sábado, 1 de marzo de 2014

De conciertos y sus correspondientes melodías (Por Adrià Casinos)

Artur Mas se presentó en 2012 en La Moncloa pidiendo un pacto fiscal semejante al llamado concierto vasco y amenazó con echarse al monte independentista si no se le concedía ¿Realmente quería Artur Mas un pacto fiscal a la vasca? Modestamente creo que no. Los privilegios de Euskadi y Navarra no tienen futuro dentro de la fiscalidad europea y son más bien un anacronismo destinado a desaparecer 


Rememoremos. El tour de force en el que se encuentra inmerso el gobierno de Artur Mas respecto al ejecutivo central, se remonta a setiembre de 2012. Como consecuencia de la manifestación del 11 de dicho mes y año, el político catalán decidió “hacer la ola” con la Assemblea Nacional Catalana y demás convocantes. Se presentó en la Moncloa con una petición que revestía el carácter de ultimátum. Se trataba de que se concediera a Cataluña un pacto fiscal semejante al del concierto económico vasco. En caso contrario el presidente de la Generalitat amenazaba con echarse al monte independentista, que es lo que finalmente hizo. Fue una opinión generalizada que Artur Mas iba a Madrid a forzar la ruptura. Pedir el cielo es la mejor manera de obtener un no rotundo. 



A ese propósito, y ahora que estamos de conmemoraciones, y no solo la de 1714, me viene a la mente el ultimátum con el que el imperio austro-húngaro justificó la declaración de guerra a Serbia en julio de 1914. La opinión de los historiadores es prácticamente unánime: se redactó de tal manera que se hiciera inasumible por el gobierno de Belgrado.
La negativa de Rajoy se debatió largo y tendido. En los medios, se adujeron diversas razones para justificarla, tales como la manera de ser planteada, la premura con la que se exigía la respuesta, el hecho de que, para el estado, aceptar la demanda supusiera la quiebra, dado el peso considerablemente superior, desde el punto de vista tributario, de Cataluña, en comparación con Euskadi,…A mi modo de ver, y en términos generales, los análisis obviaron una faceta importante del problema, que se puede empezar a formular  a partir de la siguiente pregunta: ¿de verdad quería Artur Mas que un posible pacto fiscal catalán se asemejara al llamado concierto vasco?
Veamos. De entrada hay un problema semántico. Entre paréntesis, reconozco que soy un maniático de los términos, por la sencilla razón de mi convencimiento en que si se precisa el lenguaje, muchos conflictos desaparecen. Y el problema es el siguiente. Con no demasiadas excepciones, cuando se habla del concierto vasco se asume que éste es un pacto entre Euskadi y el gobierno de Madrid. Y eso es rotundamente falso. La capacidad normativa y recaudatoria de todos los impuestos (IVA, IRPF, impuesto de sociedades), fruto del concierto, no la tiene el gobierno vasco, sino las tres diputaciones forales de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya por separado. Y no puede ser de otra manera. El primero de dichos conciertos data de 1878; en cierta manera fue formulado como una compensación a la anulación de los fueros, llevada a cabo dos años antes. Y no se podía otorgar a Euskadi por la sencilla razón de que legalmente no existía. Como no existía Cataluña, Aragón o Andalucía. Me explico. La primera constitución española que reconoce la existencia generalizada de unidades supraprovinciales es la actual. Incluso la de la segunda república, lo que en último extremo contemplaba era la posibilidad de la formación de regiones, así como su correspondiente autonomía. Es más, en el caso de Euskadi ni siquiera existía en la fecha citada de 1878 nominalmente, ya que el denominador fue un  neologismo creado por Sabino de Arana años después.
¿Evidencia empírica de lo dicho? La sentencia de los tribunales europeos sobre las vacaciones fiscales: se condenó a las tres diputaciones vascas y, como responsable subsidiario, al gobierno español, mientras que el vasco salió de rositas.   
Como es sabido, las tres provincias vascas no son los únicos territorios que gozan de esa capacidad en el contexto tributario. La llamada Comunidad Foral de Navarra también la tiene. ¿Podría entonces afirmarse que en ese caso sí se trata de un privilegio de la comunidad autónoma? A mi modo de ver, tampoco. Cuestión diferente es que al ser Navarra una autonomía uniprovincial, el asunto se embrolle. Porque antes de la constitución de 1978 tampoco era Navarra otra cosa que una provincia. Y es esa provincia la que lleva a cabo un pacto con el estado en 1841, origen del presente privilegio fiscal. Debe recordarse que se trata de la única región que no tiene aprobado un estatuto de autonomía propiamente dicho. Se rige por la llamada Ley de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral, que implica la adecuación del fuero de la antigua provincia homónima a la nueva realidad territorial.
¿A qué nos lleva todo eso? Muy sencillo, a que la reclamación que llevó Artur Mas a, digamos, negociar a la Moncloa, ya de por sí difícil, lo era más en la medida en que no existían precedentes: Cataluña hubiera sido la primera comunidad autónoma, como tal, en gozar de un concierto económico, pacto fiscal, o como quiera se califique. A no ser que el gobierno catalán hubiera admitido que dicho pacto se hubiera llevado a cabo entre el ejecutivo central y cada una de las cuatro diputaciones catalanas. ¿Pero alguien se imagina al presidente de la Generalitat aceptando que fueran las tan denostadas, por su espurio origen jacobino, provincias, las que dispusieran de las “pelas”, que luego él tendría que mendigar? Yo, claramente, no.
Por supuesto que cae dentro del dominio de la futurología preguntarse si en el proceso, que veo imparable, de uniformización de la fiscalidad europea, los privilegios de las tres provincias vascas y Navarra tienen futuro. Modestamente creo que no; principalmente por su anacronismo. Fueron pactados en tiempos en los que IRPF o IVA eran, incluso, conceptualmente impensables. El tiempo dirá si ando errado, pero lo que me parece fuera de toda lógica es imaginar que el imbroglio se amplíe con Cataluña. En ese sentido creo que la principal patronal catalana, Fomento del Trabajo Nacional (¿a qué nación se referirá el tal adjetivo?) debería bajarse del guindo al que, supuestamente, se ha encaramado, al reclamar la extensión del concierto como solución el manido “encaje” catalán.

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