jueves, 5 de diciembre de 2013

Sobre vigas en ojos ajenos y propios (por Francisco Morente Valero)

Se ha convertido en algo habitual en las ondas, los diarios y, sobre todo, en la prensa digital, tachar al Partido Popular de franquista, o afirmar, con la seriedad del connaisseur, que UPyD es la nueva Falange. ¿Es eso muy diferente de afirmar que ERC es nazi?



Uno de los argumentos más recurrentes y queridos de nuestros secesionistas es la supuesta falta, al otro lado del Ebro, de cualquier tipo de sensibilidad hacia la pluralidad cultural, lingüística y política de España; o más extensamente aún, la inexistencia de una auténtica fibra democrática entre los españoles, con alguna honrosa excepción que siempre se cita pero que, como quiere el dicho, solo vendría a confirmar la regla. Nada que ver, por supuesto, con el talante milenariamente democrático de los catalanes, que no hemos roto un plato en nuestra vida.
A mí me ha parecido siempre que ese punto de vista esconde una actitud prepotente y perdonavidas, por decir lo menos, puesto que lo que hay tras él no es sino la convicción de una superioridad moral, política e incluso intelectual que sería la base real de nuestra diferencia. La certeza, en definitiva, de que nosotros nunca haríamos lo que esa banda de antidemócratas que pueblan España perpetra a diario contra Cataluña. Esta forma de ver las cosas se extiende a las esferas más diversas de la existencia (no solo, pues, a la política) y se aplica a cuestiones tanto generales (la actitud ante la democracia, por ejemplo) como muy específicas, con una muy preocupante falta de reflejos para reflexionar sobre si quien así actúa está a salvo de ser acusado de aquello mismo que está denunciando. Veamos un ejemplo reciente sobre un tema de rabiosa actualidad.



Es bien conocido que en determinados círculos mediáticos madrileños (eso que algunos llaman el tdt party) es habitual la aparición de tertulianos, algunos de ellos de cierta relevancia por su condición de colaboradores habituales en destacados periódicos de la derecha, que se despachan a gusto contra los nacionalistas catalanes. No ha sido infrecuente que esos energúmenos equiparen al nacionalismo catalán con el nazismo, y a la situación que se vive en Cataluña con la que existía en la Alemania del Tercer Reich. No hay ni que decir que tales aseveraciones no solo son del todo falsas desde un punto de vista histórico, sino que resultan directamente repugnantes.
Desde su programa matinal en RAC-1, Jordi Basté, líder en las ondas catalanas en esa franja horaria, ha sido un denunciador infatigable de tales actitudes. A mí siempre me ha parecido que hacía lo correcto. La mañana del pasado martes, sin embargo, las cosas fueron algo diferentes. Comentaban sus tertulianos -Xavier Sala i Martin, José Antich y Rafael Nadal- la actualidad, y más concretamente la orientación fuertemente recentralizadora del gobierno español (Un despropósito, sin duda; para quienes defendemos un estado federal, una apuesta de ese tipo no puede parecernos sino una política gravemente equivocada y que debe ser combatida con todas las armas democráticas a nuestro alcance). En un momento del debate, Sala i Martin afirmó que esa política era la muestra de la “deriva franquista” del gobierno del Partido Popular. Por si no nos había quedado claro a los oyentes, un par de minutos más tarde reiteró la afirmación, añadiendo esta vez que utilizaba el término muy conscientemente. Que no era un lapsus, vamos. Un poco después remató la faena diciendo que lo único que España tiene que ofrecer a Cataluña en estos momentos es la vuelta al franquismo. Y se quedó tan ancho.
Uno esperaba la correspondiente puntualización de alguno de los otros participantes en la tertulia. Ninguno de los tres, sin embargo, dijo ni mú. Les debió de parecer lo más natural del mundo lo que acababa de afirmar Sala i Martin. Jordi Basté, tan atento a otras comparaciones con el fascismo, no consideró que hubiera nada reprochable en las palabras de su invitado.

“Es una manipulación de la realidad afirmar que lo único que tiene que ofrecer España a Cataluña es la vuelta al franquismo y no se corresponde con la posición que tienen la mayoría de los españoles"



No es un ejemplo aislado, aunque, por el medio y el programa donde se produjo, sí especialmente llamativo. Lo más preocupante, sin embargo, es que esa forma de ver a, cuando menos, una parte muy importante de los españoles de fuera de Cataluña, sin pararse a pensar si se está libre de culpa para lanzar la piedra, se ha extendido capilarmente más allá del campo estrictamente independentista y está comenzando a ser algo relativamente común entre personas y colectivos que no necesariamente tienen por qué defender la ruptura con España.
Véase, por ejemplo, este otro caso, no irrelevante por más que pueda parecernos más o menos anecdótico. No hace muchos más días, en una tertulia futbolística en SER Catalunya, uno de los periodistas participantes, indignado por las maniobras de la prensa deportiva madrileña a favor de Ronaldo en su pugna por el balón de oro, afirmó que los periodistas de esos medios eran unos fascistas. Así, tal cual. En honor a la verdad, el moderador de la tertulia le recriminó el uso del término, pero el descubridor de fascistas emboscados en el Marca se reafirmó –y en un tono de voz que uno identificaría fácilmente con un grito- en su aserto inicial. Y no una, sino varias veces.
No resultaría difícil encontrar otros muchos ejemplos similares en las ondas, los diarios y, sobre todo, en la prensa digital del universo independentista, donde se vierten a diario estupideces semejantes, y donde instituciones, grupos políticos o actitudes de personajes que nada tienen que ver con el fascismo son tildados de franquistas, fascistas o, sí, incluso nazis. Se ha convertido en algo habitual tachar al Partido Popular de franquista, o afirmar, con la seriedad del connaisseur, que UPyD es la nueva Falange. ¿Es eso muy diferente de afirmar que ERC es nazi?. Y todo ello ocurre sin que quienes (asociaciones diversas, colegios profesionales, partidos) se rasgan las vestiduras cuando se rebuzna en Madrid hayan dicho esta boca es mía en un solo caso de los que se dan aquí.
Al final estas cosas tienen la importancia que se les quiera dar. Lo que hacen algunas cadenas de televisión madrileñas (con audiencias muy pequeñas, hay que recordar) es deleznable, pero si se eleva a la categoría de asunto de referencia, tendríamos que aplicar en casa la misma vara de medir.

"Quienes con toda razón denuncian la equiparación de nacionalismo catalán y nazismo deberían saber que el franquismo fue la variante española del fascismo. Un fascismo que no dudó en desencadenar una guerra civil para acabar con el sistema democrático en toda España"



Quienes con toda razón denuncian la equiparación de nacionalismo catalán y nazismo deberían saber que el franquismo fue la variante española del fascismo. Un fascismo que no dudó en desencadenar una guerra civil para acabar con el sistema democrático en toda España (y no sólo en Cataluña, como algunos parecen creer) y que fue responsable de los cientos de miles de muertos que se derivaron de esa guerra y de la brutal represión de postguerra, sin olvidarnos de los centenares de miles de españoles –entre ellos, muchísimos catalanes- que tuvieron que marchar al exilio del que una gran parte ya nunca más volvió. Ese fascismo no era de broma y no fue menos criminal que el italiano o el alemán. Y si estamos de acuerdo en que estos no deben ser banalizados, deberíamos estarlo también en que no se debe banalizar el fascismo español. Y eso es exactamente lo que hizo el martes pasado el señor Sala i Martin con la complacencia de los señores Antich, Nadal y Basté, y lo que es habitual y recurrente en los medios nacionalistas catalanes.
No seré yo quien defienda a este gobierno ni al partido que lo sustenta. No tengo la menor duda de que el PP es un partido muy conservador, socialmente retrógrado y con ramalazos autoritarios. Pero entre esa derecha dura y el fascismo hay un trecho que sólo a base de brocha gorda puede pretenderse que el partido del gobierno ya ha transitado. Y tampoco serviría de mucho remitirnos a las herencias, porque la del franquismo también estuvo extensamente repartida en Cataluña. Algunos prefieren no recordarlo, pero otros aún no hemos perdido la memoria.

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