variante española del fascismo. Un fascismo que no dudó en desencadenar una guerra civil para acabar con el sistema democrático en toda España"
Quienes con toda razón denuncian la equiparación de nacionalismo catalán y nazismo deberían saber que el franquismo fue la variante española del fascismo. Un fascismo que no dudó en desencadenar una guerra civil para acabar con el sistema democrático en toda España (y no sólo en Cataluña, como algunos parecen creer) y que fue responsable de los cientos de miles de muertos que se derivaron de esa guerra y de la brutal represión de postguerra, sin olvidarnos de los centenares de miles de españoles –entre ellos, muchísimos catalanes- que tuvieron que marchar al exilio del que una gran parte ya nunca más volvió. Ese fascismo no era de broma y no fue menos criminal que el italiano o el alemán. Y si estamos de acuerdo en que estos no deben ser banalizados, deberíamos estarlo también en que no se debe banalizar el fascismo español. Y eso es exactamente lo que hizo el martes pasado el señor Sala i Martin con la complacencia de los señores Antich, Nadal y Basté, y lo que es habitual y recurrente en los medios nacionalistas catalanes.
No seré yo quien defienda a este gobierno ni al partido que
lo sustenta. No tengo la menor duda de que el PP es un partido muy conservador,
socialmente retrógrado y con ramalazos autoritarios. Pero entre esa derecha
dura y el fascismo hay un trecho que sólo a base de brocha gorda puede
pretenderse que el partido del gobierno ya ha transitado. Y tampoco serviría de
mucho remitirnos a las herencias, porque la del franquismo también estuvo extensamente
repartida en Cataluña. Algunos prefieren no recordarlo, pero otros aún no hemos
perdido la memoria.
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